Entre conjuros y talismanes

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De modo que, varios miles de años después, el Homo sapiens sigue en el reino de los talismanes y conjuros


 

Cuando escucho el estribillo de ese comercial experimento la vieja conocida sensación de deja vu.

Ustedes también están familiarizados con ella: esto lo he visto o sentido antes. Quienes creen en la reencarnación ven en ello una prueba de sus vidas pasadas. Los más escépticos confirmamos una antigua sospecha: el mundo no para de dar vueltas en redondo, como un animal ansioso.

En fin. El mensaje en cuestión dice así “Hay ciertas cosas que el dinero no puede comprar. Para todo lo demás existe Master Card”.

No me van a negar que hay algo de místico en una persona capaz de depositar todas sus esperanzas en una tarjeta de crédito. Basta contemplar el aire extático de algunos consumidores cuando la introducen por la ranura y digitan su clave.

 

 

La clave. Los cabalistas hebreos lo llaman el Tetragrammaton, es decir las cuatro letras que forman el nombre secreto de Dios. He visto a muchos poner los ojos en blanco, como si en lugar de un pasaporte a la esclavitud redimible en cuotas mensuales tuvieran en sus manos las llaves del paraíso.

Fue la expresión del rostro de un amigo al utilizar su tarjeta para pagar un boleto de avión la que me condujo a indagar en viejos libros, hasta encontrar una frase parecida a la del comercial en un texto sobre los mitos y leyendas del rey Arturo.

Aquél que saque esta espada de esta piedra y de este yunque, será rey de toda Inglaterra

¿Les suena familiar?  De no ser así les ruego me disculpen. Ya lo dijo un escritor latinoamericano: “También los paranoicos tienen enemigos”.

 

 

En mi interpretación, el truco no puede ser más evidente. Buenos hijos de la revolución industrial, los primeros publicistas no tardaron en descubrir el camino para exacerbar de una vez y para siempre los apetitos de los consumidores, esa versión laica de los antiguos feligreses de las iglesias.

Se trataba de apelar a los estadios primarios de la mente humana, cuando los anhelos se materializaban y los peligros se neutralizaban pronunciando la frase mágica y esgrimiendo el objeto tocado por la gracia.

Este último podía ser una vara, una piedra, una cruz o una espada.

En nuestros días, más asépticos al fin y al cabo, esos objetos se ofrecen plastificados y están asegurados- otra palabra cargada de sentidos- por un código de barras.

 

 

Además, los conjuros vienen con música incorporada. Esto último es esencial. El individuo con capacidad adquisitiva o de endeudamiento es devuelto de golpe, por obra y gracia de un estribillo pegajoso, a los tiempos cuando los más viejos lo adormecían con cuentos de hadas y lo enviaban de viaje a las praderas del sueño.

Solo que en nuestro caso las propagandas le encienden los deseos y lo mandan de peregrinación a los pasillos del centro comercial.

De modo que, varios miles de años después, el Homo sapiens sigue en el reino de los talismanes y conjuros.

“Señora, no le quite años a su vida: póngale vida a sus años”, predicó un publicista guatemalteco con ínfulas de poeta y cantante. Acto seguido, varias empresas de cosméticos y cientos de grupos de la tercera edad hicieron suya la frase y salieron a recorrer los caminos con el absurdo propósito de demostrar que ni la edad, ni el envejecimiento ni la muerte existen si se tiene a mano una buena provisión de fórmulas mágicas para reavivar la pasión y cremas para esconder las arrugas.

 

 

Una vez más, los adultos jugamos a seguir siendo niños para no enfrentar el lado más devastador de la realidad.

Además ¿A cuento de qué preocuparse si todas nuestras tribulaciones pueden ser resueltas con una simple llamada al vendedor de productos por catálogo? Si ustedes se han fijado, esas empresas han conseguido traducir el perdido espíritu religioso al mundo de los negocios.

Las comisiones son bienaventuranzas. Las transacciones son conversiones. Los ahorros son indulgencias. La pobreza es un castigo divino por no atender el evangelio del consume y cállate.

Nada de preocupaciones entonces. La derrota y el fracaso han sido abolidos. Y como gran banda sonora de esa puesta en escena de la dicha terrenal disponemos de un arsenal completo de conjuros y talismanes.

Como el mensaje dirigido a las muchachas en flor a través de Internet con imágenes en tres dimensiones y música de saxofón:

Eres joven, eres bella, eres única y mereces lo mejor. Por ejemplo: Un  hombre capaz de cambiar su reino por un Ferrari para llevarte a tu disco favorita

¿Quieren más?

 

Contador de historias. Escritor y docente universitario.

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