“Pensé que la maternidad me haría sentir feliz y completa; pensé que mis instintos me dirían qué hacer, y cómo hacerlo”, expresan las mujeres, y al hacerlo, dejan entrever que se encuentran sumamente decepcionadas de sí mismas.
Desde hace más de una década, la psiquiatra Alexandra Sacks se dedica a atender a mujeres en embarazo o en etapa de posparto. En la charla titulada “Una nueva manera de pensar la transición a la maternidad”, la doctora refiere que, a lo largo de estos diez años, ha logrado identificar entre sus pacientes una preocupación en común. Muchas mujeres que acaban de dar a luz –cientos, precisa– experimentan profundos sentimientos de temor y culpa:
miedo a no ser lo suficientemente buenas ejerciendo el nuevo rol de madre; culpabilidad al confesar que la maternidad resultó ser una etapa de la que no disfrutan en absoluto.
Sacks indica que sus pacientes temen estar atravesando una depresión posparto, pero que muchas veces, tras las evaluaciones de diagnóstico, se descarta tal condición.
“Se supone que no debería sentirme así”, reconocen, avergonzadas, las madres. “Pensé que la maternidad me haría sentir feliz y completa; pensé que mis instintos me dirían qué hacer, y cómo hacerlo”, expresan las mujeres, y al hacerlo, dejan entrever que se encuentran sumamente decepcionadas de sí mismas.
En un intento por ayudar a sus pacientes a lidiar con este tipo de sentimientos y a sobrellevar esta clase de emociones, la doctora Sacks decidió indagar en el asunto. Como no encontró literatura médica sobre la psicología de la maternidad –“Los médicos suelen escribir sobre enfermedades, y las sensaciones referidas por estas mujeres no constituyen una enfermedad”, reflexiona la doctora–, dirigió entonces su búsqueda a investigaciones realizadas en el campo de la antropología. Así encontró un artículo publicado en 1973 por Dana Raphael, quien acuñó el término
matrescence –matrescencia– para denominar la etapa de transición a la maternidad, el periodo de transformación que atraviesa una mujer cuando acaba de tener un hijo.
No es casual que la palabra matrescence se asemeje a adolescence, en tanto ambos estados aluden a una fase en la cual los cambios físicos y hormonales suscitan una convulsión emocional en los sujetos.
Sin embargo, advierte Sacks, mientras se espera que la adolescencia constituya una etapa de crisis y que los adolescentes se sientan agobiados y confundidos debido a que están experimentando una nueva forma de estar en el mundo, de las mujeres que acaban de dar a luz se suele esperar que se dediquen al cuidado del recién nacido como si no hubiese ocurrido en ellas un cambio de dimensiones trascendentales tanto a nivel físico como emocional.
Esa actitud, sostiene la doctora, no constituye una expectativa realista de cómo debiera ser el tránsito a la maternidad.
A partir de conversaciones que he establecido con otras madres como yo, puedo deducir que
esa incómoda sensación de no cumplir con los estándares, esa impresión de fallar constantemente en el papel recién estrenado, se debe a diversos factores. Uno de ellos es la presión social que ejerce el discurso publicitario y el de las redes sociales sobre las mujeres que acaban de convertirse en madres.
Ambos espacios difunden unas imágenes de maternidad muy distintas a la experiencia de matrescence que muchas confiesan haber sentido en carne propia: allí pululan retratos de mujeres que lucen radiantes inmediatamente después de haber tenido al bebé, recuperan la figura en poco tiempo, se organizan para retomar la vida laboral sin mayores inconvenientes, y mantienen una permanente sonrisa en el rostro.
Al representar la transición a la maternidad como un estado supuestamente ideal, libre de conflictos, estos discursos esconden la verdadera cara de la matrescencia: una mujer que ama con locura a su recién nacido, pero que se siente irritable y confundida por los cambios sucedidos de manera abrupta en sus horarios de sueño y rutinas del pasado; una mujer que se siente ajena en su propio cuerpo –no reconoce su estómago flácido, sus pechos rebosantes de leche, el pañal que ella misma debe llevar–; una mujer que se siente obligada a recibir visitas inesperadas –quienes muchas veces le quitan al bebé de sus brazos para cargarlo, deslizan comentarios desatinados sobre su apariencia física, y no dudan en expresar su pesar ante una cesárea o imposibilidad de dar de lactar–.
Y sobre todo, como mencionábamos líneas arriba, una mujer que duda permanentemente de sí misma, y se sorprende de no saber cómo reaccionar frente a situaciones en las que se supone iría a comportarse de manera natural, instintiva.
La batalla en contra del predominio de imágenes imprecisas y falaces sobre el periodo de matrescencia debe librarse en el terreno de lo cotidiano.
La crítica ante la representación incongruente de una fase de profunda vulnerabilidad debe emerger a partir de un cambio en nuestras propias percepciones.
Al rescatar del olvido la noción de matrescence, la doctora Alexandra Sacks no solo nombra un fenómeno cuya existencia por lo general se ignora, sino que además visibiliza los pormenores de aquella etapa de inestabilidad transitoria, de aquel periodo de ajuste que experimenta una mujer tras haber traído al mundo un nuevo ser humano, y por consiguiente, ayuda a las madres a sentirse menos estigmatizadas.