La biblioteca o de cómo los libros transforman vidas

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Reproducimos esta ponencia de la bibliotecaria Adriana María  Grisales, a propósito de que la biblioteca pública ” León de Greiff”, de Marsella, Risaralda, resultó seleccionada entre las diez mejores del país.

 


Nuestra experiencia en la vereda Beltrán de Marsella


Por : Adriana María  Grisales

 

El que la Biblioteca llegara a Beltrán fue fortuito, más no el deseo de quedarnos allí.

Cuando en el año 2006 pensamos en llevar los libros a todas las veredas de nuestro municipio que, son  treinta y tres, quisimos iniciar con una de las veredas más alejadas y que sentíamos con más carencias, lo cual solo es cierto en parte: las únicas carencias son económicas. Les sobran sueños, entusiasmo y entregan cariño a montones.

 

Caserío de la vereda Beltrán. Foto por: Adriana María Grisales

 

Beltrán está ubicada a 12 kilómetros de la cabecera municipal de Marsella. Se llega por una carretera difícil; la mayoría de las casas son en esterilla y las que hay en material son los antiguos campamentos del ferrocarril. La población vive del cultivo del cacao,  de la recolección de frutas para una empresa de refrescos y de la pesca que realizan en el río Cauca.

Sí, porque esta vereda está ubicada a la orilla del río Cauca, un río que ha significado diversión, alimento y vida para ellos, un río que al pasar por Beltrán hace una curva y crea un recodo al que llaman el remanso y al que cada Mañana Wilson, Carlos, Andrés y muchos otros niños se acercan a buscar los juguetes que el descenso del agua y las empalizadas van dejando  a su paso.

Era su actividad favorita, madrugar y apostar carreras al remanso a ver que les traía el río, hasta que este empezó a arrastrar consigo el rastro de la violencia que ha aquejado al país  y que sin ellos entenderlo también dejaba su oscura sombra en las aguas que antes eran vida.

 

Foto por: Adriana María Grisales

 

Desde el descubrimiento  del primer cadáver los niños de Beltrán no volvieron a dibujar vida, peces, nutrias, mariposas, árboles, ya no le escribían al amor, a la familia, a la escuela.

Sus colores  cambiaron por los  tonos del río triste, la muerte y las aves de rapiña.

Así los encontramos cuando los libros de la biblioteca llegaron por primera vez a su escuela.

 

Sembrando lecturas, la biblioteca al campo. Foto por: Adriana María Grisales

Empezamos a conocernos, nos dicen que no les gustan los libros, que qué pereza la lectura.

Luego entendemos: la profesora tiene muchos textos escolares y sólo un libro de literatura para compartir todos los días.

En cambio, nos cuentan las historias de los muertos que ellos han encontrado. Hablamos con los pescadores y nos cuentan la historia de Beltrán que aunque habíamos escuchado nunca llegamos a dimensionar: ellos, por solidaridad, recogen todos los cadáveres que han sido  arrojados al río durante las masacres de Trujillo, Roldanillo y otras zonas del Norte del Valle y que pasan por Cartago, la Virginia, Estación Pereira.

 

Foto por: Adriana María Grisales

 

Pero son los pescadores de Beltrán quienes los acogen,  porque piensan que en algún lugar, en alguna familia, hay alguien esperando encontrarlos.

Este es el ambiente en el que los niños  crecen por esos días. Rodeados del  hedor de la muerte, con  total desconocimiento del país que los rodea.

Muchos no conocen ni la plaza de Marsella, debido a los pocos recursos económicos de sus familias.

 

Foto por: Adriana María Grisales

 

Cuando uno ha vivido saturado de información por parte de los medios de comunicación y escucha hablar a mañana, tarde y noche de violencia, guerrilla, paramilitares, narcotraficantes, carteles, corrupción, secuestros, masacres, es fácil preguntarse ¿qué pasó, quienes son, quien lo hizo, por qué?

Pero cuando se vive en Beltrán, donde el tren dejó de llegar hace muchos años, el recorrido del jeep willys desde Marsella solo baja los miércoles , la señal de televisión es escasa y ni qué decir de la de internet, la pregunta es otra o quizá no hay preguntas: solo miedo y miedo simplemente a la muerte, a los muertos, porque los niños no saben qué pasa en el resto del país, solo saben que hay otro muerto en el río y ya se han acostumbrado a verlos.

Los niños son curiosos por naturaleza, y aún más cuando se trata de esos  asuntos llamados “de adultos”  que  la sociedad tiende a evitar.

 

Foto por: Adriana María Grisales

 

La muerte la hemos tratado desde las antiguas civilizaciones como tabú  y para nosotros es difícil explicársela a los niños.

No hablar de ella genera en los niños muchas inquietudes y dudas. El temor a lo desconocido es peor que la propia realidad.

Y es que a pesar de ser un hecho ineludible de la vida, tememos enfrentarnos a ella y, por extensión, tendemos a sobreproteger a los más pequeños de la casa, y para los niños es difícil entenderlo.

 

Foto por: Adriana María Grisales

 

Un buen recurso para esto pueden ser los cuentos y los libros infantiles. Historias que contadas por otros puedan ayudarles a comprender el concepto… la distancia que aporta la fantasía resulta básica para ayudarles a entender la pérdida de un ser querido o lo que sucede con las personas que llegan día a día por el río.

Durante 11 años hemos llevado los libros a esta población, y ahora complementándolo con cine, teatro, talleres de pintura y las nuevas tecnologías es la oportunidad de mostrarles, que los ríos traen mucho más que muerte, que los trenes siguen yendo y viniendo en muchos sitios del mundo, que su territorio –más que ser un puerto para la muerte– es un escenario para la esperanza, y que todos los habitantes de esta vereda, sin hacer parte del conflicto, pueden hacer parte de la reparación y del sueño de un mejor país.

Contamos historias desde otras formas de mirarnos.

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