#CiudadaníaActiva: Una declaración de principios… y de amor

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Soy una mujer y amo los hombres ¿qué se puede hacer? Es verdad que muchos de los que han pasado por mi vida me han dejado más desengaños que aportaciones que valga la pena recordar. Algunos se transformaron con el tiempo, dejando de ser adorables para convertirse en seres abominables, llenos de esa prepotencia relativa al género, sobre todo en estas tierras tropicales donde el machismo es la regla. De otros guardo buenas enseñanzas, ya sea en el ámbito laboral o por su ejemplo de vida, o por su compañía invaluable en ciertos momentos de la vida.

Algunos fueron simplemente insustanciales. 

Son otros los definitivos. En esta categoría reservada para unos pocos están en primera línea mis dos hijos, y no necesariamente por la ternura que me entregan, sino porque a una madre sus hijos la instituyen, y es también evidente que la relación madre-hijo varón tiene sus particulares formas del amor. Después de ellos el listado, que no es largo, está copado por un par de buenos amigos, esos que permanecen como las piedras de río, fijas e impertérritas, que no se dejan desplazar ni por las más temidas corrientes. Y están mis dos hermanos varones, que hacen parte de mí como yo de ellos, en una colección de virtudes y defectos muchas veces compartidos.

Pero más allá de esta especie de impúdica declaración de principios relativa a mi manera de ver el sexo masculino, mi intención es fijar unos márgenes para hablar del #MeToo, que inició su ola en la opinión pública del mundo occidental por allá en el 2017, con las denuncias hechas por la actriz Alyssa Milano en relación con ciertas conductas abusivas de las que ella decía haber sido objeto durante el desarrollo de su carrera profesional.

Foto por formulario PxHere

Al comienzo de esta manifestación, muchas mujeres nos emocionamos, y debo confesar que en ese momento escribí una entusiasta columna adhiriendo de alguna manera a esa irrupción de testimonios y comentarios sobre un problema que ha sido ampliamente ignorado, mejor sería decir aplastado, por la supremacía masculina que caracteriza a nuestra sociedad.

Esa empatía no era gratuita. Es un hecho casi incontrovertible que las mujeres de cualquier condición social hemos tenido que incorporar en nuestra educación herramientas no siempre muy explícitas para evitar el acoso activo de los machos que nos rodean y estrujan desde todas las orillas. Desde los tocamientos indebidos en cualquier calle o escenario, hasta las insinuaciones o palabras obscenas, los chistes misóginos, la presión por la belleza perpetua y la juventud eterna, ese sentirse constantemente reemplazable como objeto del deseo de su pareja de turno, la obligación implícita de ser de carácter suave y tolerante, y los desconcertantes lances directos de los varones que pasan al acto, ya sea de manera física o verbal.

Por supuesto que ante este escenario que satura la vida de cualquier mujer, se desarrollan múltiples actitudes, algunas francamente defensivas, otras que pretenden evitar usando ciertas sutilezas. Ellas van desde el tipo de ropa que se usa, los lugares por los que se puede transitar, el acompañamiento que muchas veces se vive como una necesidad de escolta permanente, las respuestas preparadas con antelación para tenerlas en la punta de la lengua y el desarrollo de cierta fuerza física que se pueda usar si es menester. Y también están, claro, las denuncias, las lágrimas compartidas con las amigas  respecto a las frecuentes humillaciones, las frases o los roces que no se comprenden en un primer instante y se mascullan en la soledad de un inevitable después.

Foto por formulario PxHere

En todo caso, las mujeres vivimos en esta situación constante de desasosiego, un tener que defendernos permanentemente.

Para no extenderme más en la narración de un ambiente que es más o menos conocido para todos, lo que me interesa afirmar es que no obstante todas estas dificultades objetivas, los hombres siguen siendo deseables, seres a los que es debido y posible amar y considerar.  Como mujer no renuncio a esa posibilidad, ojalá en el establecimiento de relaciones equilibradas y respetuosas, en donde el reconocimiento mutuo sea la base de la convivencia, cualquiera sea el tipo de relación que se plantee.

Por ello, veo con preocupación las pendientes por las que va rodando el movimiento del #MeeToo. Iniciando como he dicho con la idea de hacer emerger un fenómeno social omnipresente de vulneración de las mujeres, se ha deslizado hacia las oscuridades de la sentencia prejuiciosa, los señalamientos facilistas, la pública difamación, la condena sin prueba, la estigmatización inquisitoria.

Pobres hombres, debo exclamar entonces, y no espero que mi brusco cambio de costado sea comprendido. Tristes mujeres, que han empezado a mirar a sus compañeros de siempre como unos enemigos

¿De verdad les parece digno de ser vivido un mundo sin flirteo, sin seducción, donde todo intento de erotismo deba ser reglamentado y autorizado?

¡Qué escenario más aburrido!, sería lo primero que podría afirmar.  ¡Qué vida más desgraciada!

De haber sabido que a esas tinieblas iban a conducirnos las mujeres que iniciaron sus denuncias con la idea de hacer luz sobre lo no dicho, mejor habría tomado una precoz distancia y evaluado, tal vez de una manera más prudente mi inicial entusiasmo con la emergencia del #MeToo.

A casi tres años del surgimiento de esta protesta, el próximo octubre, quizás sea más sensato y más justo empezar a decir #MeeNo. O, hacerse una militante más activa del simpático contra-movimiento fundado por mi buen amigo, el escritor Gustavo Colorado, en reacción a tanta estupidez concentrada, y cuyo dulce nombre recuerda un bolerazo: “#MeNoNo sé tú”. 

Directora del portal web La Cebra Que Habla

6 COMENTARIOS

  1. Querida amiga, hay una expresión que no por deletérea es
    menos sincera y precisa para la ocasión que nos ocupa a la hora de formular un juicio sobre esos brotes de rebeldía, denuncia o sentimiento de discriminación, y es: todo pasa.
    Vea pues que quienes como tú habrían puesto las manos en el fuego por las ideas de la Milano, terminaron en los seductores brazos musicales de Manzanero y Luis Miguel. Yo estoy de acuerdo contigo. No sé tú.

  2. Vida Parva, dice una amigo de Marsella y hasta se escribió un libro donde descifró que en relaciones con mujeres y bandidos, en cierto momento de la vida, la pita se le enredó. Enredao estuve cuando sentí que las mujeres de mi cultura nos educaban en el machismo o en el temor a las mujeres que no fuesen una copia de la mamá. En esa partitura cada mujer u hombre movíamos socialmente como reproductores culturales, a uno atado entre esos temores le explotaba la inferioridad con la fuerza del machismo avasallante. La educación para la libertad y los derechos movió fuerzas creadoras de mejores visiones, la precisión y diferencia entre género, sexo, erotismo, el goce hedonista. Movimientos que politizan esa vaina y buscan soluciones como asuntos de cuotas. ¿Cómo se debe sentir y vivir en la libertad hoy? La vida transcurre en un continuo fluir donde lo masculino y femenino y sus variaciones confluyen. En esa confluencia transcurren amores, erorismos, explosiones, credos arcaicos y nuevos. Marta. Has puesto una tarea fascinantemente complicada, lo complicado es entender como son los mundos y las culturas y como deberían ser nuestras misiones creativas, reproductoras y productoras. Ah vida Parva.

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