Johannes y la melancolía

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En el vasto universo del lenguaje hablado y escrito, existen palabras que no se pueden definir con otras palabras.

Como esos vocablos gravitan sobre lo insondable, ni siquiera tienen sinónimos.

Aunque a veces lo parezca.

Una de esas palabras es melancolía y su correspondiente adjetivo: melancólico.

Por más que uno se empeñe en forzar las cosas, al final debe admitir que melancolía no es sinónimo de tristeza, de dolor, de tedio o de mundano aburrimiento.

Todos esos estados del espíritu se pueden curar mediante una buena dosis de distracción, de espectáculos, de palabrería religiosa o incluso de teorías sicológicas.

La melancolía no.

La explicación es sencilla: mientras la tristeza, el dolor, el tedio o el aburrimiento son estados transitorios, la melancolía es una condición del ser.

Así, hablando con precisión, no se dice que alguien es triste, pero a menudo apelamos al término melancólico para referirnos a la condición abismada de una persona.

Alfonsina Storni. elindependiente.com

Melancólica era por ejemplo Alfonsina Storni, la poeta que una vez se refirió a  su libro de poemas La inquietud del rosal en los siguientes términos:

“Dios te libre amigo de La inquietud del rosal, pero lo escribí para no morir”.

Melancólico fue también Ernesto Sábato, creador de una serie de  personajes abrumados por una lucidez traducida en el más visible de sus signos: la melancolía.

Alejandra Vidal, Bruno Bassán y el pintor Juan Pablo Castel pertenecen a esa condición alucinada del que aprendió a caminar en las tinieblas con los ojos cerrados: le basta con el fulgor de fósforo de los propios huesos.

Ustedes ya deben estar fatigados por la cantidad de veces que he utilizado la palabra en este breve texto.

Pero ya se los advertí: no tiene sinónimos, aunque muchos gramáticos piensen lo contrario.

 Dante en el exilio por Peterlin Domenico (circa 1865). Mondadori Portfolio/Getty Images

Así que continúo: melancólico era también el gran Dante Alighieri. De hecho, su Divina Comedia es lo que el escritor Robert Burton llamaría una “Anatomía de la melancolía”.

¿Con qué otras palabras podríamos definir el estado del alma de tipos como el músico de blues Robert Johnson, forjador de un puñado de canciones que nos dejan al límite del desamparo?

Títulos como Cross Road Blues, Kind Hearted Woman Blues, Last Fair Dean Gone Down, Stones In My Passway, Love In Vain y la legendaria Me And The Devil Blues bastan para inscribir a Johnson en esa cofradía de la que hace parte el poeta Francois Villon, cuya célebre pregunta no cesa de inquietarnos:

“¿Qué se hicieron las damas de antaño?”

Así las cosas, cada vez que alguien me pide una definición de melancolía lo invito a escuchar el segundo movimiento de la  Segunda Sinfonía en D Mayor, Opus 73, del compositor alemán Johannes Brahms, heredero directo del genio de Mozart, Haydn y Beethoven.

Sólo la música, con su capacidad para desvelar el hondo sentido del silencio puede aproximarnos  a esas  simas  que podemos encontrar en las novelas de los escritores que se asomaron al corazón herido de los hombres y mujeres que vieron y padecieron el desplome del Imperio Austrohúngaro.

Es decir, al crepúsculo de un mundo que se desvanecía en el aire, para utilizar- una vez más- la brillante frase de Karl Marx.

Me refiero a escritores como Robert Musil, Joseph Roth, Heimito von Doderer y Thomas Mann, todos ellos portadores del virus de la melancolía y por eso mismo los únicos capaces de beber hasta las heces el cáliz de un mundo en irremediable disolución: el de los valores aristocráticos, incapaces ya de resistir los embates de la vulgaridad y el pragmatismo burgués.

Todos ellos, en algún momento de su vida, reconocieron su deuda con la música de Brahms.

Y yo, pobre mortal, sólo atino a invocarlo cuando alguien, desconfiado del diccionario, me pregunta por el sentido de la palabra melancolía.

Contador de historias. Escritor y docente universitario.

2 COMENTARIOS

  1. Sí, la melancolía es un poderoso motor de la literatura. Muchísimos grandes escritores han conocido la tristeza, “esa” forma de tristeza… y no hace falta escribir tragedias: hasta muchos autores “divertidos” son melancólicos. La montaña mágica es el libro que más me ha tocado de los autores que mencionas. Al principio pensé que esa sensación se originaba, obviamente, en los múltiples temas del relato. Finalmente, alguien me hizo notar (acaso fuistes tú en ‘mi blog-ácido‘) que la melancolía está acentuada y representada por el escenario. En la literatura y cultura popular alemana, la montaña es un lugar de destino final y misterioso (el flautista de Hamelin se lleva a los niños a una cueva en la montaña), y el sanatorio en la montaña es el equivalente de esa cueva terrible. Supongo que tocas ahora el tema porque esta hora está preñada de cosas terribles, como la época que vivió Thomas Mann.

  2. No por casualidad los grandes humoristas de la literatura han sido también grandes melancólicos, mi querido don Lalo. Fíjese nada más en Ambroce Bierce, Swifft, Chesterton, Twain. En sus obras la risa funciona a modo de conjuro frente a las certidumbres del absurdo, de la nada.
    Trasladados a otros terrenos, lo mismo puede decirse de tipos como Woody Allen en el cine o Roberto Fontanarrosa en la caricatura.
    Y en buena hora trae usted a cuento la montaña y la cueva como metáforas recurrentes. Al fin y al cabo, la vida es ascenso hacia la luz pero también descenso hacia las sombras.
    Mil gracias por el diálogo.
    Un abrazo y hablamos.
    Gustavo

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