A golpe de tortuga

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Según el relato clásico, a Esquilo lo mata una tortuga que un águila deja caer desde gran altura sobre su cabeza. O mejor dicho, que los dioses, valiéndose del ave, arrojan sobre la humanidad del forjador de la Tragedia Griega.

El asunto empieza con una profecía: estaba escrito que el autor de La Orestíada moriría aplastado por una casa.

Atemorizado, el hombre optó por irse a vivir al libre, a salvo de muros y paredes que se le pudieran venir encima.

Pero sus precauciones resultaron inútiles: corría el año 456 AC cuando, durante un paseo por el campo, sucedió el episodio que acabó con su vida.

De nada valió su heroica participación en las batallas de Maratón, Salamina y Platea, que, aún hoy, son narradas como acontecimientos claves en la historia de Grecia.

¿Qué razones asistían a las impredecibles divinidades para urdir semejante burla? ¿ De qué pretendían vengarse?

Persistentes como son, los dioses disponen de todo el tiempo del mundo para tejer y destejer sus redes. Pueden tardar siglos antes de que decidan asestar el golpe letal sobre un pueblo o sobre un mortal díscolo.

Y este Esquilo lo era en grado sumo, al punto de que su obra entera pone en entredicho la omnipotencia de las divinidades. Para él, incluso los dioses están sujetos a un poder que los sobrepasa: el de El destino, o La Moira, esa entidad capaz de tomarse un milenio en edificar un imperio, para destrozarlo en cuestión de segundos.

Blasfemo hasta la temeridad, Esquilo nos mostró que, a fin de cuentas, los dioses son tan frágiles como sus criaturas.

Y en el orden del cosmos, semejante dosis de irreverencia se paga con la vida… y con la mofa divina.

Por lo demás, no hay acción divina que no sea símbolo. Después de todo, el concepto mismo de dios es un símbolo.

Es fácil conjeturar entonces que la elección de una tortuga y un águila-  expresión del poder celeste- no fue producto de la casualidad. No hay azar en el Olimpo: todo tiene su trazado, su designio. O, para utilizar una expresión contemporánea, su diseño.

Pudieron haberle arrojado una roca, pero era demasiado prosaico: para el orden del universo no es lo mismo una pedrada que un tortugazo. O pudieron hacerlo despedazar por una fiera hambrienta, pero tanta sangre hubiera hecho la venganza demasiado evidente.

Esas cosas debemos dejárselas a Lady Macbeth.

Así que eligieron un animal capaz de simbolizar la paciencia y la tenacidad, dos conocidos atributos del demiurgo. La tortuga tarda, pero llega. O si no, pregúntenle al Aquiles de Zenón y su nunca dirimida carrera con la tortuga, en la conocida paradoja que tanto fascinó a Borges y a D. R Hofstadter.

Igual que los dioses, las tortugas son avatares del tiempo que camina. Por eso han sido motivo de atención para tantas culturas diseminadas por toda la tierra. Parte de su carencia de afán reside en que, al llevar la casa a cuestas, no tienen apuros en llegar a algún lado. En cualquier tramo del camino pueden echarse una siesta y dedicarse a la meditación.

Que se apuren otros.

Por eso, en la época del capitalismo frenético la palabra tortuga adquirió una connotación despectiva.

Pero volvamos mejor a los tiempos de Esquilo.

Decimos que el furor de los dioses pudo deberse a que el autor no se andaba con rodeos para decir sus verdades. O al menos eso es lo que nos dicen los chismes de aldeanos, que son los más confiables de todos.

Es sencillo: quien desnuda la debilidad de las criaturas está denunciando, en últimas, la fragilidad de sus creadores.

En cada fragmento de sus obras Esquilo subraya la futilidad de las acciones humanas. Leyéndolo, confirmamos una vieja sospecha: el mundo es una obra tan imperfecta, que después de su creación los dioses no se retiraron a descansar sino a rumiar sus culpas.

Y todo dios digno de ese nombre es soberbio. Fíjense nada más en Zeus o en Júpiter, su equivalente latino. Ante el menor síntoma de rebelión o desdén hacían tronar el cielo con su aparato militar de rayos y centellas.

Así las cosas, el atrevido de Esquilo no se les iba a escapar. Sólo que esta vez quisieron exhibir su arsenal de humor negro y lo aniquilaron a golpe de tortuga.

Contador de historias. Escritor y docente universitario.

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