Foto Patiño, el veterano ciclista que lleva 60 años capturando imágenes en La Virginia.

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Músico de la primera banda del pueblo, ex concejal,  reportero gráfico, corresponsal y hasta autor del escudo oficial. La bicicleta y la cámara han sido su vida desde tiempos del tren y calles polvorientas.


Fotografías por Jess Ar

 


Luis Alfonso Patiño – foto Patiño le dicen – , fotógrafo por naturaleza, a veces recorre las calles del pueblo en una bicicleta, aparentemente, llevando un sueño de años, una vida que, sumada de tantas experiencias, despunta los días.

Está convencido que el arte y la naturaleza poseen sus leyes en los recónditos de la historia.

Conoce a La Virginia desde que sus calles eran polvorientas, anchas, llenas de un sol que se arrastraba como un pájaro apedreado.

 


Ha visto, por lo tanto, los ríos aquejados, revoltosos, inundando las calles con un pantano, cuyo olor poblaba el aire de desconcierto.

Testigo, sin alarde, de la música que trae el río Risaralda a las cinco de la tarde, del aleteo grave de las mariposas negras que mueren, con ese aire de soledad, tostadas por el viento tibio.

 

En esta mañana, entonces, discreto, calmado, llega al parque Del Ajedrez, donde por un momento sonríe y es feliz.

Hoy, cuando hay un sol que trae una extraña geometría que viste de amarillo el  pavimento, luce una camisa que abotona hasta el último botón del cuello, y allí, cerca, prende una medalla que le recuerda que, años atrás, fue concejal.

 


Toma asiento en una de las bancas del parque. Su mirada, ahora, escruta la fosforescencia  de las calles con el asombro de un niño.

Habla, al mismo tiempo que aferra un bolso que lleva desde el día que fue desalojado, cuando menos, de  la casa que habitaba.

 

Patiño, como es nombrado, estudió la primaria en la escuela Antonio Ricaurte alrededor de 1943.

Luego, entregado a los oficios de la época, comenzó a trabajar en la Trilladora Royal, marcando paquetes que enviaban para el exterior. Estuvo allí dos años y medio.

 


Solicitó tiempo después que lo liquidaran sin saber qué camino tomar, quedando al vaivén del mundo.

Por esos días tenía una bicicleta avaluada en 20 pesos. En ella diariamente se transportaba de la casa al trabajo. Con los 250 pesos de liquidación viajó a Pereira y compró otra.

 


Propietario de dos bicicletas, al día siguiente, alquiló un local y ubicó en la fachada un letrero: “Alquiler de bicicletas”. Llegó entonces a tener sesenta bicicletas.

Así, también, inició en el ciclismo. Corrió con Rubén Darío Gómez, “El tigrillo de Pereira” en sus comienzos. Seguidamente, involucrado en el deporte, tuvo un espacio en un equipo de futbol: “Juventud Pereira”, donde fue el reportero gráfico.

 


Turnando, a su vez, oficios que, según el hábito, fueron equilibrando su vida. Hizo parte de la primera banda de músicos del pueblo, donde interpretó el clarinete.

Así mismo, con la lucidez de un lenguaje musical, fue corresponsal de La Patria en el municipio y jefe de redacción de distintos periódicos regionales.

 


Narró, en todo momento, el mundo que se abría para él. Es autor, dicho sea de paso, del escudo del municipio, donde fijó elementos representativos. De modo que trazó todo el interior de un pueblo, toda una enramada para que permaneciera, como lo
escrito.

Foto Patiño llegó, entre tanto, a la fotografía por una novia. Mientras alquilaba bicicletas se enamoró de una muchacha que venía de Pereira a La Virginia, quedándose por días frente al local.

“Me tragué, oiga”—dice don Alfonso-. Ella venia los fines de semana: días donde aprovechaban para caminar cerca al tren.


Un amigo que permanecía por esos días en el pueblo, le comentó que cambiara de oficio, que probara con la fotografía. Y así:
vendió las bicicletas y con el capital compró un par de cámaras.

Cambió, pues, de ropa: dejó a un lado las prendas engrasadas por el traje y la corbata. La corbata ─es lo que más me gustó─, sostiene, mientras sonríe. Así, por lo pronto, empezaron 60 años de fotografías.

 

 

Años que, latentes, hoy conserva intactos en el recuerdo.

Todavía, con cierto artificio,  piensa en algunas de sus capturas, cuando la luz y la sombra determinaban el momento preciso para dibujar. A través de una sola pincelada, una realidad que se desmoronaba.

 

Fotografió en su estado más natural al Caballero Gaucho.

Cuenta que, cierta vez, él lo llamó para pedirle que tomara una fotografía de una estatuilla de oro que se había ganado en Estados Unidos.

 

Estatua en homenaje al Caballero Gaucho ubicada en la Plaza Principal de La Virginia

Quería, pues, que antes de llevarla para el banco, conservar una imagen, un recuerdo que perdurara.

Patiño, entonces, calculando ángulos, tonalidades, densidad, pasó el lente por toda la figura como limpiando un vidrio; calcó toda el resplandor  que copiaba el color de las estrellas.

 

Estatua en homenaje al Caballero Gaucho ubicada en la Plaza Principal de La Virginia

Después de tantos amaneceres afirma, esta vez, que nunca ha dejado la fotografía.

Hoy, cuando el pueblo, poco a poco, lo margina, recorre las calles como cualquier transeúnte, trastrabillando, bailando con las ruinas de unos recuerdos que el sol tuesta como un mango que rueda por el suelo.

 

 

 

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