De ver pasar: Más colombiano que nunca

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De ver pasar por el aeropuerto, Rigoberto Gil reflexiona a partir de una lona promocional que busca enaltecer a los “Héroes bicentenarios”.


 

El escenario es un campo de batalla nada reciente: solo tiene 200 años. Lo que sí es reciente es esta puesta teatral y telenovelesca que busca enaltecer lo que la publicidad afirma: el avance por Colombia de unos “Héroes bicentenarios”.

Como toda publicidad lleva implícitos mensajes subliminales, los de aquí me inquietan. Para empezar, es inquietante que el Estado haya escogido los aeropuertos para promocionar la labor bélica, pero poco turística de sus fuerzas militares. Esta que ven aquí está a un lado de las cintas transportadoras que le retornan al viajero su equipaje. Es un lugar estratégico, sin duda, porque mientras uno espera minutos a que aparezca su maleta, es imposible que el viajero no se percate de esta imagen impactante y que se haga partícipe de un escenario cinematográfico en conflicto.

 

 

Porque donde hay conflicto civil y masculino –en este drama de tragicomedia no existen las mujeres– termina por apuntarse con mosquetes realistas o patriotas, con fusiles de largo alcance, o en el peor de los casos agrarios, con machetes de cortar caña. Guerra es guerra; lo importante es dar de baja al enemigo, así no lo veamos. Esto garantizará pasar a la historia como un héroe, y en este caso, como un héroe tan antiguo como el conde Drácula, un Héroe bicentenario, más colombiano que nunca.

Si la viajera que arribe a Colombia proviene de Oslo, donde cada año se entrega el Premio Nobel de la Paz, tendrá que decir: “¡Qué horror, adónde he venido a parar! Pero si solo vine a conocer las bondades del paisaje cultural cafetero”.

Si el viajero memorioso proviene de Bosnia, ante esta imagen deducirá: “Situación difícil la que enfrentan estas gentes. No les basta con el accionar de los soldados, también los civiles se hacen a las armas y comparten el mismo lugar de la batalla”. Si el viajero es un ucraniano entrenado en el arte de la guerra, su primer reflejo será protegerse y nada raro que se tire al piso o tome de rehén a un turista chileno, afecto a Pinochet.

Su reacción es natural cuando comprueba que allí impera la anarquía, que el enemigo invisible, camuflado en la bruma de las tres cordilleras andinas, ataca por la vanguardia y la retaguardia. Y como si este gesto vanguardista, surreal, no fuera suficiente, hay un soldado en posición de tiro que apunta a los pies del perplejo visitante.

Menudo cuadro goyesco.

Nada extraño que la noruega, el bosnio y el ucraniano hayan arribado al país pensando que disfrutarían de un clima pacífico derivado del posconflicto. Esta puesta en escena les anuncia lo contrario y los previene: ¿qué se creen, ah, señoritos del primer mundo? Aquí todavía hay cosas por resolver y muy serias.

“Mi profesión es hacer disparos al aire”, se lee en un poema de León de Greiff. En fin: si yo fuera ellos reclamaría mi maleta y buscaría la forma, sin importar sobrecostos y así reduzca la cantidad de millas, de regresar de inmediato a casa: ese nicho ideal, indivisible, de nuestra seguridad democrática.

(La Celia, Risaralda, 1966) Ensayista, novelista y profesor universitario. Inició su profesionalización con el título de Licenciado en Español y Comunicación Audiovisual de la Universidad Tecnológica de Pereira. Especialista en Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Caldas

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