Las curas del alma

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El ser humano, formador de mundos a partir de su capacidad de pensamiento/anticipación, siempre ha vivido estos debates que, guardadas proporciones y contextos históricos, parecen repetirse.


 

Son días agitados los que vivimos. Nuestra sociedad, martirizada por más de cinco décadas de conflicto armado, ha abrazado la esperanza de la reconciliación a partir de un acuerdo de paz con las FARC.

Al terminar este párrafo ya los lectores de esta columna se habrán dividido, si hacemos caso a las encuestas, por lo menos por mitades. Una de ellas que cree firmemente en el acuerdo de paz, abriga la esperanza de su cabal implementación, y se niega a repetir el pasado reciente. La otra mitad siente que el país retrocedió, que llevamos un camino incierto y vamos rumbo al despeñadero.  Y la mayoría de ellos, sinceramente lo creen. No es una postura, ni una forma de manipulación ideológica, ni siquiera es una posición conveniente.

Volvemos a estar en el escenario del “todo o nada”, en la bifurcación inminente que promete salvarnos o perdernos para siempre. Polarización tan presente a lo largo de nuestra historia.

 

Extraída de: Pixabay.

 

Hay quienes han intentado marginarse usando un discurso moderado y apelando a la exposición de los problemas que aquejan al país en diferentes áreas. Pero, el auditorio no está para promesas abstractas ni debates sesudos, por razones que puedan esgrimirse.

Y no es solo en las redes sociales donde se libra una verdadera batalla entre los partidarios de uno u otro extremo, sino en las calles.  El país del posconflicto sigue en la inercia de la violencia.

Estamos presenciando la disputa del que alce la voz con más bríos, señalando al bando contrario, ahora desde la política, de los males que habrán de llegarnos. La única conducta posible es acoger, sin derecho a ningún tipo de reflexión o réplica, el discurso que promete salvarnos del desastre desde una u otra orilla.

 

Extraída de: Juventud Rebelde

 

A quienes los principios nos impiden suscribir posturas extremas, nos rotulan automáticamente como “el enemigo”. En este relato político lo que está en juego es la patria y el porvenir colectivo. Quién no puede asumirlo de esta manera, obviamente se considera un traidor.

En medio de tanta exacerbación y discurso altisonante parecería difícil no deprimirse. Entonces, recurro a la literatura. Leo una entrevista reciente realizada a Giorgio Agamben, el filósofo italiano, cuyo título me envía el siguiente mensaje: “El pensamiento es el coraje de la desesperanza”.  Sus palabras me hablan del futuro y la necesidad antropológica de la fe, como una manera de soportar la incertidumbre de lo que podría pasar.

Al tiempo, termino de leer Bouvard y Pécuchet, del inmortal Gustave Flaubert, y me dejo arropar por esa crítica sutil y mordaz, demoledora contra todo dogmatismo.

 

Extraída de: Grandes Pymes

 

Pienso que otros días trajeron sus afanes, como ahora los nuestros, y me tranquilizo considerando que es mejor tener el pie por fuera de la línea de conducta dictada por tanto predicador de desastres e ilusiones vacías.  El ser humano, formador de mundos a partir de su capacidad de pensamiento/anticipación, siempre ha vivido estos debates que, guardadas proporciones y contextos históricos, parecen repetirse. Comprobarlo me arranca forzosamente una sonrisa, y me sirve de consuelo en los días convulsos que transcurren.

Directora del portal web La Cebra Que Habla

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