Nunca la aldea se hace tan global como cuando sus habitantes se vuelven histéricos.
Les propongo un ejercicio de memoria: que nos remontemos cuatro años atrás.
“¡Expulsen al caníbal!” “¡Encarcelen a ese criminal!” “¡Que suspendan de por vida a ese psicópata!” “Sáquenle los dientes y déjenlo así para siempre!”.
Las anteriores fueron solo cuatro entre las más decentes expresiones leídas y escuchadas en medios de comunicación y redes sociales desde el martes 24 de junio de 2014 durante la celebración del mundial de fútbol en Brasil.
¿Se referían a algún asesino serial sorprendido en el preciso momento de descuartizar a un niño en un terreno descampado? Nada de eso: el destinatario de los insultos era el futbolista Luis Suárez, cuya expulsión tras morder a su colega Giorgio Chiellini en el juego Uruguay – Italia ha sido documentada en detalle como para redundar sobre ella aquí.
Tampoco voy a discutir sobre la curiosa balanza utilizada por la FIFA para impartir justicia, porque sus métodos y criterios no difieren mucho de la justicia convencional, cuya proverbial ceguera, bien lo sabemos, mengua o se intensifica al ritmo de los intereses en juego.
Lo que me produjo de verdad alarma fue el hecho de que muchas de las expresiones de periodistas y usuarios de las redes sociales resultaran tan agresivas y peligrosas como el ya célebre mordisco.
Escudados tras un micrófono o mimetizados entre la masa anónima, los alaridos surcaron el planeta en todas direcciones, pues nunca la aldea se hace tan global como cuando sus habitantes se vuelven histéricos.
En cuestión de segundos se activó el fenómeno que un agudo observador definió como “Linchamiento virtual”, una especie de agresiva reacción en cadena caracterizada por la abundancia de emociones y la escasez o ausencia total de reflexión y mesura.
Días antes había sucedido con la actriz holandesa Nicolette Van Damm, condenada al paredón por concebir y subir a la red una caricatura de su autoría en la que mostraba a los futbolistas colombianos Falcao García y James Rodriguez aspirando la cal que demarca el campo de juego como si se tratara de cocaína pura.
Chistes como esos se ven y escuchan todos los días: no por casualidad en Colombia se publican cientos de libros buenos y malos sobre un fenómeno que atraviesa la sociedad entera desde hace casi medio siglo: el narcotráfico. El delito de la actriz consistió en hacer la broma justo cuando el patrioterismo se encontraba más exacerbado por los logros de la selección nacional. De puta para arriba sobraron los calificativos y hasta la cancillería colombiana interpuso una protesta que derivó en la renuncia de la holandesa a su cargo honorífico en la UNICEF.
Lo grave de todo esto reside en la facilidad con que se pasa del linchamiento virtual – de por sí bastante dañino- al real, como le sucedió al autor de un pésimo e inoportuno chiste sobre la muerte de un grupo de niños ocupantes de un bus incendiado: tuvieron que rescatarlo a última hora de los ataques físicos de una panda de condiscípulos justicieros.
Todo lo anterior es justificado por muchos con base en una retorcida interpretación del derecho a expresarse y a generar debate. Por lo menos esa es la sugestiva idea que nos han vendido: desde esa óptica, las redes sociales serían la expresión de la democracia y de uno de sus pilares: el libre desarrollo de la personalidad.
Pero ¿Dónde quedan entonces nociones como la responsabilidad por lo que se dice y hace, aparte del respeto por los otros, asuntos claves en la misma democracia?
Esa es todavía una inquietud por resolver. Con la rapidez e impunidad que caracterizan al francotirador, las hordas digitales tienen hasta ahora patente de corso para lanzarse sobre la presa escogida pos sus instintos. Por desgracia para la libertad y la dignidad de sus víctimas sus heridas suelen ser mucho más graves que las propinadas por el impulsivo Suárez al defensor italiano.