Explorar esos mundos y estimular la creatividad de nuestros niños ha sido el único propósito del Concurso de Cuento Infantil Ilustrado
Por: Maurier Valencia Hernández
Director administrativo de Comfamiliar Risaralda
Resulta curioso y a la vez gratificante comprobarlo: cuanto más sofisticados se vuelven los prodigios digitales que los rodean, más vuelven los niños a las fuentes primarias de la literatura infantil.
De las fábulas de Esopo a Hans Christian Andersen y de los versos de Pombo a los hermanos Grimm la imaginación de los pequeños es un ininterrumpido viaje de ida y vuelta entre el mundo del siglo XXI y esos viejos relatos que encontraban en el bosque y sus criaturas las claves enteras de la existencia.
En ese mundo sin fronteras conviven Caperucita Roja y una legión entera de robots. Hansel y Gretel deshacen el camino junto a criaturas llegadas de otras galaxias.
En esos terrenos la fantasía carece de límites.
Explorar esos mundos y estimular la creatividad de nuestros niños ha sido el único propósito del Concurso de Cuento Infantil Ilustrado, creado por Comfamiliar Risaralda hace veinticuatro años.
Pequeños que recrean a su manera los mitos ancestrales de los pueblos indígenas asentados en Mistrató y Pueblo Rico.
El rastro del oro seguido por una pluma infantil a través de la saga de las comunidades negras que viven en los límites con el Chocó.
O las crónicas tempranas que narran la emigración desde Risaralda hacia distintos lugares del mundo.
Con esos hilos se han tejido las miles de historias enviadas durante dos décadas al Concurso de Cuento Infantil Ilustrado.
Maestros, padres, abuelos y hermanos han acompañado el despertar del talento infantil a lo largo de los años.
Y Comfamiliar Risaralda ha estado siempre a su lado para respaldarlos en esa aventura de inventarse otros mundos a través del dibujo y la palabra escrita.
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