El suicidio del poeta. Cesare Pavese 70 años después

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Por Rodolfo Alonso, publicado en Página 12

“Perdono a todos y a todos pido perdón ¿Está bien? No hagan demasiado chismerío.” Estas fueron las últimas palabras de Cesare Pavese, escritas sobre su libro más amado: “Dialoghi con Leucò” (“Diálogos con Leucó, 1953”) antes de suicidarse, el 27 de agosto de 1950, en el hotel Roma, de Turín. Las líneas finales de su tocante diario eran: “Esto da demasiado asco. / Palabras no, un gesto. No escribiré más.” Y sólo pocos días antes: “Basta un poco de coraje.”

Y sin embargo era y es considerado el más brillante de su generación. Había logrado ser director literario de la célebre y respetada editorial Einaudi, en cuya fundación participó. Y poco antes, en julio, había recibido el destacado Premio Strega por tres novelas reunidas como “La bella estate” (“El hermoso verano, 1949”). Parecía difícil que un escritor de 41 años con semejante erudición, exigencia y capacidad de trabajo, llegara a sentirse agotado.

Quizá por eso, lo primero que hizo Ítalo Calvino, quien lo sucedió en su cargo de Einaudi, fue editar varios trascendentes inéditos de Pavese. Aparecieron entonces, por primera vez, “La letteratura americana e altri saggi” (“La literatura norteamericana y otros ensayos”, 1951); “Il mestiere di vivere” (“El oficio de vivir”, 1952), su diario 1935-1950); “Verrà la morte e avrà i tuoi occhi” (“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, 1955), sus poemas finales.

Tres libros que estaban muy ligados con su vida. Todas sus reflexiones, desde las ligadas a su vasta tarea como traductor de la gran narrativa norteamericana, ese resplandor enorme de vida que sintió podía oponerse a la sombra funérea del fascismo, hasta sus ensayos posteriores, donde crece la presencia de Vico y la evaluación de los mitos y las magias como fundamento ancestral de la condición humana. Un preciso y conmovedor diario íntimo, pieza clave. Y además ese fajo escueto de poemas últimos, secretos, y tan flagrantes, tan evidentes, dedicados con discreta semejanza de iniciales (“To C. from C.”) a su desgarrado y doloroso amor por la actriz norteamericana Constance Dowling, con la reaparición serena y devastadora de la muerte, “como un viejo remordimiento o un vicio absurdo”, en un poema quizá más riguroso y verosímil que nunca. Y que terminará dando título al libro.

Pero volvamos por un momento a sus orígenes. Pavese nace el 9 de septiembre de 1908 en el poblado piamontés de Santo Stefano Belbo (Cuneo), entre colinas y viñas, en un contexto campesino donde, aunque hijo de un funcionario judicial en Turín, pasó su infancia y su adolescencia. Allí recibió el influjo mítico-mágico del mundo labriego atávico, que le daría fundamento. Graduado en Letras en Turín fue profesor, y comienza una significativa tarea como traductor que, sin desdeñar a algunos clásicos ingleses como Defoe, Dickens, Conrad y Stevenson, se especializará en la gran literatura norteamericana: desde Melville o Hawthorne a Anderson, Lee Masters, Steinbeck, Cain, Faulkner, Hemingway, Fitzgerald, Dos Passos, Stein, entre tantos otros. Nadie lo revelaría como él: “aquella pequeña revolución que, alrededor de los años de la guerra ha cambiado el rostro de nuestra narrativa.”

En 1935 fue confinado por el fascismo bien al sur, en Brancaleone Calabro. De allí regresa en 1936, con 28 años y los poemas de un primer libro aún desconocido: “Lavorare stanca” (“Trabajar cansa”), una bellísima traducción de Melville, las primeras páginas de un diario tan conmovedor como lúcido, y el dolor fresco de un amor desdichado. Fue muy amigo de Leone Ginzburg y Giaime Pintor, caídos en la lucha por la liberación. Aunque de natural retraído, solitario, llevó una activa vida pública en Turín, donde triunfó y se suicidó. Siempre lúcido, supo definirse cabalmente: “Mi parte pública la he hecho (lo que podía). He trabajado, he dado poesía a los hombres, he compartido las penas de muchos.”

Su prestigio –bien merecido– de narrador y de teórico, hace olvidar a veces no sólo que su obra literaria (y su propia vida) se abren y se cierran con sendos grandes volúmenes de alta poesía, sino que ella –la poesía– es la verdadera raíz, el basamento hondo que da aliento y sentido a todo el conjunto. Para quien conozca los esclarecedores ensayos que seleccionamos y tradujimos con Hugo Gola con el título de “El oficio de poeta”, para quien se haya emocionado al leer las densas e imborrables páginas de su diario “El oficio de vivir”, será imposible dejar de considerar la vida y la obra de Pavese como las de un poeta. Y un gran poeta. Un poeta capaz de repensar y de juzgarse sí, pero también capaz de cantar.

Publicado originalmente en 1936 por Solaria, durante el confinamiento, y con una reedición ampliada y definitiva por Einaudi en 1943, con un Apéndice de dos largos ensayos críticos del autor, “Trabajar cansa” no es solamente un mundo propio y encerrado en sí mismo (un lugar y una edad: la infancia y la adolescencia campesinas), logrado y a la vez comunicante. Cargado de resonancias e implicaciones con otros universos, no menos reales, y al que sería por lo menos injusto calificar apenas como “neorrealista”, sino también (a la vez) la concreción de una experiencia literaria –y humana y cultural– que surge preñada de ricos significados y de acuciantes y fecundos cuestionamientos. Y que toda la siguiente labor y existencia no harían más que llevar a su culminación. La que tal vez se alcanza no sólo con la cumbre de sus “Diálogos con Leucó” (“esos diálogos que son quizá la cosa menos infeliz que yo haya escrito”), auténticamente legendarios, y donde se incluye con el título de “Las Musas” una exactísima y esencial visión de la poesía. Sino también cuando, cinco años después de su suicidio, se publicaron los poemas inéditos de “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”.

Hijo reconocido del mundo campesino que celebra, intelectual buscando triunfos en la ciudad que lo seduce, inexorablemente sediento de un amor que sea más que pasión, de una justicia que nos haga más dignos, la percepción de los significados profundos que hay en la sangre y en los mitos de los hombres (de los que forma parte, a los que está ligado), se dan en él al mismo tiempo que elabora y construye su propia experiencia, literaria y humana.

Ejemplo cabal del artista moderno, su poesía es también espejo y paradigma insobornables de sí mismo. Y de una aventura creadora, exigente y fraternal, que no cesa de irradiar, enriqueciéndolo –enriqueciéndonos– con la absoluta y fecunda claridad de un clásico de nuestro tiempo.

* Poeta, traductor, ensayista.

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