Erase una vez en Colombia

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Carol solo recuerda que contó sus ahorros. Pidió la bendición a su madre Lorena. Lloró antes de salir y se dirigió hasta la frontera con dos maletas pequeñas entre sus manos.


 

Como el viento, -o como un raro viento, según ella-, Carolina “Carol” Mendoza, fue traída desde Cúcuta hasta Pereira, después que le hablaran bien de esta ciudad, cuando aún vivía en Venezuela.

 “Vale. Me dijeron que Pereira es bonita, tranquila. Que tiene un gran puente. Que la gente es muy emprendedora. Que hay plata. Por eso me vine sin pensarlo dos veces”.

Ella es de Maracaibo. Esa ciudad paradisíaca que ahora se ha convertido en un fortín político que ha arrasado con el buen turismo.  Cuando Carol recuerda cómo era antes su ciudad, y cómo es ahora, se siente nostálgica.  Frente a esa situación, y apenas como estudiante de secundaria, se sintió (en su momento) como un pequeño papel lanzado contra un huracán, es decir, impotente, porque ella, su hermano, y su madre, constituyen una pequeña familia, de las miles y millones que sufren el drama del hambre, la desesperación, la falta de trabajo y el temor de un gobierno chavista impredecible.

Con tan solo 18 años, 1.65 de estatura, bonachona, ojos negros azabache, y una actitud de mujer adulta, esta joven le “echó pichón” a la vida, pues, debía hacer algo para sobrevivir ya que la situación no daba espera.

“Mira, en Venezuela la gente se está muriendo de hambre. Hay que hacer largas filas para poder tener algo que comer. Chamo. Eso no es vida ni allá ni en ningún lado. Caray. Tuve que tomar decisiones”.

 

Foto extraída de: Facebook.

 

Para ser una jovencita que recién, por ley, alcanza la mayoría de edad, cualquiera al oírla, siente que está empapada de la realidad política del país y su actitud de mujer despierta, inteligente, “echada pa´lante”, se sobreentiende que es propio de la idiosincracia de los venezolanos, aunque algunos creen que se debe al espíritu de supervivencia que deben ejercitar.

Hasta ese entonces, o hasta el año 2017, las opciones estaban sobre la mesa: robar para comer, prostituirse para sostener a su familia, o simplemente emigrar de su tierra natal buscando una mejor oportunidad. Las primeras opciones no son un drama común, son los oficios a los que se ve obligado el pueblo a recurrir para sostener un hogar, ya que el salario mínimo en Venezuela es de 1 millón de bolívares, el equivalente a 35 o 40 mil pesos colombianos mensuales, y con lo cual se puede comprar dos perros calientes y una gaseosa.

Carol solo recuerda que contó sus ahorros. Pidió la bendición a su madre Lorena. Lloró antes de salir y se dirigió hasta la frontera con dos maletas pequeñas entre sus manos. Decidió venir a nuestro país un 26 de enero del 2018.

En su país se habla de Colombia como si fuera ese primo hermano que no puede negarle nada a su pariente. A raíz del fervor por el general Simón Bolívar, la gente dice: “Acá nació Bolívar, pero allá (en Colombia) murió”.  Y ese es el enlace que tienen con nuestro país, sin mencionar otros elementos culturales como la arepa, el Joropo, la música y las mujeres, quienes, según ellos, son casi iguales.

Carol llegó inicialmente a Cúcuta, la frontera con San Cristóbal, Venezuela, y encontró trabajó en el negocio de las divisas. Sin embargo, era un trabajo que no satisfacía sus necesidades, ya que antes de venir a trabajar para comer, vino con la visión de ahorrar dinero para mandar por su madre y su hermano, pero no por su padre.  Hombre, que según ella la engendró, pero que no merece llamarse padre porque cuando tuvo dinero se olvidó de la familia, consiguiéndose una “chamaquita”, siéndole infiel a su esposa, y abandonando a sus hijos a la suerte del hambre.

 

Foto extraída de: Facebook.

 

Al llegar a Pereira se instaló a vivir en el barrio Samaria donde otros venezolanos la invitaron a hospedarse. Allí, cuenta, dormían apiñados.

“Como sardinas. Chamo. Usted no podía mover un pie. Además la inconformidad de ver, o escuchar, como tus amigos hacían el amor al lado de una. Es terrible”.

Ante tal situación y buscando su objetivo de salir adelante, salía todos los días al centro a buscar trabajo. Las primeras ofertas que surgieron fue vender planes de celulares de la empresa bogotana ETB. Pero el sol hizo que Carol quedara con su piel color “camarón”  y desistió. Luego se presentó donde un señor en la calle 12 con carrera 8ª que le prometió buenas ganancias si vendía tinto, panes, empanadas y cigarrilos. Además, dice ella,

“El bicho me dijo que yo era bonita y que ese era el requisito para vender café”.

Al final, luego de voltear “como una pelota”, le hablaron de un almacén de chinos cerca al parque Lago Uribe Uribe, donde se presentó un día jueves a las 9 de la mañana y fue contratada.

 

Foto extraída de: Facebook.

 

“El chino, antes de mirar mi hoja de vida,  lo primero que dijo fue que no contrata chicas feas. Que deben ser bonitas y que sepan bailar reguetón. Así que sin ni siquiera mirar mi hoja, chamo, me contrató”.

Eso nos dice cuando hablamos con ella en el parque El Lago, luego de trabajar un mes allí  “con el chino” y después que le propusiéramos hablar sobre su vida y sus pericias en la ciudad. Como joven que es, piensa que el poco tiempo acá le ha dado muchas anécdotas que podría contar,  pero que algunas son delicadas para “soltarlas” así no más.  Solo atina a confesar que en una ocasión había creído encontrar el amor de su vida, pero sufrió una seria decepción.

“En esta ciudad la gente es muy liberal. La otra vez conocí un chico y me lo pidió. Le dije que no. Y me hizo bajar del carro en plena avenida 30 de agosto”.

Cuenta esto sonriendo y mientras mira el celular para ver si su mamá o alguien se conecta con ella.

Lo último que alcanzó a decirnos es que debía irse para Ecuador porque salió una “chamba” por esos lados. Dice que una prima la espera en Quito, donde empezará a vender ropa al menudeo o papas con cuero, que es la versión de la empanada colombiana, o lo que más se vende. Carol está triste porque debe dejar la “ciudad bonita” , esa de la que le hablaron mientras estaba en Maracaibo. “Así es a vida” afirma. Refiriéndose a que sin más opciones, debe escoger la propuesta del mejor postor.

 

Foto extraída de: Facebook.

 

En Pereira se hizo amigos, pero solo temporales. Personas, que enfatiza, se portaron como ángeles, pues con ellos pudo conocer algunos buenos restaurantes donde la invitaban a menudo, parques como Comfamiliar y Ukumarí. Además de recordar a su patria, al ir a comer arepa venezolana “con todo” a la avenida Circunvalar.

Carol se despide de esta ciudad, no sin antes tornarse optimista y hacer algo a modo de juego, es decir, pararse de espalda al Lago Uribe Uribe y lanzar una moneda hacia atrás pidiendo que su suerte cambie y pueda sacar a su familia de Venezuela, porque igual que a su país, los ama profundamente.  Ellos, según dice, son “su patria donde quiera que vaya”.

Escritor, Editor, Anfitrión en el portal web La Cebra que Habla. Una vida, una frase: «Quién ya no tiene ninguna patria halla en el escribir su lugar de residencia».

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