El parque y sus satélites: las huellas de la memoria

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Buena parte de la ciudad palpita al ritmo del Parque Olaya Herrera. El ocio, la rumba, el comercio, el rebusque, el placer, son claves de un lenguaje que se reinventa día y noche.



Los lugares también están construidos por sus entornos, dotándolos de sentido y singularidad.

El parque como lugar de esparcimiento y de encuentro se prolonga  por el territorio que lo rodea, y  termina siendo testigo fiel de sus transformaciones.

Por el Parque Olaya ha pasado la historia de nuestra ciudad, y en él, a su alrededor, se han quedado espacios que con el tiempo hacen que volvamos a esos años 40 o 50.

 

Nos hacen sentir que el tiempo no ha pasado, a pesar de la volatilidad del mismo. Pero también, inevitablemente, los cambios no se ocultan y nos revelan el paso de los años, los avances y desaciertos.

Los barrios que bordean el parque, los talleres que no han dejado de acompañarlo y los viejos cines del ocio que persisten, que contienen su sazón de atemporalidad, -acaso evocando la libertad del Olimpo- sus mismos tickets, la misma película por día, los mismos clientes… lo de siempre.

Además, cómo no hablar de las satélites que configuran el parque, si son la prolongación de su paisaje, volvemos a él a través de las formas que lo bordean.

Nuestra memoria se construye con esas huellas, con ese paso que a veces no pareciera cambiar, porque la esencia, es, indudablemente la misma: un viejo barrio con vestigios de ciudad.

 

Contamos historias desde otras formas de mirarnos.

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