El encanto del limonero

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Quisiera regalar una canastita de limones a la chica que corroe mis sueños, recién cosechados como los del huerto del Edén


 

Quienquiera disfrutar de verdor todo el año debe plantar un limonero. En esta jungla de asfalto en la que la monotonía lo es todo y las aceras hacen el paisaje gris, aplaudo a quien se le ocurra sembrar aunque sea un espino en la vereda de su casa. Y ciertamente, los limoneros poseen espinos para que no los joda nadie ni siquiera los perros. Porque nunca falta un transeúnte malentretenido que ande rompiendo ramas o arbolillos por pura maldad.

 

Siempre es una alegría contar con un arbolillo en el jardín. Fotografía José Crespo Arteaga.

 

Desde ya detesto a un vecino que decidió mutilar el limonero de su patio sin motivo alguno, que ni sombra le hacía y hasta era un insólito adorno colmado de frutos amarillos que disimulaba toda la mugre de sus cachivaches tirados alrededor. No es bueno ofrecer margaritas a los cerdos, ni limones habría que decir.

Yo que soy un caminante infatigable tengo la manía de estirar la mano allá donde me tope con el primer arbolillo de limón. Suelo arrancar una hoja tierna y restregarla en los dedos para drogarme con su fragancia. Supongo que es un hábito que arrastro desde la infancia, que me lleva a huertos y otros parajes que mi mente no recuerda pero que alguno de mis sentidos guarda memoria.

 

La reciente cosecha en casa, hasta para obsequiar a los parientes. Foto José Crespo Arteaga.

 

Es curioso que la gente, al igual que los pájaros, no arrase con los limones como sucede con otras frutas que ni dejan madurar completamente. Por toda la ciudad hay limoneros desperdigados donde siempre habrá algún fruto al alcance de la mano; no importa si está cubierto de polvo fino, el aroma cítrico que desprende al limpiarlo y frotar su cáscara no tiene parangón.

Quisiera regalar una canastita de limones a la chica que corroe mis sueños, recién cosechados como los del huerto del Edén, y ponerle un lazo con una etiqueta tipo “con todo mi amor”. Ja, tal dulzona dedicatoria no haría juego con mis frutos agridulces y se prestaría a diversas interpretaciones. Como mínimo, creerá que soy un agrio o tal vez un sátiro disimulado. A veces, lo original no siempre es el mejor camino para llegar al corazón de una mujer. Así que toca hacer limonada, no más.

 

A falta de un arreglo floral, un sutil decorado salva la función. Fotografía José Crespo Arteaga.

 

No queda de otra, mejor, solacémonos con unos buenos drinksque el destino todavía nos permite mientras corre el tiempo inexorablemente. Tener un limonero en casa es, desde todo punto de vista, ventajoso; fuera del verde fulgor que nos depara su perenne follaje, el año redondo no nos faltará sus frutos para cualquier ocasión. Que los tragos amargos de la existencia se toman mejor con limón, aseguran los que saben.

Y ciertamente, las penas se diluyen al compás de un buen trago donde no debe faltar, por gusto y por estética, un bendito limón. ¿Qué sería del tequila sin su cacho de limón? ¿Y cómo aligeraríamos el ardor de un Singani (aguardiente de uva) sin la perfumada esencia del limón? Dejemos que la vida fluya a través de la garganta saboreando un excelso chuflay, el trago más boliviano donde los hay.  Así que: ¡¡salud!!

 

P.S. Naturalmente, se precisa agua del limonero para disfrutar un buen trago en toda ocasión.

Bitácora del Gastronauta. Un viaje por los sabores, aromas y otros amores

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