“En Cloe, gran ciudad, las personas que pasan por las calles no se conocen. Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros que podrán ocurrir entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, las caricias, los mordiscos. Pero nadie saluda a nadie, las miradas se cruzan un segundo y después huyen, buscan otras miradas, no se detienen. Pasa una muchacha que hace girar una sombrilla apoyada en su hombro, y también un poco la redondez de las caderas. Pasa una mujer vestida de negro que representa todos los años que tiene, los ojos inquietos bajo el velo y los labios trémulos”.
De las ciudades invisibles de Ítalo Calvino
Siglo XX.
—Venimos de tiempos idos que no reconocemos, Siglo XX y cambalache. Somos hijos de los tiempos de la familia extensa—
Decía Toño Bonilla Jaramillo, arquitecto constructor de dieciocho iglesias y treinta edificios emblemáticos; soy Jaramillo de Sonsón, uno de los tantos descendientes del semental de Sonsón. ¡El tata Jaramillo!.. ¡Un padrazo!.. Dejó regados ochenta y siete hijos. Las manos de ese viejo tenían el agarre del acero y jamás las estrechamos, lo vi arrojar una herradura que voló como una bala, sus dedos tenían el trinque de un halcón y las habilidades de un serrucho.
Siglo XXI. Y preguntaba a otro arquitecto amigo suyo;
—vos que, ¿también sos Jaramillo de los de Tata, el semental?… O acaso sos hijo del otro Jaramillo.
Pensaba y pensaba el otro:
—No sé, debo ser del otro, no reconozco bien de donde viene mi apellido—
—Yo si lo sospechaba ya, venís de la ralea de los hijos del cura Jaramillo, ese salía del altar para la cama y oficiaba.
En estos días aún puede ser vigente el tango “Cambalache” como expresión de una contracultura. Vivimos los tiempos de extinción de la familia extensa tradicional. Es fuerte el individualismo. El mundo es fragmentado y los consensos duran tan poco. Pereira ya no es un pueblo de colonos, cada día las noticias nos asaltan desde los hechos divisorios que dan sentido a una fragmentación tormentosa.
Y decía Toño Bonilla:
—deshazte de tus dos bestias, esa ambición y esa ansiedad, ¡mírate! tenés la marca de esas dos herraduras en la calva. Ya, puedes deshacerte de tu carro y los cacharros. Deshazte de todos los dispositivos electrónicos, si lo haces, recuerda que esos son unos cocos, son de esos que nos asustaban en la niñez, no sabíamos que era eso pero ya sí. ¡Tranquilo!… no te seguirán. O te seguirán seguramente cuando tú mismo les pones un alma que te ata a ellos. Eso se verá muy feo entre tu ataúd.
Y decía el otro:
—No me diga eso, Usted no conoce Bonilla, entre esas redes de contactos cuyas palabras llegan a mí; ahí está un diluido de puntos de vista, pensamientos y lenguajes, es probable que renazcan aglomerados de contactos humanos despedazados, en algún momento volverán a emerger como tribus regionales o incluso globales; y, como son tan agresivos, podrán ser semejantes a las tribus que se enfrentaban con la agresión de tiempos primitivos, como la edad de hielo de los homos que se tragó a los dinosaurios y neandertales, sería una destrucción de pueblos y especies sobre otros como ha sido siempre. ¡Vea pues!… quiero hablar de lujo y vida y pienso en decadencia. Son mis cosas de viejo.
Bonilla:
—No jodás. No hables mas barbacha, esa gente solo mira sus pantallas; míralos, ahí están las copas de los árboles arriba de ti, allá vuelan pájaros, esta ciudad es un éxtasis de seres vivientes que están por desaparecer. Pero ahora se multiplican y se harán más vivos esos aparatos inventados. No sé si por ahí se podrán oler las hojas húmedas con aroma de naranjo.
El otro:
—Mirá Bonilla, habrá mucho que ver. Nuestra pequeñez es tan basta que uno no se da cuenta de su propia oscuridad. Ya lo decía mi abuela, que sus huesos eran hechos de luces de estrellas. Y, ¿acaso no somos hijos de la luz?… Y vos ahí, encorvado. ¡Porque a mí!.. Me levanto, tomo cafecito, hasta me doy cuenta, lo que me hace levantar es el peso de mis expectativas. No te das cuenta, no estamos tan viejos, si a nosotros nos anima es la luz. Así caminemos a veces como un cangrejo entre el agua turbia bajo la lluvia.