Fragmentos del libro: El soplo del diablo y otros poemas de Rosa Lentini

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En la sección de Antojos, cortesía de Sílaba editores, compartimos apartes del libro El soplo del diablo de Rosa Lentini. Escritora reconocida el 26 de noviembre del 2019 con el X PREMIO JOSÉ LUIS GIMÉNEZ-FRONTÍN en Barcelona

Fragmento del prólogo

Mediante una abstracción del tiempo la autora se re-lee y sopesa las posibilidades de una justificación lírica de su experiencia vital que se volvió escritura, escritura en retrospectiva.

Eduardo Milán

Sólo los poetas como Rosa Lentini saben lo que hay

 detrás del espejo y sus profundidades: el misterio

del mundo, su origen.

Joan Perucho

En ese lento e irremediable caminar hacia la desaparición, Rosa Lentini no describe la muerte o el deterioro de ningún “otro”, sino el progresivo apagamiento de una mirada.

Jenaro Talens

 

 Contra el olvido

Rosa Lentini da a su última antología de poesía un título sorprendente: El soplo del diablo. Tan sugerente como El peor de los dragones, de Cirlot, que también acaba de salir. Con frecuencia, los títulos de un autor o de una autora arrancan de un verso o un poema, que se alza con la imagen total del libro. Es lo que sucede aquí: el poema inicial extiende su magia a todo el volumen. Pero ¿qué es el diablo? ¿Qué significa ese soplo? ¿Es creación, es destrucción? ¿Qué papel tiene esa figura en la creación poética? Hay algunos autores, como André Gide, que sostienen, incluso, que sin la colaboración del demonio no hay verdadera creación en la obra de arte.

Rosa Lentini – Foto tomada del periódico La Crónica del Quindío

Otros, como Papini o Bergamín, trazan su perfil a lo largo de la historia de la cultura, mostrando su papel en la creación literaria, asociando esta figura con el sentido del oído y con el elemento del aire. Por eso tiene tanta importancia el medio de la palabra, originariamente una creación del sonido, para el oído. La palabra como intermediario. Metal de voz. Pero si para Bergamín, en los años treinta, se trataba de un tema importante, y si para Papini, en los cincuenta, se trataba de una necesidad, para los poetas y artistas actuales significa otra cosa. Una estética, quizás. Para Sharon Olds, por ejemplo, en Satán dice[1], es una provocación, mientras que para Francisco Brines, en Insistencias en Luzbel[2], se trata de una imagen del olvido. Así, este último, en el epígrafe a su libro, escribe:

“Veo, en tus ojos huecos, las tinieblas / y lleva una armadura de humo frío; / me llega sin sonido y sin cautela / el negro Caballero del Olvido”. Y luego en otros versos: “Descifremos el mito: / el Ángel es la nada; / Dios, el engaño. / Luzbel es el olvido”[3].

Otros, como Juan-Eduardo Cirlot, más cercano a los mitos apocalípticos y zoháricos, pudieron escribir recordando a Lilith, o referirse al peor de los dragones, pero en todo caso, considerando al diablo, en su Diccionario de símbolos, como un elemento de regresión y discontinuidad, de lo instintivo y lo pasional. Un papel muy importante ha tenido también en los últimos tiempos en la poesía de mujeres la figura del demonio femenino, Lilith, como voz de la rebeldía, siendo uno de los casos más conocidos el de la poeta libanesa Joumana Haddad con su libro El retorno de Lilith[4].

En cuanto a Rosa Lentini y al libro que presentamos, inserta también con las tradiciones inmediatas, en especial con la de Sharon Olds, con su rebeldía y su proyección de un tiempo sobre otro; pero, sobre todo, con Francisco Brines y su Luzbel, relacionado con el olvido. Para Rosa Lentini la imagen del diablo está relacionada con la tentación del olvido y la reducción de la memoria a nada. Pero también con la elección de una perspectiva inversa: del revés. Por eso escribe:

“El diablo es la tentación de olvidar, en este caso para volvernos más ligeros, para eliminar el dolor, las insatisfacciones del pasado. En el poema, el yo poético entrega al diablo su pasado, en forma de los pequeños objetos que contiene su bolso, pero este, siempre insatisfecho, exige también la llave de su casa, que es aquello que a ella la hace ser quien es. Su negativa despierta la ira del diablo y ella recobra su memoria, pero también el peso doloroso que esta conlleva”[5].

La poesía es, pues, para Rosa Lentini, desobediencia. Desobediencia frente al olvido: memoria.

Mapa de la memoria. Flor de la memoria. Solo así, desobedeciendo, puede oponerse al soplo, a la energía, a la voz del diablo: aquí lo negativo. Mnemosine contra Lete. El fluir de la memoria contra el río del olvido. El río del origen contra el vacío de la nada. Ese es el verdadero sentido del título del libro de Lentini, cuyo primer poema se llama también así: “El soplo del diablo”. Un poema donde, como en la carta XV del tarot, vemos al diablo con cuernos y pezuña, y también con olor a azufre, que observa a la niña, como el lobo, pero al que ella logra despistar bajo un cielo de estrellas pensativas, brillantes. Y al final todo se resuelve, con una sintaxis espacial, casi mallarmeana, con la galaxia al fondo:

“Nada interrumpe la noche / que poco a poco recupera / su apariencia mineral / la niebla que propagó el fuego de la codicia / desvía su ojo denso / y un cielo de nubes dispersas / deja ver un halo de estrellas ingrávidas / casi virginales / en su oscuro universo”. En su obra se conjugan el fervor por el comienzo y el fin, la perspectiva del presente sobre el pasado, el papel de la memoria y la pasión por la búsqueda y el origen. Y en ese sentido conviene avanzar para seguir su lectura.

Poemas

El soplo del diablo 1

Se sienta sigiloso en un banco del paseo marítimo
donde espero el autobús
tiritando bajo la niebla

No me ronda un aliento mortal
sino ardientes esquirlas que enturbian el cristal del aire
mientras el gusano de la lengua se mueve
entre sus dientes
como señuelo de la siguiente presa

Empiezo a dormitar como sobre una espada,
peligrosamente,
él concentra su soplo
su cayado
su broche de diamante
yo me pliego a la amenaza y dejo el papel moneda
sobre la piedra

No basta. Vuela un poco más dice
abriéndose paso en mi cabeza
Al ver mis tarjetas borra el esfuerzo
y el dolor de media vida
y la piel que me impedía crecer cae al suelo

Ni el móvil ni el pañuelo bordado le convencen
su rosada lengua emerge
despidiendo una bocanada de azufre
cuando su pezuña hiende mi corazón

Mi entraña es ya el humo de su boca

Sobre las vetas del pedernal los objetos forman
una pequeña dote huérfana
que engrosan gafas lápices
borradores de poemas manuscritos
en una libreta con iniciales en relieve

Cortante, sin leerlos, insiste: No es eso,
y dice, apuntando su dedo
hacia la llave de casa:
Ya nadie te espera

Nada nos revisita, pero algo regresa
lo que ya no nos ve desgrana su sueño
por el lugar vacío

Miro mi casa con gratitud
su forma de resguardarme
de las grandes palabras de añoranza:
“ayer” y “nunca más”
y cerrando los ojos acudo a la cita

El autobús no ha llegado
Nada interrumpe la noche
que poco a poco recupera
su apariencia mineral
la niebla que propagó el fuego de la codicia
desvía su ojo denso
y un cielo de nubes dispersas
deja ver un halo de estrellas ingrávidas
casi virginales
en su oscuro universo

Lirios

A los dos años le llevo flores
como si meciera a un niño enfermo
las alzo para colocarlas con cuidado
en el centro exacto de su tumba
los frágiles cuellos de los lirios
se ladean como los de los recién nacidos
sobre la fría piedra

Porque tenemos más cosas en común
con los ausentes que con los vivos
creamos el alma
ideando la sombra de un diálogo

La luz cenital de la luna en un cielo
cada vez más claro nos desnuda
como cada madrugada
pero hoy parece enarbolar una nueva plenitud
y brilla hasta que los pensamientos
se vuelven transparentes

Los veo deslizarse por mis hombros
y caer a tierra
Me agacho, recojo los restos
vulnerables como la seda antigua

y un viento ritual enseguida los esparce
por algún extinto lugar
como equivocados deseos

Bajada a Medellín

Suspendida en el aire; mirar, mirar, mirar,
(…) contemplando la Tierra, como si contemplarla
fuera mi forma personal de tener alma.
Sharon Olds

Los colores del mundo compiten
en intensidad ladera abajo:
el rojo de las mantas
de los vendedores ambulantes
a lado y lado de la carretera
el verde de las hojas de los platanales
que les ofrece su sombra
el amarillo de los frutos
entre cerámicas de oro ocre…

Pienso en los cuerpos quemados
de mis seres queridos
como si de ellos solo importara el alma
urnas agrupadas
cenizas esparcidas por la costa mediterránea
la deserción que queda de un ser amado
cuando los ojos reciben a través de la ventanilla del taxi
la paleta cromada
brillante bajo un cielo diáfano

Dentro del coche la tensión y la desconfianza
de desconocidos que comparten un transporte público
y se dirigen al mismo destino
los cuerpos presionados uno contra otro
los asientos que se clavan en el sexo
a cada bache

Sudamos y un olor agrio se expande
nebuloso
alguien abre una ventanilla
y un par de miradas agradecidas se cruzan
un instante

Allí encajonados parecemos ocupar
una simple palabra
un sujeto o un verbo que lidera la frase
un predicado sin sentido en sí mismo
que dirige su corazón a todos los lugares
o un signo de puntuación que el espaciado
del verso vuelve innecesario…

El aeropuerto queda a media hora
cuando un giro pronunciado obliga
a reacomodar las posturas
un bulto que nadie recoge cae al suelo
y con el golpeteo enervante del paquete
sobre la puerta trasera izquierda
el vehículo parece dirigirse hacia un exilio
de puntos de luz sin asideros

Veinte minutos después
las montañas dejan al descubierto
el apunte cada vez más definido de la ciudad
Ocasionales al principio
y luego más frecuentes
aparecen nuevos vendedores ambulantes
—tan parecidos a los de la salida del aeropuerto
que se dirían los mismos, venidos por algún atajo—
con plátanos tiestos macetas
empanadillas molas sombreros de paja
olorosas manzanas y melones cantaloup
que al principio alinean esporádicos
y amontonan al llegar a las afueras

Los hombros poco a poco se distienden
y el paquete desaparece del suelo
recogido por una mano anónima

Como nuestros primeros padres
alcanzamos la cueva tras una larga jornada de caza
bajo un mismo sol a plomo
una mujer espera al grupo
con un cocido humeante
y un lecho mullido de hojas
Veo a mi hombre cruzando el umbral deposita su trofeo
se sienta a mi lado junto al fuego

Llegamos a la ciudad a la cueva
a la conciencia hormigueante
de estar vivos

[1] Sharon Olds: Satán dice, Ed. Ígitur, Montblanc (Tarragona), 2001. Traducción y prólogo de Rosa Lentini y Ricardo Cano Gaviria.

[2] Libro incluido en Francisco Brines: Ensayo de una despedida, Ed. Tusquets, Barcelona, 2011, reed.

[3] Op. cit., pp. 297 y 299.

[4] Obra de la que su autora leyó fragmentos espléndidos en el Palau de la Música Catalana, de Barcelona, hace unos meses. El libro está editado por la Diputación de Málaga.

[5] Encuesta inédita: e-mail del 12/11/ 2016.

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