La dura irrealidad

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Lo tenía como una información distante entre la suma de datos que se dan por sentados: el estado del clima, los boletines del gobierno, la retórica de los políticos, las veleidades de la farándula, los resultados del fútbol. En fin, toda esa suma de cifras que abruman y confunden a los ciudadanos bien informados.

Pero sólo en estos días de cuarentena he podido comprobarlo: las personas – dormidas o despiertas- se pasan las veinticuatro horas del día conectadas a la pantalla del televisor.

Es decir, a la pura irrealidad.  A la inconmensurable dimensión de la mentira.

¿O que son, sino, los noticieros, la publicidad, los dramatizados, las telenovelas, los realities, el mundo de la farándula y el de las estrellas del deporte?

En el mejor de los casos son verdades a medias, que al final resultan ser peores que las mentiras completas.

Con estas últimas al menos uno sabe a qué atenerse.

Durante el día el estruendo llega en todas las formas imaginables.

En los presentadores de televisión que regurgitan cifras sobre el Covid- 19, esa criatura de pesadilla que asaltó nuestras vidas mientras dormíamos el sueño de los felices y en cuestión de días hizo trizas nuestras aparentes seguridades.

En los gritos de una pareja que se promete odio eterno en el nuevo capítulo de una telenovela mexicana.

En las distorsiones sonoras del participante en un reality que, contra todas las advertencias de la naturaleza, pretende imitar la genialidad interpretativa de Nino Bravo.

En la insistencia de los mensajes publicitarios, empeñados en vendernos perfumes, autos, teléfonos, espectáculos, mujeres, ropa, viajes, como si el dinero para la supervivencia diaria no estuviera agotándose en los bolsillos.

En las minucias sobre la vida sexual de las estrellas de la farándula y el deporte, en las que se cuantifica hasta el número de polvos que se echan por semana.

En la alta noche, a medida que desaparecen los sonidos producidos por los actos humanos- cocinar, bañarse, reír, discutir, cantar, caminar, jugar- reinan los tiroteos y las sirenas de las ambulancias.

Al parecer todo el vecindario se puso de acuerdo para ver las mismas películas de policías y mafiosos.

tomada de: accionycine.blogspot.com

Supongo que después discuten los detalles a través de sus redes sociales, lo que no deja de tener su lado positivo:  así al menos no se olvidan del prójimo.

Como un manto helado, el resplandor verdoso de las pantallas se refleja en todas las ventanas.

¿Cómo puede un espíritu discernir o alcanzar alguna clase de sosiego con ese montón de basura asaltándole los sentidos? Me pregunto mientras escucho, ilusionado, el jadeo de una pareja de amantes. Los imagino abrumados por el miedo y conjeturo que eso incrementa su placer.

Falsa alarma: los gemidos también provienen del televisor.

De golpe, recuerdo la escena de una película visionaria del gran Sidney Lumet sobre los medios de comunicación. Es una producción de 1976.

Se trata de Network, traducida al español con el título de Poder que mata.

Imagen de Network “Poder que mata”

En la escena mencionada, uno de los personajes alza su dedo índice y suelta, como de pasada, la siguiente frase: “El infierno acaecerá sobre la tierra cuando todo el mundo esté conectado”. Acto seguido, la atribuye a otro personaje, esta vez literario: uno de los protagonistas de 1984, la profética novela de George Orwell.

Supongo que el sabio Lumet y su guionista tenían sus espírtitus puestos en este momento de la Historia Universal, cuando las vibraciones de millones de televisores y teléfonos surcan en todas direcciones el planeta entero, tejiendo una red invisible y densa que aprieta los cuellos y obstruye los corazones, dificultando la llegada de sangre al cerebro.

Faltas de oxígeno y, por lo tanto, imposibilitadas para la lucidez, nuestras mentes se resignan a esas formas de irrealidad, como si en efecto se estuvieran ocupando del mundo en general y de nuestras vidas en particular.


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Contador de historias. Escritor y docente universitario.

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