El quinto hombre. Crónica 2 de 4, estudiantes de Expresión Escrita

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Aquellas crónicas que se alojan en la memoria:

Resulta interesante ver cómo después de realizar varias lecturas, de hablar, de resolver dudas, de lanzar varias preguntas y de dialogar alrededor de los alcances y las bondades de la crónica, los estudiantes afinan su pluma y se lanzan a contar historias.

Esta vez fueron los estudiantes del Taller de Expresión Escrita de la Licenciatura en Comunicación de la Universidad Tecnológica de Pereira (UTP), que después de buscar una idea, desarrollarla, llevarla al papel, corregirla, hasta dejarla en limpio, entregan hoy relatos que considero merecen ser leídos. Sigan. 

Franklyn Molano


Por, Lizandro González Trejos. [email protected]

Mirándose en una fotografía de hace más de cinco años recordó: ya pertenecían, Mancho, Ori, Harry y Guti.

Escribiendo organizó esas imágenes así:

De ese momento no tengo fecha exacta, debían pasar la una y treinta porque a esa hora terminaba el colegio. Tengo la evidencia de lo que pasaría después de este momento, vendrían muchas de las mejores tardes de mi vida, de la mía en la aburrida Institución Educativa Núcleo Escolar Rural de Quinchía, Risaralda.

Como si se tratara de una oportunidad, él estaba allí, sosteniendo la portería, tan encorvado, tan bajito, castaño como alusión a su apellido; con botines deportivos y sudadera, a su cuello un pito o un cronómetro. Entre angustias y deseos le dije:
—Entrenador. Quise decir profesor, así le conocía hasta entonces.
—Profesor, ¿Qué debo hacer para pertenecer al equipo de baloncesto? —En primer momento no dijo nada, sonreía, quizás recordaba que había participado en la carrera de atletismo en la que ocupé el último lugar. Después de mis suposiciones pronunció:
—¿cuándo te acuestas o cuando te levantas sueña con balones cayendo del cielo?, ¿con balones de baloncesto cayendo del cielo? Cagado de miedo y sin saber a lo que me sometía y en su momento sin saber que el equipo de este colegio era de los menos prestigiosos del pueblo, respondí con firmeza —Sí. Cada vez que sueño, sueño con balones de baloncesto cayendo del cielo.

Aun cuando fue amor a primera vista no tenía ni la menor idea de cómo se hacía, no sabía cuáles eran mis habilidades, no sabía cómo podría llegar para ayudar, mucho menos cómo me podría cambiar. No tenía un jugador ni un número de Jersey preferido, luego sabría que quería ser un buen cuatro (4), no un escolta no tendría la velocidad; si un pasador de base. Un base a la antigua.

No podía dormir, no sabiendo que pertenecería a algo; por fin este tiempo aquí iba a valer la pena.

Desperté. Fui al colegio; que si fu o fa en las materias, que si lo uno o lo otro en el recreo. ¡Ah, el recreo! Me paseé cerca al profesor; no pasó nada.

Como si se tratase de una oportunidad él estaba allí, sosteniendo la portería, tan narigón, tan extraño; llevaba la planilla en sus manos. —Jugador. Escuché decirle al profesor; no volteé a ver, yo no era jugador. -Sí, usted- Con ganas de vomitar miré:
—Hoy a las dos de la tarde, con los cortos, esqueleto si tiene y agua de hidratación. No vomité. Bajé la cabeza para indicar que sí.

Tenis de tela marca Venus, pantaloneta peluda y camiseta de mangas. Parecía que fuera a elevar cometas. Llegué al entrenamiento, las manos me sudaron, me sentí extraño, la cabeza me dolía un poco. Ya hacía parte del mejor equipo de baloncesto, de mi equipo.

Ahora no recuerda nada más, o más bien no algo en el orden de cómo llegó el quinto hombre. En esa foto hay otras personas de quienes poco se sabe, del uniforme se identifica y señala con el que lleva pintado el número cuatro (4), tiene el cabello más largo, sus tenis son más cómodos y también sus pensamientos al llegar a ese momento.

Relaciones en construcción

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