Publicado en Un Pasquín
Hay una torpeza y arrogancia en nuestra existencia que nos impide entendernos. El ego es el motor. Y las incapacidades las llenamos de excusas y discursos.
¿Por qué tengo que estudiar por un futuro que quizá pronto deje de existir, ya que nadie está haciendo nada para salvar ese futuro?”
Mi primera reacción ante la pregunta de Greta Thumberg, fue cínica. Pensé que esta adolescente sueca, que lleva meses sin ir al colegio cada viernes en señal de protesta, actuaba como una fatalista. Y es que los humanos hemos sobrevivido a los estragos de la bomba de Hiroshima, a la explosión de Chernóbil, a la extracción de oro con mercurio, a las islas flotantes de plásticos en los océanos, a las chimeneas de la revolución industrial, a los millones de toneladas cúbicas de las emisiones de los autos, al metano que producen las vacas durante siglos… ¿qué le pasa a esta niña? Y no, no soy una negacionista que piensa que los científicos están desinformados. Creo más bien que, como muchos en mi generación, nos hemos acostumbrado asociar progreso con tenerlo todo en superlativo. Que en esta vida se trata de acumular, de gastar, de tirar, de volver a comprar y así una y otra vez, sin pensar en que nos van a pasar una cuenta de cobro.
Y por esa vida, en la burbuja de las ciudades, me parecía la pregunta de Greta un tanto tremendista. Salpicada de algo naif y de optimismo. Yo misma parecía un librito de esos llenos de citas de automotivación, de “el futuro será mejor”, de “es cuestión de voluntad, para alcanzar las metas”. Pero no. Lo cierto es que cruzamos, en medio de la ignorancia y la comodidad, la línea de no retorno. Ya no está en manos de las buenas intenciones, sino de las acciones. Me mareo cuando veo las imágenes de los osos polares, revolcando la basura de algún pueblo de la estepa siberiana, en busca de comida.
LO CIERTO ES QUE CRUZAMOS, EN MEDIO DE LA IGNORANCIA Y LA COMODIDAD, LA LÍNEA DE NO RETORNO. YA NO ESTÁ EN MANOS DE LAS BUENAS INTENCIONES, SINO DE LAS ACCIONES.
Ciertos críticos intentan minimizar el alcance de las palabras de Greta cuando acuden a su autismo, a su visión del mundo en blanco y negro. Y sí quizá sea algo fatalista, pero es que edulzándola, pidiendo a otros que hagan lo que todos los demás no hacen, tampoco ha demostrado ser una solución ideal. No es momento de andarse con ternuras.
Recuerdo que cuando estudiaba desarrollo económico nos referíamos con frecuencia a las diferencias de Norte-Sur. Los debates se llenaban de complejos ideológicos, y crecía la indignación entre los del Sur porque los del Norte les exigieran, que crecieran de manera sostenible. Era algo odioso porque no existía la tecnología para que ese progreso llegara. Entonces las discusiones se encendían entorno a las opresiones, a tensiones de poder, y prepotencias. Quizá si hubieran ofrecido su ayuda temprana y con medios efectivos, no estarían hoy asustados ante la posible migración climática, y habrían logrado acciones consensuadas.
Hoy, ante la inminencia de los actos consumados, y con esta Greta al oído, pienso que aquí reina el Homo Turpis. Hay una torpeza y arrogancia en nuestra existencia que nos impide entendernos. El ego es el motor. Y las incapacidades las llenamos de excusas y discursos.
Gastamos a manos llenas con una tarjeta de crédito ambiental que se nos antojaba ilimitada. La pregunta existencial sobre la crisis climática parecía una discusión intelectual. Cuando además se viene de una zona geográficamente privilegiada: montañas completamente verdes, recodos inexplorados, santuarios naturales, el problema no se ve. La exuberancia de la naturaleza inmediata minimiza las evidencias científicas. Y encima, el resto del país ardiendo en otros frentes como la inequidad, el machismo, la violencia y la corrupción… Así el asunto ambiental parecía capricho.
Pero esa miopía nos deshiela los páramos. La misma que tiene a las tortugas marinas con pitillos clavados en sus narices. Y como no nos toca en el barrio, nos la pasamos negando problemas reales y alcahueteando la desidia de los políticos a la hora de legislar las regulaciones ambientales y su concupiscencia frente a sus financiadores.
En medio de la autocomplacencia, de las censuras y de tantas otras urgencias, queremos olvidar la pregunta que los más jóvenes nos lanzan cada viernes con urgencia… ¿De qué sirve asistir a la escuela o la universidad si no estaremos aquí porque ustedes nunca han previsto esto? La vida es todo lo que sucede fuera del aula de clase.
Quizá estas Gretas del mundo que capan clases nos despierten de la ceguera operativa en la que vivimos. Es hora de que este Homo Turpis et Urgentis entienda la dimensión de lo que está en juego, si no por lo obvio, por lo menos para que esos niños puedan volver a clase y estudiar para que mañana tengan derecho a vivir y no solo a limpiar los regueros de los que veníamos primero. Como anunciaba una de las pancartas en la pasada marcha “Salvemos este planeta, porque es el único con pizza”.