La búsqueda de mis padres y familiares en Armero

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El arquitecto Gustavo Vargas Torres, es el padre del periodista Gustavo Vargas Ramírez. Por tratarse de un testimonio de primera mano, compartimos con  nuestros lectores, el siguiente texto de su autoría.

Por, Gustavo Vargas Torres

Arquitecto, radicado en Dosquebradas, hijo de padres armeritas.

La tragedia nos cogió por sorpresa. El domingo anterior a la tragedia pasé a Armero a recoger a mi primer hijo, de 11 meses  y nacido en el pueblo, para llevarlo a Ibagué, donde había conseguido trabajo en una constructora de vivienda. Ese día mi madre nos preguntó a mi padre y a mi, en horas del almuerzo, sobre qué posibilidad había de techar la terraza de la casa que estábamos construyendo para subir los muebles, porque en la Cruz Roja, donde ella se desempeñaba como Dama Gris, la estaban entrenando para evacuar a Armero debido a una posible gran inundación que estaba por suceder. Mi padre y yo le indicamos que eso era casi imposible, pues la acequia del río Lagunilla quedaba a más de tres cuadras de la casa.

El 14 de noviembre de 1985, a las 6:00 a m, llegué a la cancha de baloncesto donde entrenaba con el equipo del ICT de Ibagué (Instituto de Crédito Territorial) para un campeonato Nacional del Instituto, cuando empezaron a llegar los compañeros de equipo mientras escuchaban una noticia por la radio que informaba sobre un piloto que sobrevolaba el pueblo y aseguraba que había desaparecido. En ese momento empezó la tragedia para mí y mis hermanos, quienes de casualidad, ese día, estaban fuera de Armero.

Tan pronto me enteré de la noticia, la cual no creía inicialmente porque me parecía imposible, me dirigí a la oficina de la constructora en Ibagué, donde terminé por enterarme bien de la magnitud de la tragedia. Saqué el campero asignado para la obra y me dirigí de inmediato a Armero, en busca de mis padres y familiares, pero por el camino la policía nos informó que no había paso, que todo estaba inundado con barro y me convencieron de que era mejor devolverse.

Volví a Ibagué, recogí a mi hermano menor y eché al carro un par de palas, picas y lazos y nos dirigimos a Armero dando la vuelta por Pereira–Anserma-Manizales– Mariquita. Aunque nos tocó desviarnos, y por la ruta de la Victoria, Caldas, llegamos a Mariquita, ya que por la vía Fresno el río Gualí, afectado por la erupción del volcán, había derribado el puente.

Por fin logramos pasar de Marquita hacia Armero, pero no pudimos ir más allá de la Granja Agrícola, a 5 km de Armero. El lodo en la carretera no lo permitía. Entonces nos dedicamos a buscar entre los heridos que empezaron a aparecer en el lodo. Los ayudamos a lavarse, a quitarse el barro para identificarlos. No encontramos a ningún conocido en esa oportunidad. Con el campero empezamos a llevar heridos al Hospital de Mariquita. Estuvimos toda la noche buscando entre las personas que llegaban al hospital, pero no logramos identificar a nadie.

Al día siguiente, nos dirigimos a Armero por la vía hacia Bogotá, averiguando en cada uno de los hospitales de todos los municipios que pasábamos. Nos desviamos hacia Maracaibo, un poblado cerca del pueblo por el lado occidental y hacia donde se dirigió la avalancha contra los cerros Farallones. Allí encontramos cadáveres de personas que habían salido del lodo tratando de subir las laderas. No reconocimos entre ellos a algún familiar o conocido.

Una vez de vuelta a Ibagué, nos reunimos todos los hermanos y algunos familiares y decidimos repartirnos en los municipios que rodeaban a Armero para averiguar por mis padres, situación que fue infructuosa, no los encontramos.

Al pasar las semanas logré trabajar con la empresa que construía los campamentos provisionales para damnificados en Lérida, un municipio vecino de Armero, donde se iban a albergar a los damnificados. instalamos carpas grandes para las familias, alrededor de un salón, además de baterías de baños, cocinas y lavaderos comunes. Esto se hacía mientras se adelantaba la construcción de viviendas. Así pude estar cerca de los damnificados y seguir en la búsqueda de mis padres y familiares, como mi abuela y dos tías, quienes vivían en Pereira pero que, por desgracia, el mismo día de la tragedia llegaron a Armero a visitar a mis padres. Nunca los encontramos.

En una ocasión, en una de las carpas, vi a una señora que se parecía mucho a mi madre. Por un instante sentí miedo y alegría, pero tampoco era familiar de ella.

Lo único que pudimos saber sobre mis padres y familiares fue la versión que nos dio un sobreviviente, que era vecino de nuestra casa en Armero. El casero y conductor del Dr. Merenguer nos contó que ya entrada la noche de ese 13 de noviembre estaba acostado y un ruido muy fuerte lo despertó, se asomó por la ventana y, entre relámpagos, logró ver que todas las calles estaban inundadas y la gente corría en la oscuridad. También observó que había personas en la terraza de nuestra casa de dos pisos, la cual estábamos todavía contrayendo (y que mi madre pedía techar para subir los muebles porque supuestamente Armero se iba a inundar). Luego, en otra ráfaga de luz, vio cuando una ola gigante arrasó con la terraza como una balsa de concreto. No volvió a saber nada de ellos. Al otro día el conductor vecino fue hallado entre escombros y lodo.

Entre 1986 y 1987 terminé construyendo casas en Guayabal Armero para los damnificados, como contratista de RESURGIR, la Institución que canalizó todas las ayudas para los damnificados. Esto me obligaba a pasar varias veces a la semana por el pueblo en ruinas y arrasado. Era muy aterrador y triste, estuve cerca de los sobrevivientes, pero nunca encontramos a nuestros padres y familiares, y con el pasar de los años fueron “declarados” muertos por desaparecidos. Los médicos y psicólogos que conocíamos nos recomendaron que hiciéramos vida lejos del sitio de la tragedia, para nuestra tranquilidad mental y espiritual. Es así como después de terminado el contrato de construcción de viviendas para los damnificados de la tragedia, me radiqué en Pereira y en Dosquebradas, donde todavía sigo con mis recuerdos a cuesta.

Relaciones en construcción

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