La música me ayudó a la conquista
Texto extraído de: El Heraldo.Co
Tenía alrededor de 18 años, era el día del amor y la amistad y para mí era como cualquier sábado. Clases en la universidad hasta medio día, almorzar, hacer la siesta y luego ir a jugar fútbol hasta quedar exhausto. Llegada la noche mis papás se arreglaron para salir a una fiesta y mi hermana hizo lo propio con su novio.
Este pecho se quedó ponchado como todos los fines de semana ya que hasta ese momento tenía pocas amigas y ninguna me daba la hora. Si a eso le sumamos que no tenía un peso en el bolsillo el resultado no podía ser peor.
Siendo aproximadamente las ocho de la noche el hambre me atacó por sorpresa, abrí la nevera y además de luz y agua había un pan viejo, medio litro de leche, dos limones y un queso rancio. Definitivamente la noche no pintaba bien. Con mis tripas retorciéndose recordé las varias caletas que solía tener mi papá para guardar monedas y de inmediato corrí a cada una de ellas.
No recuerdo cuanto reuní pero me alcanzaba justo para comprarme un perro caliente (sencillo por supuesto) y una gaseosa, así que salí raudo al negocio de comidas rápidas de mi amigo Rodolfo a media cuadra de mi casa.
Cuando degustaba mi delicioso manjar me imaginaba a todos mis amigos con sus novias disfrutando de esa noche mientras yo me encontraba en bóxer y camisilla comiendo solo y triste. En ese momento se acercó una vecina recién llegada a la cuadra. Ella tenía aproximadamente 25 o más años, una veterana para mí en todo caso. Era de la guajira y físicamente a pesar de no ser fea lo que recuerdo es que su culo sacaba la cara por ella. Me saludó con una linda sonrisa que no supe corresponder por mi timidez.
Cuando le entregaron su pedido se sentó a mi lado y sin más allá y más acá me buscó conversación. “¿Cómo te llamas?”, “¿cuántos años tienes?”, “¿qué estudias?”, fueron parte de su repertorio de preguntas. De inmediato me dije –esta vieja debe estar más ponchada que yo desde que me está interrogando.
El caso es que me estaba gustando la plática y mi timidez se estaba esfumando, así que de ahí en adelante todo fue risas y cruce de miradas furtivas. Igual tenía claro que no tenía opciones con ella, es decir, ¿qué hace uno con los bolsillos vacíos un día de amor y amistad? Ya me estaba resignando cuando ella me preguntó “¿dónde vives?” y de inmediato recordé que mi casa estaría sola hasta altas horas de la noche.
– ¡Que papayazo!- me dije y agregué –Gracias Dios mío-. Me armé de valor y le dije –vivo a unas casas de aquí, si quieres vamos y nos tomamos algo y escuchamos música-. Creo que no había terminado de decirle cuando ella accedió y se levantó de un brinco.
Caminábamos a mi casa cuando la guajira de nalgas dignas de un cuadro de Aguaslímpias me dijo con voz seductora “tienes un buen cuerpo, ¿haces ejercicio?”. -Hmmm, este huevo quiere sal-, pensé en el acto mientras recordé que en mi casa lo único que había para tomar era un vaso de leche.
Al entrar a la casa solo encendí una tenue luz para que la oscuridad fuese cómplice de mi aventura. Abrí la alacena y hurra, encontré una botella panchita a medio llenar de Ron Medellín. Si, el único y popular afloja chocho que sumado con los limones en la nevera harían el milagrito de salvarme el día de Cupido.
Quizás esa botella la habían dejado allí mis padres quien sabe hace cuanto tiempo y como ninguna en la familia es amigo del etanol permaneció en ese lugar hasta que cayó en mis manos… y las de mi nueva amiga.
Encendí la radio en la emisora Oro Estero y ahí estaba Joyce Lozano haciéndome compañía como tantas veces y yo enamorado de esa melodiosa voz sin siquiera conocer su rostro. Después de varios tragos me animé a sacarla a bailar una balada romántica, más exactamente “Careless Whisper” de George Michael. Mientras el saxofón sonaba nuestros cuerpos se juntaban de manera fogosa y mi amigo allá abajo respondió en el acto. Ella lo sintió y solo me miró queriendo parecer sonrojada pero la verdad es que parecía estar acostumbrada a ese tipo de situaciones.
A mí no me importaba su currículo ni mucho menos su kilometraje, no me pensaba casar con ella. Yo solo quería pasar una noche de pasión y desenfreno sin un barra en el bolsillo.
La música me ayudó a la conquista, (no se cómo le hacen los jóvenes de hoy en día con el Reguetón y su perreo y zandungueo para acortejar a sus parejas), el caso es que nos besamos sin perder el ritmo de la canción hasta dejar secos nuestros labios. Ya estaba a punto de agarrar tética y “sintonizar otra emisora” cuando de repente sonó el timbre de la casa. –Hijuemadre, llegaron mis papás- me dije con un nudo en la garganta.
Di un brinco y de inmediato tomé el primer libro de la universidad que encontré y le dije a mi amiga –ábrelo y simula que eres una compañera de clases y estamos estudiando-. Obvio que nadie se iba a comer el cuento pero tampoco podía ser tan descarado. Al llegar a la puerta y con mi bóxer como carpa de circo me volvió el alma al cuerpo, era mi amigo Juan Carlos a quien de cariño le llamábamos “el flaco”.
Al verlo le dije –ajá flaco cántala-.
El me respondió –ey, ¿qué estás haciendo?, hazme un dos-.
-Nojoda flaco, tengo algo entre manos en este momento )literalmente), vente otro día y con mucho gusto- añadí con premura para que la comida que me esperaba en mi habitación no se fuese a enfriar.
Pero el insistió, -viejo Anto, tu sabes que los papás de Heidy, mi novia, no gustan de mí y solo la dejan salir hoy con una vecina amiga de ella. Te pido el favor de que salgas con nosotros y tú seas el parejo de su amiga-.
Su angustia e insistencia junto con el saber cuanto se querían Juan Carlos y Heidy me hizo que empezara a dudar de mi decisión pero de inmediato recordé que estaba más limpio que el jopito del niño Dios así que le di esa excusa a mi amigo, quien ya trabajaba en ese entonces y siempre cargaba con dinero en su billetera por lo que me ripostó argumentando –no te preocupes, yo pago todo-.
Ante esa novedad no tuve otra alternativa que decidirme por sacrificar mi deseo carnal en pro de ayudar a un gran amigo. Ahora el lío era decirle a la guajira que debía irse con el rabo entre las piernas y seguir tan ponchada como cuando llegó a comerse el perro caliente. Cuando entré a mi habitación estaba leyendo el libro de Cálculo de Swokowski como quien hojea la revista Vanidades, al verla le dije –que pena, se me presentó un inconveniente de última hora y debo salir a toda prisa, ¿te parece si culminamos esto mañana a la misma hora?-.
Su mirada me fulminó en el acto, se levantó de la silla y salió como alma que lleva el diablo echando humo por los oídos.
Me di un baño que me bajó algo más que los ánimos y quince minutos después estaba listo para salir. Nos encontramos los cuatro y me presentaron a su amiga Shirley. Tenía un escultural cuerpo y una cara armoniosa pero su ceño fruncido me dio mala espina. Llegamos a la calle 84 y estaba literalmente hasta las tetas. Ah, tetas era lo que tenía yo en mi casa y ahora estoy con una vieja con cara de puño.
Entramos a un sitio que se llamaba “Los Barriles”, el propio barcito para parejas de enamorados donde la oscuridad y la música a alto volumen eran las reinas de la noche. Juan Carlos y Heidi no pararon de darse besos y bailar en esa velada, mientras que Shirley con su chicote de cara me la hacía de cuadritos. A todo lo que le preguntaba intentando entablar una conversación me contestaba con cortantes monosílabos, “si”, “no”, “aja”, “hmm” hicieron colmar mi paciencia y estuve a punto de mandarla a comer excremento humano pero recordé que si ella se iba y llegaba sola a la casa de Heidy, su noviazgo con mi amigo Juan Carlos correría peligro.
Hice de tripas corazón y seguí en mi función de acompañante de cabecera.
La saqué a bailar para ver si así lograba lo que había alcanzado con mi amiga la guajira hacía una hora atrás pero todo fue en vano. No solo me puso policía sino que me montó todo el cuerpo Elite y SWAT al mismo tiempo. Nos sentamos nuevamente y me resigné por completo. De igual manera mi noche había empezado de la peor manera (con hambre, solo y sin cinco centavos) y ya a media noche había comido un delicioso perro caliente, estuve a punto de “anotar” una carrera aunque solo llegué a “segunda base” y ahora me encontraba en un sitio haciéndole el dos a un amigo en la zona pupy del momento en Barranquilla.
Siendo aproximadamente las dos de la mañana mi martirio culminó. Juan Carlos y yo llevamos a nuestras parejas hasta cerca de sus casas. De ahí nos fuimos caminando a nuestros hogares no sin antes mi amigo decirme –viejo Anto, te debo una, muchas gracias-. Ese gesto salido desde su corazón pagó la boleta e hizo que a pesar de la noche fatal que tuve junto a la cara e´puño, me sintiera bien conmigo mismo.
Ese día del amor y la amistad vi el significado real de ambos sentimientos. Si bien hubiese podido pasar una noche de copas una noche loca con la guajira, sabía que sería algo pasajero y sin futuro, en cambio el amor de Juan Carlos y Heidy prometía y mi amistad con en el “flaco” me decía que debía prestarle la ayuda que necesitaba en ese momento.
De los protagonistas de esta historia, a la guajira efectivamente nunca más la volví a ver. Juan Carlos y Heidy después de múltiples combates por sacar adelante su amor se casaron y hoy tienen un hijo de 10 años que casualmente lleva el mismo nombre que mi hijo. De Shirley lo último que supe era que se la había soltado un tornillo y la habían visto correr desnuda por las calles (¡de la que me salvé!). Juan Carlos y yo a pesar de la distancia y los años sin vernos seguimos siendo buenos amigos y solo basta con cruzar unas palabras para sentir que el uno puede contar con el otro. Yo seguí sin pareja por varios años más hasta que llegó el amor de mi vida, pero esa ya es otra historia.