La clave son las rutas, no las armas

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Estados Unidos: el país que envejece. China: la juventud que renace. Es claro que mientras en uno la prioridad es lo militar, en el otro es lo comercial.


 

Pese a todas las universidades, unidades investigativas, de inteligencia, contraespionaje y desarrollos tecnológicos del U2 o de las bombas nucleares, nadie en Estados Unidos, puede decir con contundencia cual fue la razón que llevó a que la Unión Soviética callera finalmente a inicios de los 90, tras 80 años de resistencia.

Pero es muy importante acercarse a algunas hipótesis que podrían ayudar a explicar el fenómeno de su decadencia.

Una de las claves está en el presidente Dwight Eisenhower, quien como militar no pudo evitar sentir la admiración, combinada con el horror que le producía la rapidez con que las tropas alemanas se desplazaban por la imponente infraestructura de la que gozaba el país en los años 40.

Con esta idea en la cabeza, pero con nuevos enemigos, decide realizar la gran empresa estadounidense de infraestructura de los años 50. Durante años el presupuesto para infraestructura nacional estaba en los niveles de entre el 10 y 12% anual.

Fue la época de oro de las grandes obras, especialmente en lo que se refiere a las de transporte. Las del agua ya habían empezado su época dorada hacia los años 30. Pero esto no sólo es importante en términos militares (desplazamiento de tropas y armamento por el territorio nacional), sino por la lucha permanente con contrincantes cuyas armas se diversifican.

 

Eisenhower habla con hombres del 502º Regimiento de Infantería de Paracaidistas. Imagen extraída de Wikipedia

 

La misma Unión Soviética es un buen ejemplo: no cayó por el arsenal militar, y más bien su caída habría que verla desde el punto de vista de lo social, lo industrial y lo cultural. De tal suerte, hoy Estados Unidos goza de una imponente infraestructura que, sólo en carreteras, llega a los seis millones y medio de kilómetros construidos.

Fue una labor de pocos años que les garantizaría su hegemonía en el corto y largo plazo. Pero el panorama hoy en el país del norte es bien distinto por el simple, muy simple embate del tiempo.

De los 614.387 puentes que tiene, 4 de cada 10 ya tienen más de 50 años. Más de 200.000 puentes que son viejos y tienen averías severas, de los cuales más de 57.000 requieren reparos urgentes y reemplazos que ya no se pueden curar con cáscara de huevo.

Su agua potable está en la misma situación, con una cifra que ronda los 240.000 tubos averiados y rotos anualmente, el 24% de las escuelas públicas están en mal estado. Desde hace muchos años Estados Unidos sólo invierte entre un 2 y 3% de su presupuesto anual.

Trump, con su tono peculiar, ha anunciado un poderoso plan en el que piensa invertir 1,5 billones de dólares (1,5 trillion Dollars) para la recuperación de infraestructuras cuyos niveles de inversión son cada vez peores desde los años 80.

 

Puente Manhattan en construcción en Nueva York. Imagen extraída de Flickr

 

Sin embargo es un plan poco realista, sin mucha ilustración sobre los mecanismos para conseguir recursos, pues, según el documento, el estado sólo invertiría 200.000 millones, mientras que los restantes 1,3 billones deberán salir de los gobiernos locales.

Llama la atención que no se trate de recursos nuevos, sino de fondos de otros programas estatales a los que debe pellizcar por un lado y por el otro para sacar la suma, pero sobre todo, que el pellizco no se sienta en el rubro militar, que sigue superando los 600.000 millones de dólares anuales, pese al reclamo de Trump de haber “gastado estúpidamente” 7 billones de dólares en medio oriente.

A otro lado del pacífico, China, que lo hace lento pero contundente, desde el año 2009 ha decidido invertir un promedio del 12% anual de su PIB, pese a que éste no goza de los rimbombantes 19 billones de dólares del PIB norteamericano.

Amén de lo anterior, su gasto anual en infraestructura supera el de Estados Unidos y la Unión Europea juntos, con miras al proyecto global de “Nueva ruta de la seda” que requiere más de 8 billones de Dólares.

Es decir, en el año 2009, China ya invertía en un año lo que a finales del 2018 Trump va a anunciar como un gasto histórico en los próximos 4 años: 1,5 billones de Dólares.

 

Centro de Beijing, China. Imagen extraída de PxHere

 

En otras palabras, China, que ha crecido de manera más o menos constante con un PIB del 8% desde la debacle financiera del 2008 en los países capitalistas, tiene el mismo gasto anual en infraestructura que el aumento de su PIB.

China ya ha inaugurado esta nueva ruta, la que aún es experimental y está en fase de consolidación.

Son más de 12.500 kilómetros férreos que unen al país asiático con Inglaterra, por solo hablar de la ruta norte. Ya ha consolidado relaciones con Alemania, hoy por hoy uno de sus mayores socios comerciales con un total de 990.000 millones de yuanes al año, y falta esperar la ruta marítima de la seda que establecerá contactos con África hasta América Latina.

Será algo cuyos efectos apenas empezaremos a sentir después de 5 años. Sobre todo, con las estimaciones del FMI que estipula que la economía mundial crecerá en los próximos 20 años entre un 3 y 4%, lo que requerirá, al mismo tiempo, una inversión de entre 4 y 6 billones de dólares anuales en inversiones de infraestructura, de las cuales más del 70% le corresponderá a los países emergentes.

Esa es la clave de la ruta de la seda del sur, que pasa por África y América, y de la cual se tendrá el tiempo de hablar en su debido momento.

Ello explica que los tiempos de esta ruta son menos inmediatos. China sacará lo que pueda de la vieja Europa, pero su mira en el horizonte está en los países emergentes.

 

Belt and Road Initiative. Imagen extraída de Wikipedia

 

Mientras tanto, la Unión Europea alarga cada vez más los pantalones, se desmarca de EEUU, como lo ha demostrado últimamente abriendo canales comerciales con Irán a través de transacciones que no pasan por el dólar, y América Latina ve absorto al presidente Trump gritando como padre borracho que todo lo hace mal sin dar alternativas para hacerlo mejor.

En ese contexto, los países emergentes estamos en la misma situación de las bellas doncellas cuyo amor es disputado entre el viejo incompetente, poderoso y malgeniado, y el joven gallardo, tímido pero romántico que lo da todo por ella.

Tendremos que tomar una decisión.

Sobresale entonces que mientras EEUU parece un saltimbanqui echando candeladas por sacar 1,5 billones en los próximos 4 años (es decir, poco más del 6% anual de su PIB) de los cuáles apenas tiene certeza de 200.000, mientras no toca el presupuesto militar de sus 600.000 millones anuales de defensa, China alcance los 230.000 millones en gasto militar anual, mientras sigue firme en los 1,5 billones anuales, que son cuenta aparte de los proyectos de compromiso con La ruta de la seda, que ya empieza a rendir sus primeros frutos.

Es claro que mientras en uno la prioridad es lo militar, en el otro es lo comercial, lo que recuerda la primera etapa de la época victoriana, cuando el príncipe Alberto de Sajonia estaba convencido del papel fundamental de las rutas comerciales en el dominio mundial de Inglaterra.

Era un hombre de otro tiempo, y entendía, como hoy sucede, que las potencias consolidan su poder por el dominio de las rutas, y las rutas no se dominan por la fuerza militar, sino por las inversiones que abren nuevos caminos, acercan nuevos horizontes y crean nuevas relaciones.

 

Filósofo, Magister en Historia. Analista geopolítico.

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