En las mascotas proyectamos nuestras emociones y sentimientos

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Se comportan como una pantalla somatizadora donde se muestra a través de sus dolencias y padecimientos lo que viene sufriendo su dueño, familia o  cuidador.

En ocasiones  nos muestran  situaciones que no han tenido  manifestación clínica en nosotros.



Una mascota es como una hoja de papel en blanco, donde inscribimos todas nuestras emociones.

Esta afirmación que suena socialmente ilógica pero que energéticamente tiene toda la veracidad del caso, permite poder expresar que los animales que acompañan cotidianamente a los seres humanos no se enferman, somos nosotros quienes los enfermamos al proyectar en sus campos bioenergéticos todos nuestros sentimientos y emociones.

Se comportan como una pantalla somatizadora donde se muestra a través de sus dolencias y padecimientos lo que viene sufriendo su dueño,  familia o cuidador.

 

En muchos casos nos muestran alguna situación que ni siquiera ha empezado a tener manifestación clínica alguna en nosotros.

Las mascotas son altamente sensibles a procesos patológicos de tipo sicológico y físico, y si se permite avanzar en el concepto, también lo son de situaciones ultra dimensionales que ni siquiera el ser humano está en capacidad consciente de percibir a través de sus cinco sentidos.

 

Es importante establecer que esta visualización hacia los animales, bajo el concepto de ser procesadores de energías desequilibradas de sus dueños o cuidadores no es nueva, pues hay que recordar que los abuelos, y aún actualmente, algunos campesinos tradicionalistas mantienen en sus casas rurales  animales (ovejos de pelo, palomos, entre otras  especies), como sensores biológicos para evitar la presencia de enfermedades que provoquen la muerte de otros animales de explotación, o  de quienes habitan la propiedad. 

 Ortodoxamente esto es una “protección” energética para evitar que lleguen epidemias, sin que haya existido  la necesidad de profundizar en el mecanismo de acción de este proceder.  

 

 

Pero actualmente se puede encontrar una explicación, desde el punto de vista de la energía quántica, para determinar que esta costumbre tiene mucho de verdad en su objetivo.

Es importante determinar que una mascota es un animal doméstico que por sus características anatómicas, fisiológicas, genéticas y “sociales”, le permiten compartir su espacio vital con el de los seres humanos, sin aparente peligro para alguno de los dos.  

 

 

Y digo aparente peligro porque  es el animal quien generalmente tiene mayor probabilidad de adquirir enfermedades o sufrir accidentes. Para poder satisfacer la necesidad egoíca del propietario ha tenido que modificar su comportamiento natural por otro más humanizado y menos “animalizado”.

En general tenemos una visión alterada de la realidad misma, de sociedad irracional, que se deja llevar por la energía del instinto, que no reacciona ante sus congéneres de manera compasiva, que vive en medio de la generación de violencia, y que parece no responder a autoridad alguna. Como una comunidad que “vive como animales”, lo que realmente despierta una pena interior con los otros seres  que nos acompañan en este hermoso planeta.  

 

 

Ojalá los primates humanos aprendiéramos a vivir como animales, porque respetaríamos al alfa, al mayor o a la autoridad, solo tomaríamos de la naturaleza lo que necesitáramos para alimentarnos y poder abrigarnos, sin detrimento de las demás especies.

La  protección a los hijos y descendientes sería ideal porque podrían iniciar vida independiente sin los miedos de los padres, y   entenderían  que ellos sólo tienen la obligación de darles  la vida y el impulso inicial para aprender a defenderse por sus propios medios, buscando  la manera de  vivir en armonía con su entorno físico y emocional.

 

 

Pero los ofendemos, en especial cuando los utilizamos como mascotas humanizadas, robándoles la libertad de ser lo que vinieron a ser en este mundo, y asignándoles roles de los hijos, amigos o compañeros que no hemos tenido o que ya nos han dejado.

Acaso: ¿puede encontrarse que los animales respondan de manera irracional ante sus congéneres, sin hacer caso a esa información instintiva que les permite obrar conforme a su codificación genética en cuanto a la jerarquía de grupo o especie, instinto materno, supervivencia alimentaria y reproductiva?

 

 

Las disputas entre los animales no son por diferencias particulares entre sí, o porque uno sea de un color diferente al otro; no, ellos lo hacen por la supervivencia, como una manera de demostrar la fuerza vital necesaria dentro del mismo grupo o especie para asegurar su permanencia en este planeta.  

Esta superioridad demostrada y posicionada finalmente se transmite a través de un mejoramiento genético cuando lo requiere el propio entorno, haciendo necesario aumentar su capacidad física para defenderse de predadores mayores y de algunas enfermedades, y transmitiendo características de resistencia a través a su descendencia.

A este comportamiento finalmente se le denomina selección natural.

 

 

De acuerdo con la nueva medicina alemana del Dr. Ryke Geerd Hammer en Testamento per una Nuova Medicina: Conflictos Biológicos del Hombre y de los Animales,  afirma que:

“Entre los animales observamos que la ayuda proveniente del exterior para superación del conflicto, cosa no prevista por la naturaleza,  no representa una añadidura de calidad para la raza, sino en todo caso una ventaja cuantitativa, es decir, una disminución de calidad (más individuos pero menos fuertes)”.  

Y esto viene al caso porque el ser humano en muchas ocasiones cuando cree ayudar a un animal lo que realmente está haciendo es lo contrario .

 

 

Cuando vemos un animal de la calle, la primera impresión que tenemos es sentir lástima, para luego recogerlo, llevarlo a una estética canina y someterlo a un espumoso baño.

Le dejamos el pelo limpio, brillante y sedoso; le aplicamos un tratamiento contra parásitos, le ofrecemos un alimento concentrado, y, finalmente, lo llevamos a  una casa para adoptarlo como mascota.

Esta acción es catalogada como un acto humanitario con un animal abandonado, muerto de hambre, sucio, pulgoso y muy triste; acabamos de extender la mano a quien “sufría”.

 

 

Ahora demos una mirada diferente, desde el animal.  ¿Por algún momento nos ponemos en el lugar del perro como perro? Y no en el lugar de perro como humano.

Seguro que no. Porque es muy natural que proyectemos nuestras necesidades y miedos en aquellos que tomamos como fieles compañeros.  

Será que a ese perro callejero le gusta el agua y el baño que le brindamos para que se viera limpio, ¿quién nos dice que el perro no era feliz sucio?

 

 

Que  ese jabón de baño es químicamente muy fuerte para su piel virgen y para su olfato; que el alimento concentrado no es del todo agradable por su textura y sabor para él – aunque en el empaque diga que es de rico sabor a pollo o  carne-,  y para colmo ahora lo sometemos en cuatro paredes a un animal que era perfectamente libre de ir o venir donde quisiera, que  respondía naturalmente a su capacidad de obtener el alimento, utilizando instintivamente su olfato,  caminando grandes distancia diariamente.

Entonces observemos que realmente las mascotas sufren por la humanización que hacemos permanentemente de ellas.

 

 

Porque el hombre siempre ha creído que su “perfección” le permite dominar a la naturaleza y modificarla conforme a sus caprichos, sin pensar que históricamente la genética y la naturaleza no juzgan, simplemente actúan conforme a las leyes universales que las rigen.

Cuando un animal deja de ser libre para convertirse en mascota de alguien, pasa también a ser su sanador, equilibrando sus energías, asumiendo trastornos y enfermedades que deberían ser “leídas” profundamente para que no fuese en vano esa labor animal en favor de los humanos.

 

 

La invitación es a dar otra mirada a nuestras mascotas, una mirada desde el corazón y no desde la razón o el sentimiento.

Eso las haría más felices, y pondríamos en marcha el proceso de desapego como enseñanza de estos lindos maestros de cuatro patas, que tanta falta nos hace practicar a los seres humanos.

 


 

Explorando la casa de todos

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