Así al existir tres culturas distintas allí, hay tres visiones diferentes de concebir la vida.
Tres horas de viaje en carro desde Pereira hacia el noroccidente de Risaralda nos confirma que estamos en Pueblo Rico. Uno de los municipios más extensos, verdes y diversos del departamento.
Llegamos a la plaza principal que vista desde lo alto parece un símbolo masón y tiene un busto imperial del libertador Simón Bolívar, pintado, según se observa, por témperas de colores escolares.
Alrededor de este monumento patrio hay varias mujeres y niños Embera correteando, comiendo o simplemente oreándose al viento. Hay negros conversando con mestizos, haciendo negocios, charlando sobre el día. Y en el otro lado, en las bancas periféricas, se ven mestizos hablando entre ellos seguramente de política, porque se acercan tiempos elecciones locales. Todos están allí a esa hora de la mañana como si nada más importara, como si esa máxima de que “el tiempo es oro” no tuviera validez alguna.
Sin embargo, esta socialización tiene una razón de ser. Para cada uno de ellos la vida no pasa, es decir, no tienen el concepto de tiempo tan marcado como lo tenemos los de la ciudad y de igual forma vivir en la parte rural es aceptar tomarlo todo con calma. Así al existir tres culturas distintas allí, hay tres visiones diferentes de concebir la vida.
Los negros, como lo aseguran los otros, se dan la buena vida, es decir, trabajan toda una mañana en el río para obtener un castellano de oro, luego dejan todo y salen a venderlo y así comprar licor, bailar, dormir hasta tarde o hasta que se les acaba el dinero. Al otro día regresan religiosamente a sus labores.
Los mestizos poseen más esa naturaleza española, o antioqueña de la avaricia, pues al encontrar oro, no lo venden, ni lo disfrutan, sino que lo acumulan, o lo que llaman en lenguaje probo, lo invierten. De igual forma al hacer negocios buscan la mejor parte, sin que, claro, agravien a nadie, solo haciendo uso de la llamada “viveza criolla”.
Y según los Embera Chamí, ellos son los verdaderos dueños de la tierra y de todo lo que sea tangible, el aire, el agua, los animales. Los Chamí son tradicionalmente de tierra, es decir, viven en el interior de la montaña, y los Katío son los que habitan a orilla del río. La diferenciación se torna confusa, especialmente a raíz del conflicto armado, el desplazamiento y otros factores que obligaron a que estas comunidades cambiaran su forma de vivir.
Nadie los molesta, ni a ellos, ni a los negros, ni a los mestizos, apostados en el parque, porque todos juntos hacen parte del llamado “Crisol triétnico de Colombia”, una frase que denota el gran patrimonio que tenemos en el departamento de Risaralda.
El pueblo a esta hora de la mañana conserva sus 18 grados de temperatura y un abrigo blanco de niebla lo cubre todo, impidiéndonos ver el paisaje circundante, o las últimas imponentes montañas antes de descolgar en dirección a Santa Cecilia, buscando los contornos del Chocó y la vía al océano pacífico.
El origen de este municipio desde su conformación ha sido motivo de polémica, pues se aseguró un tiempo que no era ni “pueblo” ni “rico”, “ni de Risaralda” pasando a ser conocido como el pueblo de las tres mentiras. Inicialmente perteneció al Chocó, y ante la imposibilidad de Quibdó de administrarlo políticamente, se lo regaló a Risaralda. Y así pasó de mano en mano ya que nadie quería tenerlo por ser muy selvático, húmedo y alejado.
Así entonces era normal hasta hace un tiempo, que la gente naciera en el Chocó, creciera en el viejo Caldas, y muriera en Risaralda, sin nunca haber salido del pueblo. Hecho que hizo que se afianzara este “Crisol triétnico de Colombia”, pues conviven sin que se crucen de ninguna forma, además que están geográficamente bien localizados.
Los afro, o negros, como les gusta que los llaman directamente, viven en la parte baja o caliente, Santa Cecilia, Guarato y otras locaciones; los indígenas Embera Chamí están asentados en las laderas del río San Juan, Santa Rita; y los mestizos se localizan en la urbe, o en el poblado, la parte central. La historia de cómo han sobrevivido juntos, pero no revueltos, es demasiado curiosa. Pero lo cierto es que este trío cultural ha aprendido a amalgamarse en la convivencia cotidiana.
Y así termina la ruta en uno los municipios que reúne unas condiciones excepcionales para ser visitado. Pueblo Rico, un pueblo, rico en toda la extensión de la palabra.