Con el fuego en las manos

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El pianista Manuel Alzate González presentará en la ciudad de Pereira el día 06 de noviembre en el Teatro Comfamiliar, un recital de preparación para optar al título de Magister en interpretación y pedagogía del piano, Facultad de Artes, Conservatorio de música, Universidad Nacional, Bogotá.


 

 

En el capítulo 11 de Butes, Pascal Quignard escribe:

“Timógenes escribió: De todas las actividades letradas la música es la más antigua, solo el movimiento de la luna la precede.”

Inesperadamente Quignard hace que, como el personaje, nos lancemos a lo insondable buscando una música que solo suena en nosotros. En la búsqueda, tal vez, cada uno encuentra sus apariencias en la medida que se inventan. Para el pianista Manuel Alzate los compositores son una especie de filósofos del sonido. La música, en consecuencia, narra el mundo y sus infinitas formas, a la par que revela la historia de todos los hombres.

Proveniente de Pereira empezó clases de iniciación musical en los cursos de Extensión de la Universidad Tecnológica de Pereira en la facultad de Bellas artes. Ingresó tiempo después a la escuela de música de la caja de compensación Comfamiliar Risaralda, donde inició el estudio de teclado y gramática musical. Al concluir el colegio ingresó al programa de Licenciatura en música de la UTP. Allí, bajo el sol y bajo las estrellas, empezó seriamente su ejercicio pianístico, bajo la enseñanza de los profesores Milton González y Mauricio Zapata.

Mientras tanto, como el joven Mozart bajo el esplendor de Viena interpretaba las Fugas de Bach, Manuel Álzate forjó un pensamiento musical autónomo. Finalizando el pregrado en la UTP viajó a Bogotá para estudiar en el Conservatorio de la Universidad Nacional, que le otorgó el título de pregrado en piano.

En su casa la música hacía parte del paisaje y con esa singular casualidad creció Manuel. Su abuela materna y su hermana aprendieron violín y piano en el colegio. Sus dos abuelos eran, desde luego, hombres muy sensibles a la música. Sensibilidad que, sin hacer ruido, recibió como un amanecer  y guarda como un amor lejano. De hecho, en la interpretación con sus manos de fuego, reproduce una sensibilidad que murmura en forma de leyenda.

 

 

 

Su padre, por otro lado, interpreta la guitarra y es, a su vez, un entusiasta y apasionado melómano. En su casa, como si desde antes o desde siempre, la música camina por los corredores.

Mientras interpreta Manuel Álzate siente un conjunto de emociones diversas, profundas. Para él las obras musicales son representaciones sonoras de la realidad. Una abstracción. De hecho sus ensayos son largos: va desde la lectura del texto, es decir, en descifrar la partitura. Luego la memorización. Y después, poco a poco, como un luthier que busca en la madera la perfección, pule constantemente las obras. Curiosamente vuelve a ellas a cada momento, limando asperezas. Busca posibilidades, repite hasta encontrar la armonía justa.

La elección del repertorio, esta vez, para recibir el título de Maestría en Interpretación y pedagogía instrumental con énfasis en piano de la Universidad Nacional, lo realizó en conjunto con el maestra Piedad Pérez y el maestro Mac Maclure.

Jugará en primer momento con la Partita no. 2-  bwv 826 de Johann Sebastian Bach. Esta Partita, con sus seis movimientos: Sinfonía, Allemande, Courante, Sarabande, Rondó y Capricio, llena de contrapunto y de una sutileza rítmica, es una propuesta alterna de Bach con la danza típica y la suite. Continua el repertorio con la Sonata no. 31 Op. 110 de Beethoven. Una sonata donde Beethoven nos señala un retorno a la vida y sus matices, bajo un juego de fugas, una complicidad que repite los compases del corazón: tan cercana, tan humana. Frederic Chopin, como todo un universo, también está dentro del repertorio para el concierto.

El Nocturno Op. 55 no. 2. Y añade, desde luego, una pieza más de Chopin: Scherzo no. 1 op.20. Chopin, singularmente, posee un lirismo que recobra la capacidad de soñar. Obras que nos deja huérfanos con una extensa metáfora entre el silencio y la noche. Finalmente, Shostakovich: Preludio y fuga Op. 84 no. 24. El intérprete, en este punto, recoge todos los vestigios de vida interior y entrega el fuego que empuña en sus manos. Será, esta vez, Manuel Álzate quien nos entregue el fuego como una eternidad.

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