Estampas de la cuarentena: abejas trabajadoras de la salud y otros ‘insolitismos’

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Dicen que Colombia es la cuna del realismo mágico y, por extensión o por contagio ya que estamos en tiempos de coronavirus, podría afirmarse que el continente entero lo es. Un territorio vasto y diverso, donde no solamente es fértil la tierra bajo los pies sino también la imaginación. Un espacio donde realidad y ficción se entremezclan cotidianamente, siendo indistinguibles a menudo. Tierra pródiga en situaciones mágicas y hervidero de supersticiones es nuestra América morena.

La pandemia nos ha traído una extraña actualidad entre otras consecuencias. Una de ellas la imposibilidad de discernir los días, ya no tienen sentido los feriados ni fines de semana, pues su cometido básico era el descanso o la diversión. Ahora los siete días de la semana nos saben a descanso obligado y a encierro permanente. El teletrabajo nos parece incompleto o insustancial aunque terminemos más agotados que cuando asistíamos físicamente a la fuente de laburo. El día que salimos a abastecernos, aunque presurosos y temerosos de no chocar con nadie (no vaya a ser que se nos impregne el malhadado virus), se nos hace distinto porque le huimos a esa prisión casera, así sea por unas horas. Suena absurdo pero así son las cosas.

Como se han trastocado los días y, lógicamente, nuestras rutinas, pareciera que hasta los objetos que nos rodean se han transformado o adaptado a esa “nueva realidad” que tanto pintan los neólogos y otros especialistas, en una suerte de alocada pesadilla digna de una novela de ciencia ficción. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, se había interrogado Philip K. Dick…En contrapartida, en esta especie de realidad alterna ¿cuándo habíamos soñado que las abejas se convertirían súbitamente en trabajadoras de la salud? (casualidad o no, los vendedores ambulantes recorren las calles con sus frascos de miel queriendo atrapar sus moscas humanas).

Todos sabemos que hasta nuestros actos de comportamiento social han sido normados de la noche a la mañana. Adiós a los abrazos y otras cálidas cercanías. Bienvenidas las colas, las formaciones callejeras, cual muestra de respeto a un ente invisible pero todopoderoso. Filas para el gas, para el pan, para el supermercado, para el banco…filas hasta para hallar hueco en el cementerio o el crematorio. ¿Dónde se ha visto que hasta los muertos tienen que esperar su turno para pasar a mejor vida?

¿Quién hubiera imaginado que los animales imitan a los humanos en tiempos de crisis? “He visto cosas que ustedes no creerían” recordé al instante cuando un perro sin aparente dueño se acostó tranquilamente entre una mujer y yo, guardando la distancia del metro y medio, mientras hacíamos fila para ingresar a un banco. Y que conste que era una fría mañana invernal, en una acera adonde no llegaba el sol en ningún momento.

Y así, mis sorprendidos ojos siguen todavía sin acostumbrarse a que de pronto la pandemia haya traído productos tan singulares, tan fantásticos, tan insólitos como “huevos especiales” (¿serán de oro como en los cuentos?), “panes originales” del exótico valle  de Arani (casi encantado como el Valle de Arán, enclavado en los Pirineos), o pescado del mundo “real” (aquel que dejamos atrás, tal vez).

¿Será que todavía sigo soñando? ¿O estoy despierto en esta nueva realidad sin apenas darme cuenta?

*Pueden ver más contenidos de este autor en: Bitácora del Gastronauta. Un viaje por los sabores, aromas, y otros amores

Bitácora del Gastronauta. Un viaje por los sabores, aromas y otros amores

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