En la editorial anterior hablamos de la agenda esencial que proviene de la necesidad de actuar, con carácter de urgencia, en el ámbito de la contribución de las ciudades al cambio climático.
Ahora, para realizar estas acciones se requiere de la firme determinación de llevarlas a cabo, contando con un programa claro y comprensible para todos, y de los recursos suficientes para su implementación.
Empecemos por la determinación. En un reciente artículo publicado el pasado 19 de agosto en el diario francés Le Mode, titulado: “En France, la politique en faveur du vélo a fait les frais d’une suite de rendez-vous manqués depuis les années 1970” [1], se explica cómo en la pasada crisis de los energías fósiles, vivida en los años setenta -vivida con iguales premuras que las actuales en términos de escasez y suministro, pero con menos presión por la ausencia de lo que hoy ya se vive como los efectos dramáticos del cambio climático-, los holandeses y los franceses decidieron tomar caminos diferentes.
La decisión de los países bajos fue privilegiar la autonomía energética, visualizando una drástica transformación de su modo de vida y volcando la movilidad a dos sistemas con menor alcance en distancia, pero con muchas ventajas desde el punto de vista de sus efectos sobre el medio ambiente, los costos económicos, y la salud de su población: la marcha a pie y la bicicleta.
El artículo relata cómo este cambio no se llevó a cabo pacíficamente, y se vivió en medio de fuertes tensiones sociales y un debate con aquellos que defendían una visión de desarrollo basada en la falsa autonomía y las distancias que permite el vehículo particular movilizado por medio de la quema de combustibles (para la época solo combustibles fósiles).
La determinación de los gobernantes de los países bajos ha rendido sus frutos en términos de contaminación ambiental, independencia energética y salud de su población.
En un artículo publicado en el periódico La Vanguardia, el pasado 23 de agosto, se lee: “De media, cada ciudadano del país neerlandés recorre 2.6 kilómetros diarios en bicicleta, la cifra más alta a nivel global. Si el mundo siguiera su ejemplo, no solo se llegarían a ahorrar 686 millones de toneladas de CO2 al año, también descendería la mortalidad en 620.000 personas que pierden la vida por motivos derivados con el uso masivo de los coches”.
Pero, en su momento, no fue un combate fácil.
En el artículo citado de Le Monde se lee que, en aquellos lejanos años setenta (muchos de los que leerán este artículo no habían nacido), los franceses optaron por desdeñar la posibilidad de implementar un modelo de desarrollo territorial basado en la autonomía física que da la movilidad a pie y en bicicleta, y continuaron la expansión de sus ciudades privilegiando la construcción de suburbios periféricos a las grandes ciudades (banlieue), instalando grandes centros comerciales, y construyendo vías envolventes o circunvalares, en las ciudades principales.
Lo que se concluye es que, a la vuelta de cincuenta años, esas “citas perdidas” de las que habla el artículo, han sido retomadas por la fuerza de las circunstancias.
Antes de la emergencia vivida por la pandemia de covid 19, ciudades como Paris ya venían liderando propuestas como la ciudad de los quince minutos (la voz más visible de esta es un arquitecto de origen colombiano, nacionalizado francés, Carlos Moreno).
Sin embargo, después de la emergencia sanitaria estas acciones se mostraron más imprescindibles, tomando en cuenta, también, los graves efectos que el cambio climático ha tenido sobre el continente europeo y sus ciudades. La sequía de ríos y fuentes de agua. Y las temperaturas extremas, como las canículas, fenómenos extraordinarios en donde la temperatura se eleva en verano a niveles inéditos superiores a 45 grados centígrados, lo que impide el proceso natural de enfriamiento del territorio al caer la noche.
Estos fenómenos como la canícula no son nuevos en Europa, ya en el año 2013 murieron cerca de 14.000 personas en todo el continente por causa de eventos relacionados con esta circunstancia que, tristemente, se ha vuelto más habitual y constante.
Por tanto, se muestra cómo, tarde o temprano, la decisión que busque introducir de manera radical una combinación entre un transporte público masivo de calidad, como los tranvías eléctricos o los metros subterráneos, y sistemas de movilidad auto propulsados como caminar o ir en bicicleta, se vuelve inaplazable para los habitantes del planeta (recordar que actualmente más de la mitad de la población de la tierra vive en ciudades, porcentaje que sube hasta el 80% en las ciudades de los países desarrollados).
Pero implementar estas medidas no logrará ningún aporte a la disminución de la emergencia global si se hace de manera fragmentaria o accesoria. Como los holandeses (y podría decirse, no como los franceses), se requiere determinación. Enfrentar el problema, y resolverlo de una manera decidida, requiere de los gobernantes tener una visión de futuro comprometida con su población, y no solo con sus ambiciones políticas de corto plazo.
Ahora, viene el segundo factor, mucho más relevante para países y ciudades que cuentan con recursos limitados como las nuestras.
Una vez tomada la decisión, expuesta en un programa claro a la población, comprensible y que logre involucrar la voluntad de los pobladores de cada ciudad, se requiere echar mano de los recursos disponibles, que siempre, se nos dice, son insuficientes.
¿Entonces, no tenemos alternativas?
Creemos que sí es posible, teniendo en cuenta que la primera tarea está en la elección de los gobernantes.
Elegir los nuevos mandatarios locales de acuerdo con un programa de ideas coherentes con estas necesidades inaplazables.
Y que los elegidos sean, al tiempo, personajes reconocidos públicamente por su probidad y honradez, por su pulcritud en su vida pública y privada. Personas que hayan demostrado una trayectoria de servicio público, y con formación suficiente para enfrentar este duro combate y vencer, que se comprometan con la población a dar un manejo impoluto y coherente a los recursos públicos que habrán de administrar.
Verán cómo, así, se logra el objetivo propuesto, y podremos introducirnos en una ruta de ciudades adecuadas a las necesidades actuales, haciendo rendir los recursos públicos hasta el punto del milagro: el milagro de erradicar, al tiempo, las malas prácticas del despilfarro de recursos en proyectos dispersos, y de la corrupción pública. ¡Moñona!
[1] “En Francia, la política a favor de la bicicleta se ha llevado la peor parte de una serie de citas perdidas desde los años 70”