Cartas a quien pretende enseñar

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Y es que, a menudo, como él mismo bien sabe y reclama, el Freire que ha circulado de boca en boca y de cita en cita por el mundo es un Freire simplificado, formulizado, unilateralizado, estereotipado a partir de un conjunto de nociones fijas –educación bancaria, alfabetización, educación de adultos, concientización, diálogo, palabra generadora–


 

Por: Paulo Freire

(Fue un educador y experto en temas de educación, de origen brasileño. Uno de los más influyentes teóricos de la educación del siglo XX.)

Texto extraído de su libro: “Cartas a quien pretende enseñar”

 

Prólogo

Cuando en junio de 1992 Paulo Freire me pidió escribir el prefacio para un libro suyo (un libro que –según me contaba entusiasmado– se encontraba escribiendo en esos momentos y cuyo título en portugués sería Professora sim, tia nao*), me sentí condecorada. No sólo por tratarse de un libro de Paulo, sino por tratarse de éste en particular: un libro dirigido a los maestros –y, más específicamente, a las maestras– de la escuela regular, no para acusarlos sino para defender su identidad y legitimidad como docentes, no para lisonjearlos sino para desafiarlos, no para bajarles orientaciones sino para dialogar con ellos.

Que Paulo Freire escriba un libro dirigido expresamente a los maestros –no a los educadores de adultos que trabajan en la periferia del aparato escolar sino a los educadores de niños que enseñan todos los días en las aulas–, y que lo haga en estos términos –no apuntándolos con el dedo, ni siquiera solidarizándose con ellos desde fuera, sino interpelándolos desde un “nosotros” en el que Freire se incluye–, sorprenderá sin duda a muchos, seguidores y opositores.

Porque muchos, en uno y otro lado, continúan viendo en Freire el símbolo de la antiescuela (la crítica a la escuela confundida con su negación), el antimaestro (la crítica al sistema personificada como críitica al maestro) e incluso la antienseñanza (la confusión entre autoritarismo y autoridad, entre manipulación y ejercicio de la directividad que supone toda relación pedagógica).

Y es que, a menudo, como él mismo bien sabe y reclama, el Freire que ha circulado de boca en boca y de cita en cita por el mundo es un Freire simplificado, formulizado, unilateralizado, estereotipado a partir de un conjunto de nociones fijas –educación bancaria, alfabetización, educación de adultos, concientización, diálogo, palabra generadora– y virtualmente suspendido en los años sesenta y setenta, junto con sus dos primeros libros: La educación como práctica de la libertad (1965) y Pedagogía del oprimido (1969).

Muchos admiradores y críticos, incluso dentro de la propia América Latina, desconocen su trayectoria durante los últimos veinticinco años (¡un cuarto de siglo!): su experiencia de trabajo en Europa y África; su reencuentro con el Brasil después del largo exilio; su gestión como secretario de Educación del Municipio de San Pablo entre 1989 y 1991; su prolífica obra, siempre inacabada, traducida a múltiples idiomas y esparcida por todo el mundo; su continuo aprendizaje y su eterna disposición para dejarse sorprender por lo nuevo o lo no percibido con anterioridad. Me alegra –decía– la posibilidad de prologar este libro no sólo por su autor, sino por su interlocutor: los maestros, los grandes relegados de la globalización educativa y de las políticas educativas contemporáneas.

En el mismo momento en que declaraciones y acuerdos nacionales e internacionales coinciden en la centralidad de la educación para el desarrollo in prólogo 13 enseñanza, las oportunidades de formación y perfeccionamiento, el reconocimiento y la investigación del problema, y los presupuestos destinados a resolverlo para tornar mínimamente viables los ambiciosos objetivos y metas planteados en el discurso educativo de este último decenio del siglo. En realidad, la educación que algunos avizoran como la educación del siglo XXI –televisión, video, computadoras y aparatos de todo tipo, modalidades a distancia, autodidactismo, enseñanza individualizada, aprendizaje programado, paquetes multimedia– parecería no incluir a los maestros y tener reservado para ellos, por el contrario, un proyecto de extinción.

La “cuestión docente” es, en efecto, La cuestión por excelencia dentro de la problemática educativa de la época. Tema tabú del cual nadie quiere hablar, tópico que ahuyenta el análisis y el debate, asunto que no parece encajar en ninguna agenda ni presupuesto ni organigrama ni esquema clasificatorio. Las realidades son contundentes y se expresan a escala mundial: pauperización y proletarización de los maestros; nivel educativo precario de amplios sectores del magisterio en servicio (incluyendo pobres niveles de alfabetización y educación básica); reducción de la matrícula y bajas expectativas y motivación de los aspirantes al magisterio (ser maestro o maestra como último recurso); ausentismo marcado; abandono de la profesión; creciente incorporación de maestros empíricos o legos; pérdida de identidad y legitimidad social del oficio docente; falta de oportunidades de avance y superación personal; huelgas y paros cada vez más violentos, frecuentes y prolongados; los maestros percibidos como problema (antes que como condición y recurso) y como el obstáculo principal para la renovación y el avance educativos.

También los argumentos se repiten con sorprendente homogeneidad (y son aceptados e internalizados con sorprendente facilidad): no hay dinero para incrementar los salarios; los maestros tienen de todos modos un horario holgado y trabajan poco; los incrementos salariales (y la capacitación misma) no han traído  consigo los esperados mejores resultados de aprendizaje de los alumnos; la capacitación en servicio está más al alcance y rinde más que la inversión en formación inicial, aconsejándose en particular las modalidades a distancia; invertir en textos escolares (mejor si son autoinstructivos, en tanto minimizan la intervención del docente) y en la capacitación de los maestros en su manejo es más seguro, barato y fácil que intentar la compleja vía de la reforma curricular o la revisión global de las políticas de selección, formación y apoyo docente; una de las maneras de reducir costos (y, eventualmente, incrementar el presupuesto destinado a mejorar las condiciones de los maestros) es aumentar el número de alumnos por aula, bajo el entendido de que, desde la perspectiva de los alumnos y de sus rendimientos de aprendizaje, nada cambia si el grupo es numeroso o numerosísimo (no hay diferencia –nos dicen– entre treinta, cincuenta u ochenta alumnos en una clase). No es éste el lugar para polemizar sobre la discutible validez de estos argumentos.

Lo cierto es que crecientemente se presentan como verdades universales, científicamente fundamentadas en estudios y evaluaciones, y es sobre estas afirmaciones donde están diseñándose las grandes políticas y estrategias educativas actualmente en marcha en los países en desarrollo. Políticas y estrategias que portan un determinado proyecto de sociedad, de educación, de alumno y de maestro, y que es preciso desentra- ñar y discutir. Políticas y estrategias que hablan de protagonismo, profesionalización y autonomía docentes, pero que continúan de hecho profundizando el perfil subordinado y subvalorado del oficio docente, condenando a los maestros a la enajenación y a la mediocridad, a ser ciudadanos de segunda, implementadores de currículos y textos escolares, facilitadores de aprendizajes en cuya definición y orientación no participan ni tienen control. Éste es el contexto que vuelve a este pequeño libro tanto más importante y oportuno.

Cuando la confrontación entre gobiernos y organizaciones magisteriales ha llegado en muchos países a un punto crítico, prólogo 15 cuando todos hablan sobre los maestros o a los maestros pero pocos parecen dispuestos a hablar con ellos, alguien tiene que poder construir un puente para un diálogo de tú a tú, de educador a educador. Quién mejor que Paulo Freire –persona y símbolo, colega y autoridad– para hacerlo.

El Freire maestro dialoga aquí con otros maestros, sin intermediarios, adoptando el lenguaje cercano e informal de la carta, compartiendo sus experiencias personales, ilustrando a través de ellas el derecho que tiene todo maestro y maestra a ser falible y a equivocarse, a ser héroe y ser humano al mismo tiempo. Cuando lo que prima y tiende a imponerse es una visión estrecha, minimalista e inmediatista de la formación docente –capacitación, entrenamiento, manual, cursillo, taller, métodos, técnicas, recetarios, fórmulas–, alguien tiene que resucitar el imperativo de una formación integral, rigurosa y exigente de los educadores; ir al rescate de su inteligencia, su creatividad y su experiencia como materia prima de su propio proceso educativo; recuperar la unidad entre teoría y práctica como espacio para la reflexión y el perfeccionamiento pedagógicos; volver a los temas fundantes, aquellos sin cuya comprensión y revisión caen en terreno estéril los mejores textos, los métodos y técnicas más modernos de enseñanza.

Las diez cartas que componen este libro corresponden a diez de esos temas, temas que han acompañado de manera permanente y recurrente la trayectoria, la obra y la búsqueda de Freire: las fundamentales diferencias entre enseñar y aprender, las fuentes (y la aceptación) de la inseguridad y el miedo, la opción por el magisterio, las cualidades del buen educador, el primer día de clases, la relación entre educadores y educandos, la diferencia entre hablar al educando y hablar con él, los vínculos entre identidad cultural y educación así como entre contexto concreto y contexto teórico, el tema crítico de la disciplina.

Centrados en la lucha por las reivindicaciones económicas, los maestros y sus organizaciones han dejado erosionar su propia formación y capacitación permanente como un derecho y como una condición fundamental de su ejercicio y valoración profesionales. En contraste, y en un clima general de cuestionamiento a la unilateralidad y estrechez de las reivindicaciones sindicales, los no maestros y sus organizaciones izan la consigna de la “(re)valorización” de los maestros, despojándola hasta donde es posible de sus implicaciones económicas (valorización expresada entre otros en salarios y calidad de vida dignos) y sesgándola hacia sus determinantes sociales y afectivos (respeto, legitimidad, reconocimiento, aprecio, gratificación, autorrealización, autoestima).

En este cruce, Paulo Freire nos ofrece una entrada diferente para tratar ambos temas –(des)profesionalización y (des)valorización– al proponernos reflexionar sobre un hecho tan trivial como significativo: el apelativo de tía que, desde hace algunos años, empezara a sustituir al de profesora o maestra en escuelas, jardines de infantes y guarderías de varios países de América Latina y, en particular, del Brasil. Al poco tiempo de publicarse este libro en portugués, y hallándome en misión de trabajo en el Brasil, me propuse sondear informalmente las percepciones acerca del tía entre las directoras y profesoras de escuelas públicas que iba visitando en diversos estados.

Casi todas dijeron sentirse contentas y halagadas con el trato de tía, asociándolo a cariño y confianza por parte de sus alumnos, a mayor proximidad con los padres de familia, a ambiente escolar agradable, distendido, fluido. Mi mención de un libro de Paulo Freire en el que éste ponía en tela de juicio el apelativo tía, acusándolo de contribuir subrepticiamente a deslegitimar y desprofesionalizar el papel docente, causaba por lo general estupor. El estupor que se provoca cuando se tematiza y pone entre signos de interrogación el sentido común, la cotidianeidad, lo dado por obvio, lo que ha pasado ya a formar parte del reino de la ideología.

Porque lo cierto es que la palabra tía, en tanto portadora de imágenes fuertemente vinculadas al ámbito de la familia y los afectos, satisface por vías insospechadas la necesidad de la tan ansiada valorización (por parte de los alumnos, los padres, la comunidad), bloqueando la posibilidad de prólogo 17 percibir su signo contradictorio, su efecto boomerang sobre la identidad del educador. Esto es precisamente lo que hace del moderno tía –como del apóstol, el héroe, el jardinero, el guía, el conductor, el ejemplo, la vanguardia, y tantos otros símiles con los que se ha ensalzado convencionalmente el ego docente– una trampa mortal.

Esa profesora-tía, que se siente apreciada y querida, está aceptando que es su sobrenombre de tía el que evoca afecto, no su nombre y su papel propios de profesora, de maestra. Aceptando la candidez de la tía, acepta de hecho un conjunto de significados y reglas: las tías dan amor incondicional a sus sobrinos, se sacrifican por ellos, buscan en todo momento la armonía familiar, no reclaman ni entran en conflicto en defensa de sus derechos. En última instancia, la tía, en principio y por principio, como subraya Freire, no puede hacer huelga.

“Profesora, sí; tía, no” es el mensaje central, sencillo y profundo con el que Paulo Freire se propone llegar a los educadores a través de este libro. Mensaje sencillo, altamente subversivo, porque nos hace ver que el título de tía –como el de apóstol o el de sembrador de semillas o el de forjador de juventudes– confunde y adormece, encandila y posterga, y no ha traído de hecho consigo ni mejores salarios ni mayor estatus ni condiciones adecuadas de trabajo ni profesionalización ni perspectiva de futuro. Porque nos recuerda que el apelativo de profesora –maestra, educadora– tiene valor y dignidad por sí mismo, y no necesita ni de sí- miles grandilocuentes ni de apodos ni de disfraces vergonzantes –facilitador, monitor, coordinador, organizador del aprendizaje, gestor pedagógico.

Porque, al desenmascarar a la tía y restituir a la profesora su derecho de dar y recibir afecto en tanto profesora, nos permite reconocer que el amor es parte integral de la calidad tanto del educador como de la educación.

Rosa María Torres. Nueva York, octubre de 1994.

 

Introducción

No sé si quien lea este libro verá con facilidad el placer con que lo he escrito. Fueron casi dos meses en los que entregué algunos de mis días a su redacción, la mayor parte en mi escritorio, en nuestra casa, así como en aviones y cuartos de hoteles. Pero no fue sólo con placer que escribí este trabajo. Lo hice impulsado por un fuerte sentimiento de compromiso ético-político y con una decidida preocupación por la comunicación que anhelo establecer en todos los instantes con sus probables lectores y lectoras.

Precisamente porque estoy convencido de que el logro de la comprensión del texto no es tarea exclusiva de su autor sino también del lector, durante todo el tiempo en el que lo escribí me esforcé en el ejercicio de desafiar a las lectoras y a los lectores a entregarse también a producir su comprensión de mis palabras. Por eso es que formulo observaciones y sugerencias, casi con miedo de cansar a los lectores al hacerlos utilizar instrumentos como diccionarios y enciclopedias, para que no abandonen la lectura del texto por no conocer el significado técnico de tal o cual palabra. Confío en que ningún lector o lectora dejará de leer este libro en su totalidad simplemente porque le faltó decisión para trabajar un poco más. Que abandone la lectura porque el libro no le agrada, porque el libro no coincide con sus aspiraciones polí- tico-pedagógicas, es un derecho que tiene. De cualquier manera, siempre es bueno leer los textos que defienden posiciones polí- ticas diametralmente opuestas a las nuestras.

En primer lugar,  porque al hacerlo aprendemos a ser menos sectarios, más radicales, más abiertos; en segundo lugar, porque acabamos por descubrir que no sólo aprendemos con lo que es diferente de nosotros sino hasta con lo que es nuestro contrario. Hace poco tuve una experiencia profundamente significativa en este sentido. Por casualidad conocí a un empresario que, según me dijo, riendo al final de nuestra conversación, me veía como una especie de malhechor del Brasil. Reminiscencias de lo que se decía de mí en algunos periódicos de los años sesenta. “Fue un placer conocerlo de cerca.

No diría que me convertí a sus ideas, pero cambié radicalmente mi apreciación sobre usted”, me dijo convincente. Volví a casa contento. De vez en cuando Brasil mejora, a pesar de las “recaídas” que lo aquejan… Como ya he subrayado anteriormente, una preocupación que no podía dejar de acompañarme durante todo este tiempo en el que me he dedicado a escribir y leer simultáneamente este libro es la que me compromete, desde hace mucho, en la lucha en favor de una escuela democrática. De una escuela que, a la vez que continúa siendo un tiempo-espacio de producción de conocimiento en el que se enseña y en el que se aprende, también abarca el enseñar y aprender de un modo diferente. Una escuela en la que enseñar ya no puede ser ese esfuerzo de transmisión del llamado saber acumulado que se hace de una generación a la otra, y el aprender no puede ser la pura recepción del objeto o el contenido transferidos.

Por el contrario, girando alrededor de la comprensión del mundo, de los objetos, de la creación, de la belleza, de la exactitud científica, del sentido común, el enseñar y el aprender también giran alrededor de la producción de esa comprensión, tan social como la producción del lenguaje, que también es conocimiento. Exactamente como en el caso del logro de la comprensión del texto que se lee, que también es tarea del lector, es igualmente tarea del educando participar en la producción de la comprensión del conocimiento que supuestamente sólo recibe del profesor. Por eso es necesaria la radicalidad del diálogo, como sello de la relación gnoseológica y no como simple cortesía. No podría cerrar esta introducción sin algunos agradecimientos.

En primer lugar, a Jorge Claudio Ribeiro, amigo y editor, quien me pidió (y fácilmente me convenció) que escribiese este libro trayendo ya a nuestra casa el propio título del trabajo. Pienso que a Jorge Claudio no sólo debo agradecerle la sugerencia y el pedido que me hizo, sino que debo elogiarle por un lado su empeño para que el texto tomase cuerpo y, por el otro, la fraterna posición que siempre asumió sin llamarme por teléfono jamás, con ningún pretexto, para saber si yo estaba o no trabajando en el libro. También debo agradecer a las maestras Suraia Jamal Batista y Zaquia Jamal, y a las alumnas del curso de magisterio del Colegio Sagrado Corazón de Jesús y CEFAM de la EEPG Edmundo de Carvalho, que compartieron conmigo sus luchas y descubrimientos en la etapa preliminar de este libro.

Mi agradecimiento a Nita por la paciencia con la que me soportó durante los días de redacción más intensos, pero principalmente por las sugerencias temáticas que me hizo, señalando una y otra vez algún aspecto a la luz de su propia experiencia como ex profesora de Historia de la Educación de algunos cursos de formación del magisterio de San Pablo. Finalmente debo agradecer también a Madalena Freire Weffort, a Fátima Freire Dowbor y a Ana María Saul por la apertura y el interés con el que me escucharon y dialogaron conmigo sobre algunas de mis inquietudes mientras yo escribía y leía simultáneamente este libro.

San Pablo mayo de 1993.

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