Fragmentos del libro: Diario sucio. Un viaje por México, de Felipe García Quintero

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Por cortesía de Sílaba Editores, compartimos con ustedes el capítulo Estación de Chapultepec, del libro Diario Sucio (2018) de Felipe García Quintero. Un libro inspirado por diferentes viajes en México.


Estación de Chapultepec

A los ocho años viajé con mi madre a Pereira, una ciudad del eje cafetero de Colombia. Y solo ahora es que recuerdo a la maestra Genoveva cuando pregunta a los estudiantes del quinto grado de primaria acerca de la visita al zoológico durante ese fin de semana. 

Porque ninguno de los excursionistas de mi salón se anima a decir algo, la profesora se apresura en solicitar la entrega del informe escrito. Nuevo silencio. Entonces mira fijo a mis ojos de niño. 

–Quintero –dice, pronunciando mi apellido materno– cuéntenos su experiencia del viaje. –Y tras una breve pausa precisa: 

–Hable de los animales que conoció en el zoológico. 

Ya frente a todos, estando de pie junto al tablero, el recuerdo pedido no aparece, la memoria se congestiona de imágenes sin palabras y el tiempo de la clase sigue su paso lento y mudo de barco encallado que se hunde. El Quintero tímido que soy desde entonces empuña en vano las manos frías y sudorosas, aprieta los labios secos y cierra los ojos húmedos, y aún hoy puede ver la mirada de la maestra y de sus compañeros expectantes, pues mi vida de entonces era la incertidumbre. Y como me faltaba el aire que se paseaba libre por cada rincón del amplio salón, sentí el cansancio de tanto decir nada. 

Vuelvo a escuchar el silencio en torno al reporte del viaje que hizo sopor esa fresca mañana de junio de 1981. 

***

Viajar y callar acaso sean las partes constitutivas y complementarias de ciertos momentos de la vida en la ciudad. Viajar y callar. Temprano los tuve juntos conmigo.

El viaje puede contra el ruido cotidiano, incluso silencia la misma voz pasajera del zumbido urbano, y nos deja el paso libre para escuchar a solas el pensamiento oculto que nace de las imágenes aleatorias del recuerdo o del entorno más próximo a la realidad, como son los sueños y la imaginación. 

***

Cuando no hay más defensa del mundo y sin otra elección posible, se anda por allí, en paz y sin nombre, auscultando las cosas con el silencio de la mirada. 

Porque callar sirve de arma para sortear asuntos personales acaso inevitables, potencialmente ásperos, que indisponen el saludo, alejan la amabilidad y la cortesía de las buenas maneras, para caer sin remedio en la desatención, la indiferencia, el sutil y previsible agravio; todo ello hecho sin el menor interés de causar algún daño o hacer mal. 

“Quien sepa entender mi silencio, sabe entender mi alegría”, escribiste, amigo Johann. 

***

Aquella excursión a Pereira con los amigos de la escuela también me llevó a cruzar la calle y ver el avión en la pista del aeropuerto vecino al zoológico Matecaña. Una experiencia similar al arribo del único vuelo los domingos en Popayán. 

Llegan recuerdos de las familias departiendo en la zona verde de la pequeña terminal aérea, mientras los niños corrían tras una pelota o disfrutaban de un helado de hielo “raspao” a la sombra de un árbol. Estaban por allí también los fotógrafos polaroid siempre dispuestos a tomar las instantáneas de rigor para el altar de los enamorados, casi siempre parejas de soldados y empleadas domésticas que se encontraban a la salida del batallón contiguo. 

Era amoroso ese tiempo en que las vacas de los potreros aledaños dejaban el pasto por un momento y levantaban los ojos pesados para escrutar el cielo ante el ruido alado de las cuatro de la tarde. 

***

Poco a poco avanza la memoria por el silencio. Y yo sigo solo frente a los estudiantes de mi curso y veo crecer la nube en la mirada de la maestra Genoveva que le hizo cambiar su bella sonrisa por una mueca de decepción, algo de enojo y desprecio. Entonces pienso en la causa de ese comportamiento mío, arraigado en el retraimiento de mis ocho años. Ahora constato con igual vergüenza que el tiempo no cura ningún temor, ni crecer aminora en algo la pulsión por callar. Pero aún me queda intacto el apetito voraz del viaje y el sabor dulce de la ciudad agreste.

*** 

Esta última mañana calurosa de junio estoy junto a mi hija Susana en el jardín zoológico de Chapultepec. Observamos los mismos animales que vi con mi madre hace 27 años en la pantalla del televisor a blanco y negro de mi casa los domingos por la noche, cuando el canal Uno daba “Naturalia”, presentado por Gloria Valencia de Castaño. 

*** 

Porque elegí visitar primero el jardín zoológico de Chapultepec, antes que cualquier otro lugar en ciudad de México, será que pienso hoy en la experiencia de ese viaje iniciado cuando yo tenía ocho años, la misma edad en que mi hija Susana también conoce otros animales en una ciudad distinta a la suya. 

Iguales caminos pero tiempos diferentes, me digo ahora sonriendo.

Y como el silencio de aquella lejana mañana sigue indeleble, espero esta vez recordar algo del viaje y presentar el mejor reporte escrito para la clase. 

Coyoacán, junio 30 de 2008

Lee la reseña del libro haciendo clic en el siguiente título: https://lacebraquehabla.com/la-inquietud-del-agua/ 

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