El encierro en tiempos de pandemia o las formas de la locura

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Se nos han dado multitud de instrucciones acerca de cómo relacionarnos socialmente para detener la progresión de los contagios de la covid-19. Incluso muchas de estas restricciones o pautas han quedado consignadas en decretos del orden nacional o local. Se han promulgado leyes, se han desperdiciado recursos en campañas publicitarias o en insulsos mensajes de texto enviados a cada teléfono móvil: #quédateencasa. 

Se ha disparado el uso de geles y alcoholes, de tapabocas desechables y máscaras de acrílico. Es más: al comienzo de la pandemia, se puso de moda usar guantes, hasta que alguien con el tiempo suficiente para razonar, en esta cascada de acontecimientos que no dan espacio a la razón, dijo acertadamente los guantes aumentaban el riesgo que pretendían conjurar.

Foto por formulario PxHere

Nos quejamos del aislamiento, pero lo perpetuamos en el uso cada vez más irracional de los dispositivos digitales.

No queremos esta avalancha de negatividad y miedo, pero replicamos cada una de las noticias falsas, alarmantemente falsas, que aumentan la incertidumbre al respecto de una situación de por sí bastante incierta.

O, aunque no sean noticias falsas, nos dedicamos como nunca antes a llevar el recuento de enfermos y muertos por covid, y a enviar las notificaciones de estos eventos minuciosa y maniáticamente a nuestros grupos y contactos de whatsapp, por ejemplo, cosa que no hicimos jamás ni siquiera con el cáncer o el sida.

El encierro nos afecta, pero, en realidad, tampoco cumplimos a cabalidad con él.

Foto por marcello migliosi formulario PxHere

Los centros comerciales permanecen llenos, y los clubes privados también, para dar solo un par de ejemplos. Son espacios de otra tierra, o de otro mundo, uno en que, a juzgar por la desenvoltura y relajación de sus habitantes, no existe la covid ni virus parecido.  Son lugares para escapar a la sentencia del aislamiento social que, a la postre, terminará por desquiciarnos.

Lo hemos calculado todo, o casi todo, al respecto de las bajas en el PIB, el desempleo, y diferentes proyecciones que olvidan que el ser humano es un ser social por definición, y que aislarlo hará que su ya debilitada psiquis colapse.

La neurosis se ha apoderado de los hogares porque, para rematar, en lo único que somos estrictos es en el cierre de las escuelas y colegios. Es decir, las familias con hijos pueden ir a centros comerciales, a escenarios deportivos y a clubes privados, pero los chicos no pueden asistir a la escuela, o por lo menos no de una manera suficiente que los libere a ellos y a los padres de la condena de permanecer juntos y encerrados día tras día.

Una amiga decía, y creo que tiene toda la razón, que parte importante de las razones por las cuales los padres enviamos los hijos a un colegio es para vivir sin ellos, por espacios de tiempo largos y planificados, para que ambos podamos hacer nuestras vidas. Es decir, pagamos para que los supervisen mientras nosotros vivimos. 

En los países con sistemas sociales más fuertes que el nuestro, el Estado se hace cargo y no es menester costear los estudios básicos, pero para efectos de esta situación da igual, el hecho es que estamos imponiendo a los hogares una carga excesiva de permanencia que amenaza con desestabilizar tanto a los mayores como a los menores de edad. 

Foto por formulario PxHere

¿Y cuál es la razón sustentada científicamente para que en Colombia permitamos las actividades en centros comerciales y clubes privados, pero no habilitemos (u obliguemos) a las escuelas públicas y privadas a funcionar?

En otros países fuertemente afectados por la pandemia como los europeos o el mismo Estados Unidos, la asistencia a la escuela sigue siendo una prioridad social. Entiendo, por lo que he leído en artículos escritos por científicos sociales de los periódicos de esos países, que sociológicamente mantener las escuelas abiertas es un objetivo primordial: salud física y mental para los hijos, y estabilidad emocional y psicológica para los padres.

No se trata solo de la posibilidad de tener una jornada de trabajo en total concentración, sin tener que estar supervisando la actividad digital de los niños que, pese a todos nuestros esfuerzos, practican video-juegos o ven videos al tiempo que silencian el micrófono y apagan la cámara de su salón de clase virtual. Es que los más chicos necesitan socializar, y además que la calidad del conocimiento impartido es tan deficiente que uno podría decir que no están aprendiendo nada.

No se trata necesariamente de deficiencias en las instituciones, éstas hacen lo que pueden. Es que el sistema de educación virtual, a mi juicio, no funciona, ni siquiera a nivel universitario. Sino, pregunten por la deserción en las universidades, y no todo se debe a indisponibilidad de recursos. Tanto los profesores como los alumnos están exhaustos y hartos de esta vida simulada a través de una pantalla. 

“Cuando la maestra habla, apago la cámara y lavo los platos”. Una imagen tomada de un artículo de lemonde.fr escrito por Alice Raybaud

Si de prioridades se trata, salvaguardar la estabilidad psicológica de las familias debería estar en el primer reglón. Con la población joven desadaptada y con deficiencias cognitivas, y los adultos en edad de trabajar, tensionados y cargados de obligaciones (exceso de trabajo, aumento de las deudas y baja en los ingresos, incertidumbre, deber de hacerse cargo, también, de los adultos mayores, etc.), entre las cuales una de las más extenuantes es sobre vigilar a los hijos, la sociedad y su economía, a la que tanto calculamos el PIB, el desempleo y otros indicadores “duros”, está a punto de colapsar.

Directora del portal web La Cebra Que Habla

3 COMENTARIOS

  1. Saludos.
    Martha.
    Muy buen texto de corte reflexivo, aplomado, y con argumentos directos que muestran un panorama general de la psicosis social.
    Y las paradojas persisten: no se puede celebrar tal evento nacional pero si hay tres días de Black Fridays (y esto como dos o tres veces al año). Hablan de miles de millones para ayuda social y salud pero nadie ve nada. Las vacunas son experimentales y un gran porcentaje de personas creen que el tal virus no existe. Mejor dicho. Más que el año de la peste es el año de la locura. ¿Y si todo esto es un experimento social más? En lo personal deseo salir sin el tapabocas para dejar al descubierto mi bigote.
    Saludos.

  2. A propósito del tema de hoy, los invito a que vean el documental “EXPEDICIÓN TRIBUGÁ” en vimeo.com

    El virus de la gripe siempre ha existido y seguirá existiendo con las mutaciones que le son propias.

    El video al que hice invitación, lo miré varias veces, lo que me llevó a deducir: El Chocó es un departamento “rico” en biodiversidad, oxígeno limpio, aguas sanas, especies endémicas tanto de fauna como de flora, pulmón del mundo, patrimonio de la humanidad, en fin “riqueza” por doquier, donde sus habitantes (hablo de los que nacen, viven, conocen y disfrutan de este paraíso), viven felices porque lo TIENEN TODO y por ello, respetan sus ancestros, conocimientos, culturas y el entorno. Pero cuando se mira la vida en Quibdó (por ejemplo), se ve “pobreza” por doquier, sus habitantes han sido “tocados” por las “nuevas civilizaciones” que han llegado, que los hacen apartarse y abandonar sus propias costumbres, su cultura, su entorno, perdiendo el dominio sobre sus costumbres y hermoso entorno, por otras “creencias” en las que quedan “envolatados”, dejándolos en la aparentemente “tierra del olvido”, lo cual, no es cierto. Entretanto, llegan los “civilizados” con fines de consecusión de “riqueza monetaria”, acabando con la verdadera riqueza que nos lo da todo: LA NATURALEZA. Pues bien, en la actualidad y aprovechándose del COVID, los “civilizados” están destruyendo todo lo “construido” para la “civilización” en la que hemos crecido, transmutándolo en “tecnología” sin tener en cuenta el impacto social, cultural, educativo, familiar, ambiental y económico que esto está generando. Sólo los mueve el “negocio” del lucro monetario para pocos, en desmedro del pueblo en general.

  3. Muchas gracias por los comentarios. Al respecto: no comparto ninguna teoría conspirativa, pero, sí creo que, como leí en un reciente artículo de Le Monde a un calificado epidemiólogo, las afectaciones comerciales y al sistema económico en conjunto que ha traído consigo esta pandemia han acelerado las inversiones (y los procesos) en las búsquedas de la vacuna. Dejando atrás viejos temas pendientes, como la tuberculosis o la malaria, que no afectan a los países desarrollados (el centro del sistema capitalista) sino a los países marginales en África y América.
    Para los interesados en este tema adjunto el link del artículo que menciono : https://www.lemonde.fr/idees/article/2020/11/28/le-covid-19-agit-comme-un-terrible-revelateur-des-fractures-sanitaires-de-la-planete_6061439_3232.html

    En cuanto a la reflexión de Maria Cristina sobre el Chocó, no sé que afirmar, porque no tengo claro donde terminan los límites de las costumbres (ancestrales o no) y donde comienza una precariedad objetiva que igual mata a mucha gente que podría no morir (niños, ancianos, etc). Para animar ese debate aún más los invito a leer mi próxima entrada que tiene que ver con ese tema específicamente.
    Gracias nuevamente
    Martha A

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