A la sombra de los jacarandás en flor

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Eso de ‘ciudad de mágico encanto’, sólo quedó en la retina de los abuelos


 

No sólo de amores vive el hombre. Ni solamente de sabores, aromas y otras sensaciones. También vivimos de recuerdos y de vistas. Felices los pájaros que lo pueden abarcar todo, contemplarlo todo desde las alturas. Humanamente, a pie de calle nos toca conformarnos con lo que nuestros ojos pueden transmitirnos. Y tal vez engañarnos. Vivimos de engaños también.

Cochabamba florece, la otrora ‘Ciudad Jardín’ florece, ya no en los patios que se ocultan con muros elevados y verjas tapadas. La primavera llega en los árboles, los pocos que van quedando en esta selva de asfalto y cemento, que se lo traga todo, desde las columnas de eucaliptos y sauces que prodigaban sombra a los arroyos hasta los prados y huertas que circundaban la ciudad.

Las plazas, los únicos refugios de verdor corren el riesgo de sufrir la misma suerte, para dar paso a los adoquines y losetas, a título de ‘revitalización’ y otros impulsos arboricidas.

Eso de ‘ciudad de mágico encanto’, sólo quedó en la retina de los abuelos, porque yo nunca lo constaté; y si no, vean cómo, paradójicamente, las siguientes imágenes hacen apología de las edificaciones y otras ‘modernidades’.

Menos mal que quedan algunos resabios de ese valle florido que enaltecían las canciones populares. Contemplémoslos hasta que venga algún vecino desnaturalizado a talarlos o matar su savia porque las flores y hojas caídas le ensucian la acera o le hacen sombra.

Al paso que vamos sólo nos quedará descansar a la sombra de las muchachas en flor. Si eso…

 

Fig 2.-Jacarandá de variedad blanca, una especie rarísima en Cochabamba. Foto por: José Crespo Arteaga

 

Fig 3.- Tajibo, un árbol de los llanos orientales que se adaptó muy bien a los suelos vallunos. Foto por: José Crespo Arteaga

 

Fig. 4.- Centenario molle, el árbol más emblemático de este valle, que si no florece (perceptiblemente), al menos permanece verde y lozano todo el año. Foto por: José Crespo Arteaga

 

Fig 5.- Buganvilla con aires de eternidad, firmemente encaramada al tronco seco de un árbol, por feliz iniciativa de un buen vecino. Foto por: José Crespo Arteaga
Bitácora del Gastronauta. Un viaje por los sabores, aromas y otros amores

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