Por Héctor H. Quintero |
Preguntarse en tiempos de pandemia sobre las necesidades humanas, resulta necesario para entender si es posible un cambio. ¿Qué efectivamente necesitamos para vivir? ¿Qué requerimos para sentir que estamos con otros en una gran nave espacial y que es agradable compartir el espacio con ellos? ¿Nos llena la soledad? ¿Nos complementan las pantallas, entregando el calor requerido para no anidar la angustia? ¿Son tan importantes las prácticas de consumo? ¿Notamos qué de pronto nos encontramos entre extraños, así sepamos que son familia? ¿Cuántas distancias hemos creado, cuántos abandonos, cuántas huidas? ¿Valen la pena los dioses de barro y sus oradores fatuos? ¿Cuántos bastones utilizamos para equilibrar nuestra marcha, porque olvidamos hacerlo de manera autónoma? ¿cuánta ignorancia hemos acumulado por comodidad y flojera? ¿estamos dispuestos a replantear conductas y actitudes?
Más allá de lo que requerimos o necesitamos, de lo que suponemos merecer, hoy tenemos un sitio concreto: el lugar que habitamos, donde nuestras previsiones, miedos compartidos y expectativas sobre la vida futura, se recrean hasta el punto de aceptar con un nivel significativo de racionalidad que vale la pena reducir el acceso al espacio con la esperanza de ganar tiempo de vida propia y ajena.
Y eso de nuevo nos ubica en el espacio reducido, en este ínfimo lugar que suponemos debe suplir el conjunto de nuestras necesidades.
¿Qué nos hace humanos en este caso? Reconocer la fragilidad, ¿Asumir que la enfermedad, el trauma y la muerte son experiencias que desestimamos cuando no es evidente que hacen parte inherente de la existencia? ¿Revelarnos en la intimidad contra un encierro que consideramos injusto, excesivo y autoritario? ¿Asumir que todo en nuestra vida debe seguir funcionando de la misma manera, y por ende el mundo y sus representantes tienen plena responsabilidad de lo que tenemos o dejamos de tener? ¿Añorar las prácticas cotidianas que en general están agenciadas por otros anónimos? ¿Disponernos a una adaptación crítica que pone en tela de juicio nuestras costumbres y forma de uso de las cosas?
Son demasiadas preguntas, sin embargo esta contracción del espacio y expansión del tiempo permite una reflexión sobre todas ellas, quizá no con la profundidad, coherencia y hondura de los filósofos, o con la capacidad reflexiva de los científicos, o la magia de los artistas. Así lo hagamos desde nuestro básico mundo, desde esa realidad que está mediada por nuestro pensar (como atributo sociocultural), tiene un sentido importante, en tanto nos estamos dando la oportunidad de ubicarnos en el lugar de lo observado.
¿Qué reproducimos o dejamos de reproducir de aquello que limita, distancia, excluye, señala, violenta o agrede a otros? ¿Qué generamos en términos de coexistencias armónicas, incluyentes, amorosas y pacíficas? ¿Cuántas de nuestras prácticas asumen la premisa básica del plural? ¿Cuántas se desbordan en individualismos extremos y nihilistas?
Abordar una reflexión que nos ubique en las actitudes, las conductas y las contradicciones sociales (Galtung), promueve de plano entender que somos en tanto otros son, que hacemos en tanto otros hacen, y lo mas fuerte, creemos en tanto otros creen.
Este encierro es un ejercicio de creencia colectiva, creemos en la ciencia, la matemática y la epidemiología, así ni siquiera sepamos cómo se producen y practican dichas disciplinas. Creemos que el tiempo presente oferta mayores oportunidades que el pasado, con unos sistemas de salud y unas prácticas de salud pública que reducen la posibilidad de enfrentarnos a muertes masivas y enfermedades destructivas.
Sin embargo, también creemos en la guerra, el poder del dinero, el valor del prestigio y la benevolencia de la injusticia. Creemos en el castigo divino, el favorecimiento gratuito y la ausencia de responsabilidad cuando un ser superior decide el perdón. Solemos deambular por la tierra con nuestro ego determinando lo que es bueno y malo, lo correcto e incorrecto, sin tener en cuenta unos básicos de coexistencia terrestre, que definen el impacto de nuestras acciones en otros.
Por ahora este encierro, este estar adentro, este encuentro masivo con lo privado e íntimo, es la gran oportunidad para deambularnos, reconocernos, representarnos. Con ello sería quizá posible, deambular, reconocer y representar a otros.
¡Eso cambiaría muchas cosas!
*Médico y docente universitario
Última entrada del autor