Cuando la sangre es noticia

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¿cuándo nos comenzó a parecer tan normal un muerto? ¿Por qué esa insensibilidad?


Texto extraído de: El Universal

Por: Johana Corrales

 

Habemus muerto”, le escribió hace unas semanas, tipo 6 a.m., una reportera de Judiciales de este medio a su editor por WhatsApp. El mensaje iba acompañado, además, de varios emoticones que evidenciaban su felicidad.

Por esos mismos días, otra periodista de Sucesos hacía su acostumbrado recorrido en uno de los carros de este matutino y no encontraba nada para llenar sus páginas sensacionalistas. A lo que pensó en voz alta: “Ay, Diosito, mándanos un muertito. Uno solo, por favor”.

Situaciones como estas ocurren a diario en los medios de comunicación, en donde, por el afán de vender y producir, sus empleados se dejan absorber por la rutina e inconscientemente desnaturalizan un hecho tan fatal como es la muerte.

Según el docente e investigador Ricardo Chica Gelis, para analizar el género periodístico comúnmente conocido como judiciales, sucesos o crónica roja, hay que hablar del concepto explosión periodística, explicado por el español Lorenzo Gomis en su libro Teoría del periodismo.

“La explosión periodística o noticiosa no es más que un acontecimiento que constituye una sorpresa, un hecho insospechado e inesperado. La explosión noticiosa casi siempre está relacionada con la mala noticia, y la mala noticia casi siempre involucra una pérdida de vida o varias en circunstancias absolutamente impredecibles”.

Pero, ¿cuándo nos comenzó a parecer tan normal un muerto? ¿Por qué esa insensibilidad? ¿Es posible tratar como material de trabajo la tragedia de un semejante?

Chica Gelis explica que puede estar relacionado con que la noticia se produce en el marco de una organización, es decir, en las empresas periodísticas. Dichas organizaciones ponen a funcionar cinco niveles: el primero es el individual: el periodista está obligado a producir una noticia.

“Entonces entran otros elementos que inciden en la producción de una noticia: si es hombre o si es mujer; si es joven o una persona mayor; si el periodista salió de una universidad o es empírico; si está muy marcado por una religión o es agnóstico. Todos esos elementos marcan una impronta en la producción del hecho”.

El segundo nivel tiene que ver con las rutinas profesionales. Todos los periodistas tienen que cumplir unos ritos: un consejo de redacción, salir luego a la pesquisa. Para ello cuentan con unos recursos como un fotógrafo, un conductor, una camioneta. Este nivel hace que se profesionalice el oficio de la producción de las explosiones noticiosas.

El tercer nivel es la condición organizacional. El cuarto es el contexto, donde -dice el investigador- se está viviendo una guerra social, distinta al conflicto armado.

“La guerra social son las distintas manifestaciones de la violencia: violencia intrafamiliar, contra sí mismo, barrial, inseguridad urbana, violencia contra la mujer, los niños, la disputa por el espacio, porque sentimos que no cabemos; violencia por el estrés, por la falta de plata, por todo. Entonces ese contexto de guerra social es el material con el que trabaja ese periodista y de ahí es donde saca Lorenzo Gómis la explosión noticiosa”.

El quinto nivel es el ideológico y está relacionado con el sistema capitalista y la necesidad de vender cueste lo que cueste. Las imágenes sangrientas en primera plana es el gancho que motiva a la gente a consumir, que es lo que finalmente le interesa a los dueños de las empresas periodísticas.

 

Sin muerto, no hay emoción

Edwin Torres lleva 5 años como editor de El Teso. Pero antes estuvo 10 en la sección de Sucesos de El Universal y otros 9 trabajando en el periódico La Libertad, para un total de 24 años haciendo crónica roja.

-¿Cómo es un día sin muertos?-pregunto.

-Es un día tenso, angustiante y aburrido.

Si no hay muertos, el periódico que coordina no se vende igual. Necesita una buena foto para la portada y una historia que

“cumpla con todos los ingredientes básicos, como la de hoy (martes)”.

Y saca, con orgullo, el ejemplar que tiene en la portada la foto de un joven baleado por un policía. La piel blanca del muchacho contrasta, terriblemente, con su sangre. Eso, más el enorme titular que lo acompaña: “Desgracia”, sirven de gancho para captar más lectores.

No sólo visualmente es justo lo que necesitaba para abrir, sino la historia que se teje detrás del hecho: la sensación es que se logró un excelente cierre de edición.

“A este señor (el papá del muerto) se le quemó el jueves santo su local de toda la vida en el Mercado de Bazurto. El tipo perdió todo. Entonces ayer (lunes) vienen y le matan al hijo, quien, supuestamente, había salido a vender la moto para ayudarlo con la plata a recuperar parte del negocio. Me parece más noticia el drama del señor, que el mismo muerto. Aunque sí exploté la foto del cadáver”

explica.

Cree que la misma cotidianidad ha hecho que pocos acontecimientos lo sorprendan. Reconoce que con los años que se ha vuelto insensible. De todos los cubrimientos que ha realizado, el que más recuerda fue cuando trabajaba en Barranquilla, en el diario La Libertad. Le informaron sobre una masacre en el pueblo flotante de Nueva Venecia (Ciénaga Grande).

“Cuando llegamos, el único pedazo de tierra era la iglesia, que tenía una plaza enfrente. Bueno, en ese pedacito había 40 muertos tirados. Yo me quedé en la canoa y el fotógrafo tuvo que montarse sobre uno de los muertos para poder hacer la foto. Nada más el hecho de ver al reportero gráfico sobre un cadáver fue impactante”.

 

Hay que volver a la crónica de antaño

No es un secreto que el periodista se ve afectado por una serie de dilemas, pero al final sabe que no puede dejar de reportar, de decir la noticia. Entonces, ¿qué debe hacer?

Para Chica Gelis, el periodista debe seguir practicando los elementos mínimos del periodismo, como por ejemplo, confrontar las fuentes. Cree que se ha perdido la investigación, la expectativa y los elementos literarios propios de la crónica roja que apareció en los años 30 y 40 en Estados Unidos y en los grandes centros urbanos de América Latina.

“En la crónica roja de antaño te contextualizaban, te daban información, jugaban con la expectativa, no se quedaban solamente con la nota descarnada y la fotografía sangrienta, no. Había toda una vivencia y sensibilidad que tenía que ver con esa nueva faceta de la vida urbana, que era el crimen: la mafia, las sociedades secretas, el mundo de las prostitutas y el cabaret. Todo ese desapareció. Yo sí lamento mucho eso”.

 

El muerto vende

A la entrada de este diario está Víctor Pérez. Trabaja como auxiliar de contabilidad y cajero. Es quien recibe el dinero de los voceadores. Me explica que el día que más se vendió el Q’hubo fue cuando mataron a Jesús María Villalobos, mejor conocido como “El perro”.

No sólo por la foto sanguinaria que se pudo conseguir a través de un policía que la tomó, sino porque era un personaje que representaba una tradición popular y que varias generaciones conocían.

“No era cualquier muerto: era ‘El perro’. Esa foto no la tenía nadie, nada más nosotros. Me acuerdo que fueron 22 mil los ejemplares que tocó imprimir”

dice el cajero.

 

Más que morbo, miedo

Pero, ¿por qué producen tanto morbo este tipo de publicaciones? De acuerdo con Chica Gelis, la gente que lee crónica roja más que morbo, siente miedo de que le ocurra algo parecido.

Explica que el miedo viene siendo una fuente de imaginarios sociales; es decir, un recurso colectivo que sirve para cuidarse a sí mismo.

“¿Qué te da miedo? La noche, ciertos espacios por donde no te puedes meter, ciertos barrios, ciertos lugares, ciertas situaciones, por ejemplo, las aglomeraciones. El miedo se va constituyendo en un criterio para poder habitar la ciudad”.

Afirma que el miedo es lo contrario a la confianza, y eso acaba con un patrimonio que es crucial para la buena convivencia: la buena fe.

“Me parece gravísimo que las relaciones entre nosotros estén marcadas por el miedo. Por lo que leemos en las noticias, no podemos confiar ni en la Policía. Terrible”.

Contamos historias desde otras formas de mirarnos.

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