Menuda, ágil, de ojos vivaces, con una sonrisa siempre dispuesta y una fortaleza a toda prueba, Ilda Luz identificó muy temprano las dificultades de una comunidad olvidada de la mano de Dios…Y de los alcaldes de Pereira.
La vida no es una fábula
Los viejos cuentos infantiles decían que en el lugar del nacimiento del arco iris se encontraba oculto un tesoro y que quienes sortearan pruebas durísimas podrían quedarse con él.
Ilda Luz Silva escuchó de niña el relato. Pero ya grande decidió que, dada la incierta índole de ese tipo de tesoros, lo mejor es construirlos con el propio esfuerzo y con la ayuda de la comunidad.
Sus padres, María y Carlos, campesinos de toda la vida, sabían de esfuerzos y se los inculcaron a sus hijos.
Ilda Luz se contaba entre ellos y aprendió bien temprano la lección.
No por casualidad es una de las líderes comunitarias de San Isidro, vereda de Puerto Caldas, un corregimiento situado entre Pereira y Cartago. Un asentamiento de campesinos muy pobres que se inventan la vida en medio de uno los vecindarios más ricos de la región: Cerritos, el territorio de los dueños de haciendas y el de los habitantes de condominios de lujo que brotan año tras año en medio de esas tierras ardientes, vecinas de los ríos Cauca y La vieja.
“Por uno de esos azares de la vida errante de mis padres fui a nacer en Jambaló, un poblado del Departamento del Cauca. Mi viejo trabajó toda la vida en la hacienda El Cofre. Allí se cultivaba sorgo, maíz y soya para proveer a grandes empresas del sector de alimentos para animales. Un día de arrebato los viejos emigraron hacia Jambaló, para volver luego a estas tierras donde ha transcurrido mi vida”.
Con el sol a las espaldas
En San Isidro se nace, se vive y se muere con el sol a las espaldas. Incluso en las temporadas de invierno, un calor agobiante acompaña como un lazarillo las actividades de sus habitantes: de los agricultores que van al trabajo. De los niños y jóvenes que caminan hacia el colegio, de las amas de casa que salen en busca de la compra y de los maestros que llegan a compartir sus aprendizajes con quien desee escucharlos.
Menuda, ágil, de ojos vivaces, con una sonrisa siempre dispuesta y una fortaleza a toda prueba, Ilda Luz identificó muy temprano las dificultades de una comunidad olvidada de la mano de Dios… Y de los alcaldes de Pereira.
Pero en lugar de lamentarse por el olvido oficial, Ilda Luz y sus amigos se lanzaron a la tarea de cambiar las cosas sobre el terreno sin esperar ayuda del cielo o de la tierra.
“Todo el mundo conoce las afugias que viven las comunidades donde reina la pobreza y todas las dificultades y lacras que esta conlleva: deserción escolar, desnutrición, drogas, violencia intrafamiliar, desempleo, prostitución, delincuencia juvenil. También sabemos que las organizaciones criminales ven allí la oportunidad para enganchar muchachos en sus fechorías. Pero a mí me enseñaron a mirar la vida de otra manera. Así que un día de hace veinte años, en una reunión con líderes de Puerto Caldas y San Isidro nos planteamos la necesidad de iniciar un trabajo que empezara a transformar desde la base la vida de nuestros habitantes.
De entrada, teníamos claro que no íbamos a ponernos en las manos de los políticos. Entonces nos formulamos dos preguntas. La primera fue: ¿Cuáles son nuestros problemas? La respuesta unánime fue: todos. Luego surgió la pregunta clave ¿Cuál es nuestro capital para empezar a resolverlos? A la que todos respondimos en coro: La imaginación, la creatividad, el esfuerzo, la voluntad y las ganas de ponerle el pecho a la vida.”
Y empezaron a trabajar con los niños de la comunidad. Los nombres de quienes emprendieron lo que en principio parecía una utopía son muchos. Pero Ilda Luz recuerda a personas como Luis Fernando Noreña, Julián David Zuluaga, más conocido como Motato, además de Sofía, Bárbara, Alejo, Zoelia y Paola. Cuidándose de no cometer alguna injusticia, ofrece excusas a quienes haya podido omitir en una enumeración que se haría bastante larga.
“Quienes no conocen la vida de una comunidad como esta creen que todo se resuelve mandando comida, tejas, ladrillos y ropa. No negamos que eso sea importante, pero los retos de fondo eran otros. Se trataba de transformar la vida, no de resolver las angustias del día. Fue así como, luego de entusiastas conversaciones regadas con aguapanela y parva, entendimos que el arte y la cultura eran claves en el logro de lo que nos proponíamos.
Entonces empezamos a organizar talleres de música, danzas y dibujo. Con ese objetivo se nos unieron personas que ya tenían conocimiento de esas artes. Además, contábamos con el acompañamiento de los profesores de las instituciones educativas. Y arrancamos”.
La vida en imágenes
En esas andaban cuando alguien soltó una idea que en el momento parecía descabellada: La creación de un Cine Club. Un par de escépticos soltaron la pregunta:
“¿Un Cineclub en un territorio agobiado por carencias materiales urgentes?”
“Por eso mismo, insistieron los entusiastas. El Cine club no solo le ofrecerá la gente opciones de uso del tiempo, sino que les dará alas y herramientas para mirarse de otra manera”.
Y lo crearon. Se llamó Cine Club Chihuahua. Todavía hoy es uno de los emblemas de la transformación de la vida cotidiana en San Isidro. Cada uno a su manera los asistentes encuentran algo de su propia historia en los contenidos de las películas. De paso, intuyen que otros mundos son posibles. Por ejemplo, cuando vieron Los niños del cielo, la película del director iranio Majid Majidi, muchos descubrieron de golpe que en la educación residía una de las claves para plantarle cara al infortunio.
Camino a la escuela
“Todavía hoy, muchos se sorprenden al ver como en el transcurso de veinte años tantas cosas han cambiado en San Isidro en particular y también en Puerto Caldas en general. Pero no hay secretos, ni lo inventamos nosotros. Solo que un día decidimos educarnos en todos los sentidos de la palabra. Es decir, desde la casa, pasando por la calle, hasta llegar al colegio y afrontar las relaciones con el mundo. En ese recorrido de dos décadas debemos resaltar el valor de muchas personas. Gente como las profesoras Diana y Catalina, por ejemplo.
Ellas llegan a orientar la clase, y cuando ven que faltan estudiantes agarran la moto y se van casa por casa a levantarlos de la cama ¡Arriba, perezosos! Les dicen, y al final todos las siguen hasta el aula. Tal es la energía y disposición de estos maestros, que a las jornadas de refuerzo académico los mismos niños acabaron bautizándolas como La terapia.” ¿Usted se imagina lo que significa para un niño rodeado de necesidades el hecho de salir de su casa y llegar a un lugar donde lo reciben con tambores, y flautas… Mejor dicho: con bombos y platillos?”
José Alejandro Álvarez tenía catorce años y era estudiante del colegio Carlos Castro Saavedra cuando descubrió sus propios talentos en el Centro Comunitario El Comienzo del Arco Iris. Allí supo que en su cuerpo habitaba un bailarín de largo aliento. Hoy, él mismo comparte su saber y su experiencia orientando a otros niños y jóvenes en la exploración y desarrollo de sus habilidades con la danza.
“Como Juan Alejandro existen otras personas talentosas y entregadas al servicio de esta comunidad que un día decidieron edificar su propio tesoro en el lugar donde nace el arco iris. Sería injusto no mencionar a hombres como Gildardo Arenas, uno de esos luchadores con vocación de servicio que poco se ven por estas épocas”.
Y lo dice una mujer que no ha hecho otra cosa en la vida. Como tantos jóvenes de extracción popular, una vez abandonó los estudios para hacerle frente a los apuros de la vida cotidiana. Pero cuando al cumplir los veinticinco años, en el año 1995 se le presentó la oportunidad de volver a las aulas no lo dudó un momento.
“Cursé los grados sexto y séptimo en un colegio de Cartago. En ese punto me tocó parar. Pero cuando se dio la ocasión volví a clase con uniforme bien planchado y todo. Eso fue un programa que abrieron en la institución Educativa Carlos Castro Saavedra. Tenía veinticinco años y compartía salón con personas mucho más jóvenes. Con ellos, y con el acompañamiento de maestros y directores conseguimos muchas cosas buenas. Empezando con una muy importante: que en Pereira se dieran cuenta de que existíamos”.
Con la mirada puesta en el imperativo de transformarse a sí misma, Ilda Luz fue personera, presidenta del Consejo Estudiantil, presidenta de la Asociación de Padres y candidata a la primera Alcaldía Juvenil. Durante esas luchas le tocó debatir en la plaza pública con Juan Pablo Gallo, actual alcalde de Pereira.
“Para ser honestos, ni esta ni las alcaldías anteriores le han servido de mucho a Puerto Caldas y a San Isidro. Basta con decir que todavía estamos esperando el alcantarillado. Lo único concreto hasta ahora desde la alcaldía es un programa de emprendimiento dirigido a la formación de un grupo de mujeres en el campo de la confección. Lo que sí tenemos que destacar es el respaldo de grupos de profesionales y de empresas privadas que han hecho de Puerto Caldas el objetivo de su responsabilidad social”.
Apoyos de afuera
Una de esas empresas es Audifarma. Desde que sus directivos identificaron en el sector un liderazgo comunitario expresado en obras concretas, la entidad ha acompañado distintas iniciativas gestadas desde los campos educativo, artístico y cultural. Ilda Luz reconoce allí una voluntad precisa y sostenida que los ha apoyado en su avance hacia la concreción de nuevas metas.
“Con ellos logramos la construcción del centro comunitario propiamente dicho. Desde la limpieza de los terrenos hasta el levantamiento de la sede. Todo eso ha significado un alivio y a la vez un estímulo para quienes muchas veces trabajamos desde las siete de la mañana hasta las nueve de la noche ofreciendo talleres y capacitación, al tiempo que escuchamos las inquietudes de la comunidad.
En menor medida, pero con un papel muy importante, debe resaltarse el aporte de empresas como Sonesta, Simtraemdes, Universidad Libre, Universidad Católica, el Comité de Cafeteros. Un capítulo aparte merece las actividades de Comfamiliar Risaralda y sus profesionales. También debemos agradecer los valiosos aportes de la organización no gubernamental Poblado Mundo, con sede en Jaén, España.”.
Diez estudiantes nativos de San Isidro y Puerto Caldas estudian distintas carreras en las universidades de Pereira. Ilda Luz considera que a la vuelta de cinco años serán profesionales en campos como Etnoeducación, Comunicación, Audiovisuales y Medicina Veterinaria.
“Tenemos mucha confianza- y ha si lo han expresado todos- en que una vez graduados seguirán vinculados de una manera u otra a nuestras comunidades. Ellos insisten en que será una manera de devolverle a la sociedad parte de lo que han recibido”.
A la hora del reposo
En medio de todo ese ajetreo, Ilda Luz encuentra tiempo para consagrarse a los suyos. A sus hijos Laura y Manuel. A su esposo Albeiro, un viejo sindicalista pensionado, que a pesar de no compartir algunas de sus ideas, las respalda en lo que puede. También pellizca una tarde si y otra no para consagrarse a sus hermanos, desde luego.
En esos momentos disfruta de las cosas que le añaden otro sabor a su vida. Como los fríjoles, el sancocho, los tamales o la morcilla, por ejemplo. Ocasionalmente se echa al coleto un buen trago de aguardiente para animar su gusto por la música colombiana y los boleros.
“Esos momentos no son frecuentes y por eso todos los valoramos tanto. Sucede que como lo más abundante entre nosotros son las necesidades, también estamos pendientes del enfermo, del desplazado que llegó, de los que no tienen alimentos, de los que carecen de uniformes y útiles para ir a la escuela… Así se nos van los días y la vida.”
Los frutos de esos días y esa vida fueron reconocidos en el premio Mujer Comfamiliar 2017, al que Ilda Luz fue postulada junto a un grupo de mujeres que, siempre de manera silenciosa y por fuera de movimientos políticos, han consagrado su vida al servicio de la comunidad.
Fotografía: Diego Val.
“Aparte de la valiosa suma en dinero, el premio sirvió para hacernos algo más visibles. Por eso en los próximos años esperamos concretar proyectos que nos permitan hacer de las nuestras mujeres personas emprendedoras, independientes y creativas, porque las condiciones de empleo son muy precarias.
En Cartago por ejemplo solo encuentran trabajo en oficios domésticos o en condición de bordadoras, donde acaban con los ojos y la vida a cambio de unos pobres salarios mientras esas prendas las venden a precios altísimos. También queremos seguir arrebatándole niños y jóvenes a los mensajeros del delito, la droga y la prostitución, siempre a través de la consigna arte, cultura y educación, tal como lo hemos hecho a lo largo de dos décadas”.
Desde hace cinco años, el 29 de abril, los habitantes de este sector organizan una fiesta a la que han bautizado como El carnaval de la vida. Es su manera de reconocerse a sí mismos que su mayor logro en dos décadas son las ganas siempre renovadas de hacer cosas buenas por los suyos.
Son veinte años en los que niños, jóvenes, adultos y viejos de Puerto Caldas y San Isidro han aprendido la mejor de las lecciones: No sentarse a esperar milagros, sino hacerlos sobre la marcha en un recorrido que los llevó a plantar su propio tesoro allí donde comienza el arco iris.
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Esta entrada se publicó originalmente el 18 de enero de 2018, la reactivamos en el mes de marzo del 2020 como homenaje al trabajo diario de las mujeres desde su cotidianidad. MujeresenMarzo