El limbo de los libros

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Los tres tipos de libros, tan disímiles  en apariencia, comparten un sino común : el de haber sido desdeñados por quienes una vez se cruzaron en su camino cuando, con una pizca de imaginación, pudieron haberlos rescatado del limbo  para devolverles  su condición de impagable


 

Es un ejemplar de Robinson Crusoe, publicado en 1963 en una de esas bellas ediciones  de editorial Losada que hoy son una reliquia en medio del reinado de las impresiones desechables.

En la primera página, un ex libris que exhibe  una flor de Lis coronada por los símbolos de la masonería nos dice que su poseedor fue un Gabriel Roldán, Medical Doctor, residenciado para entonces en la calurosa Barranquilla, según  una  amarillenta tarjeta de presentación que hace las veces de separador.

Lo compré por dos mil pesos en un “Agáchese” de la calle  diecinueve con carrera diez, en el centro de Pereira, y regresé a casa   hojeando el recién adquirido tesoro y pensando en el curioso destino de los libros viejos, que van por el mundo siguiendo un derrotero  acaso más incierto que el de quienes los escribieron.

 

Foto: Diego Val.

 

Unos- los libros de elite, digamos- vivieron una existencia de lujo en los estantes de la biblioteca de  uno de esos hombres de profesiones liberales que entendieron   y asumieron la cultura no como una sumatoria de datos para presumir ante las visitas, sino como una manera de estar en el mundo.

Cuando los patriarcas  que los atesoraron se fueron arrugando como  un pergamino hasta desaparecer de la faz de la tierra, sus descendientes- ágrafos casi todos aunque ostenten títulos profesionales– se deshicieron  de ellos vendiéndolos pesados por kilos a una de esas librerías de viejo que más parecen  una fosa  común que un santuario de la palabra escrita.

Estas, a su vez, cuando la rotación del inventario no satisface las expectativas del dueño, los venden  descuartizados a  alguno de los intermediarios  que  integran la cadena del reciclaje. De modo que, en  mi caso, me siento una especie de héroe anónimo por haber salvado al pobre Viernes ¿lo recuerdan? de una mutilación inexorable perpetrada por un mercader del papel.

 

Foto: Diego Val.

 

Otros pertenecen a una estirpe  maldita: la de los textos de obligatoria lectura en el bachillerato, que los padres de familia compran en ediciones piratas para que sus hijos mal cumplan con sus responsabilidades escolares.

En esa lista están, cómo no, el Elogio de la Locura o Así hablaba  Zaratustra viviendo en público concubinato con esas historias truculentas escritas por   Cuauhtémoc Sánchez para llevar mensajes intimidatorios y edificantes a las  aulas donde los adolescentes  luchan contra los demonios de los estrógenos y la testosterona. 

Una vez despachados y entregado el trabajo al profesor, los libros vuelan en masa  como un ejército expatriado hacia  los mostradores improvisados  por quienes se  ganan la vida revendiéndolos a una nueva promoción de escolares, hasta que empiezan a perder las hojas  al tiempo que las palabras se desvanecen y lo que una  vez fue la historia de una amargo coronel de las guerras civiles se  convierte en un  rompecabezas imposible de descifrar.

 

Foto: Diego Val.

 

Y los últimos, pero no menos importantes, son  esos libros autografiados  por los autores, que en algunos casos incluyen dedicatorias amorosas a inolvidables mujeres ya olvidadas.

Cuando  uno se detiene a contemplarlos formados en fila sobre un papel  desenrollado a la vera de una calle, no puede evitar la comparación con esos calvarios que las madres devotas alimentan a la orilla de nuestros  caminos como una desesperada manera de honrar la memoria de sus muertos.

Los tres tipos de libros, tan disímiles  en apariencia, comparten un sino común : el de haber sido desdeñados por quienes una vez se cruzaron en su camino cuando, con una pizca de imaginación, pudieron haberlos rescatado del limbo  para devolverles  su condición de impagable puente entre los universos presentidos por los autores y los anhelos y temores de esos lectores devotos  que van por el mundo convencidos de que la clave de su destino se encuentra en las páginas de un libro que  ya no alcanzarán a leer.

Contador de historias. Escritor y docente universitario.

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