Guillermo Morales, un recolector de café en  la piel de la tierra

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Con este oficio llegan también la música de despecho, el aguardiente y las muchachas. Pero Guillermo  pertenece a otra estirpe: la de los trabajadores del campo que echan raíces en un solo lugar y se quedan en él  por el resto de sus días.


 

El milagro de  cada día

Desde finales de septiembre y hasta la primera semana de diciembre se recoge la cosecha grande de café en Colombia.

Miles de jornaleros se desplazan desde distintos rincones del país, atraídos por la promesa de ese grano rojo que ya se insinuaba con su floración blanca seis meses atrás.

Fotografías: Diego Val

 

Con esos peregrinos llegan también la música de despecho, el aguardiente y las muchachas que acaban echándose al bolsillo buena parte del dinero ganado por los recolectores en largas jornadas  bajo el sol y  la lluvia.

Pero Guillermo de Jesús Morales pertenece a otra estirpe: la de los trabajadores del campo que echan raíces en un solo lugar y se quedan en él  por el resto de sus días.

 

Fotografías: Diego Val

 

Al contrario de los cosecheros que parecen ser hijos del viento y la errancia, Guillermo ha hecho de la tierra una especie de segunda piel.

Así lo atestiguan las palmas de sus manos, duras y cuarteadas como los surcos que abre todos los días para plantar las semillas.

“Soy huevero puro”, dice para dejar  muy en claro que nació en Santa Rosa de Cabal en 1949.

 

Fotografías: Diego Val

 

Aunque de esta clase de hombres puede decirse no que nacieron, sino que fueron plantados en la tierra como un árbol que no cesa de dar frutos.

Él  mismo, con su sombrero, su machete  y sus botas  pantaneras parece un terrón caminando por cada uno de los recodos de La Coronaria, la finca donde hace la vida.

Y donde espera terminarla.

 

Fotografías: Diego Val

 

Mientras los  expertos hablan de técnicas de producción,  el hombre  utiliza la palabra milagro. Cada semilla que germina es un milagro  convocado por un acuerdo entre el agua, el sol y la tierra.

Tiene la piel muy blanca, este Guillermo. Demasiado blanca  para una persona que se ha pasado la vida entera  trabajando a la intemperie.

Porque desde  su infancia  en  Santa Rosa    no ha hecho otra cosa que labrar la tierra.

 

Fotografías: Diego Val

 

“La tierra es algo bendito: le devuelve a uno lo que le siembre y además se lo multiplica”

dice y se queda mirando un arbusto de café plantado con sus propias manos. 

“Uno se pone a mirar lo que es una semillita de café sembrada en el almácigo. Después viene el trasplante a los surcos hasta que empieza a  verdear y llegan las primeras floraciones. Entonces vienen los graneos y más tarde la cosecha  grande que les devuelve a los propietarios todo lo invertido y nos permite a los trabajadores mantener a  nuestras familias ¿No le parece que eso es un milagro?”

El azul limpio de sus ojos no admite apelación

A duras penas sabe estampar su firma en un papel. Pero,  como escribiera don Antonio Machado. Guillermo es “En el buen sentido de la palabra, bueno”.

 

Fotografías: Diego Val

El amor después del amor

Con Oliva, su mujer, Guillermo tejió una historia de amor basada en largos silencios.

Entre  un silencio y otro concibieron dos hijos: Diana Patricia y Carlos Andrés

A lo largo del camino han acumulado un capital que se cuidan de trasmitir  a su descendencia: unos principios éticos basados en  el sentido de la dignidad, el respeto y la honradez. Es decir, todo un tesoro en estos tiempos de vileza y fraude.

 

Fotografías: Diego Val

 

Quizá por eso recibe la ofrenda diaria  de una panda de perros que lo siguen  por todos los rincones de La  Coronaria,

Se llaman  Larry, Yira, Motas, Lulú, Princesa y  Pecas. Como bien sabemos, los animales conocen al detalle el sentido de la  palabra  lealtad.

Y  Guillermo se la ha ganado en franca lid.

Acariciando el lomo de Pecas, a quien ha rebautizado con el nombre de Carramplón, dice que la recolección del café es apenas el eslabón de una cadena en la que no se puede descuidar ningún detalle.

“Los  recolectores llegan, cobran  y se van, sin conocer mayor cosa de la finca donde estuvieron trabajando. Uno en cambio es testigo del nacimiento del grano, hasta el momento en que lo cargan hacia  el lugar donde compran el café. El que se toma un tinto sentado en su sillón nada sabe de las afugias de los   dueños y los trabajadores.

 

Fotografías: Diego Val

 

Los cambios de clima, los abonos malos y las plagas amenazan todo el tiempo las cosechas. Aparte de eso está algo tan importante como el beneficio y el secado Por eso  insisto en que si el café llega a las fábricas y luego a la mesa de la gente es el resultado de mucho trabajo sí, pero sobre todo  de un milagro”.

El inútil combate

Desde hace tiempo,  Guillermo renunció a una batalla perdida de antemano con las loras, los guatines y las ardillas que saqueaban sus sembrados de  maíz, yucas y aguacate, en ese orden. Ahora siembra para ellos también.

“Doña Celina- la dueña- y sus hijos me enseñaron que uno debe compartir también con los animales. Por eso a la hora de sembrar los tengo en cuenta también a ellos y desde hace años renuncié a la pelea que tenía casada”.

No por casualidad  lleva  la tercera parte de  su vida trabajando al lado de esa familia que lo ve como a uno de los suyos.

Por lo pronto las tortas  y la crema de chócolo, así como el sancocho con buena yuca, sus platos favoritos, están a salvo: la tierra da  de todo y para todos.

 

Fotografías: Diego Val

 

Un buen sorbo mañanero

Hace frío en Londres. Antes de iniciar la jornada un grupo de periodistas de BBC Mundo calientan el cuerpo y el alma con largos tragos de café remitido desde Pereira, Colombia.

Algunos de ellos no lo saben, pero esa delicia fue plantada, cuidada, recogida, secada  y beneficiada  por  las manos benditas de Guillermo Morales.

 

Fotografías: Diego Val
Contador de historias. Escritor y docente universitario.

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