#TerremotoDelEjeCafetero1999.
Este 25 de enero se cumplieron veintitrés años, sí, 23, del terremoto que sacudió al Eje Cafetero. Vivíamos en un piso 15, en Pereira y nos paramos bajo el marco de una puerta a esperar, impotentes, que el sacudón terminara. Las lámparas de la casa se movían como péndulos, el piso no dejaba de moverse, ni cada uno de nosotros de rezar.
El teléfono (teléfono fijo) sonó casi una hora después. Los amigos y familiares que vivían en otro lado, preguntaban si estábamos bien. Dijeron haber tenido muchos problemas para comunicarse y que, por la televisión, palabras más, palabras menos, habían dicho que a Pereira un terremoto la había borrado del mapa. (lo que en realidad sí pasó en gran parte del Quindío)
Encendí el televisor y vi a Yamit Amat hablando con tono de gravedad. Que si Pereira se había caído por completo o que si había sido Armenia. Era el canal Caracol contándole a los espectadores que ellos eran los dueños de la primicia y no la competencia. Pasaban planos generales, que se repetían una y otra vez, incluidos los de un cementerio en el que, por cuenta del remezón, se habían salido de sus bóvedas. Al fondo, una música conmovedora trataba de mantener a la audiencia pegada al televisor. https://bit.ly/3tWcoqv.
El canal RCN, por su parte, transmitía desde Pereira. Bajo una lluvia constante la periodista Vicky Dávila, cuando todavía no era Vicky Dávila, entrevistó a un hombre corpulento y afectado. Este afirmó no saber nada de su madre, que se encontraba en el segundo piso de una casa desplomada y agregó que las autoridades aún no le habían dado razón de ella. https://bit.ly/3rW62F3.
La pelea de los canales privados por mantener audiencias cautivas fue evidente. La música de fondo o los huesos a la luz de muertos de hace rato, poco o nada les sirvieron a los cuerpos de socorro. Antes que dar tranquilidad, analizar lo ocurrido y proporcionar la información que le fuera más útil a la comunidad, todo fue una carrera contrarreloj por tener la chiva y capturar a la audiencia.
Este modo de contar las noticias con mucha pirotecnia, fue en realidad un fenómeno mundial que marcó la década de los noventas. Una de las primeras veces que se evidenció fue en Estados Unidos, durante la audiencia del deportista y actor O.J. Simpson, acusado de asesinar a su esposa. Alrededor del caso se formó un circo mediático sin precedentes. Los noticieros se dedicaron a entretener más que a informar. https://bit.ly/3KOL4Aj.
En 1.999 los teléfonos celulares, que se presentaban en los comerciales de televisión como una novedad https://bit.ly/3rNtPXw, solo servían para llamar y los tenían muy pocas personas. Durante el terremoto, nadie pudo contar la tragedia con videos en primera persona, de modo que el país se tuvo que enterar del terremoto tal y como se lo contaron los nuevos canales, al mejor estilo de lo que Mario Vargas Llosa calificaría en uno de sus libros como La civilización del espectáculo.
Sepultados quedaron no solo los cuerpos, sino los relatos de muchos. La paradoja fue que años después, sería la literatura y no los medios noticiosos, la que nos presentaría relatos ficticios, pero más ajustados a la realidad. Gracias a ella, los sabores, los olores, las imágenes y las personas de ese mundo que se vino abajo, se salvaron del olvido, durante la que quizás fue la última tragedia sin Hashtag.
*Este artículo se basa en una ponencia que presenté para el XIV CONGRESO INTERNACIONAL DE LITERATURA: MEMORIA E IMAGINACIÓN DE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE (POR LOS DERROTEROS DE LA ORALIDAD Y LA ESCRITURA) XIII ENCUENTRO INTERNACIONAL DE ETNOLITERATURA, titulada: El papel de la literatura en la resignificación del terremoto del Eje Cafetero de 1999.