“Trabajar en una entidad como Comfamiliar Risaralda constituye el enorme privilegio de hacer lo que a uno le gusta y de paso trabajar en la transformación del entorno”, palabras de su director administrativo después de décadas de servicio.
Fotografía: Comfamiliar Risaralda
Acordes
Si vamos a hablar de señas de identidad, el hombre tiene una que lo define: ponerse la mano en el mentón y dejar el peso de la cabeza sostenido allí mientras escucha a su interlocutor, al tiempo que elabora sus propios argumentos, que después expondrá con frases largas y pausadas: es como si hablara con muchas comas, para que quienes lo escuchan tengan tiempo de comprender el contenido entero de su discurso.
Es lo que llaman “Ponerse la mano en el considere” para expresar que un asunto requiere de todo el análisis y la lucidez posibles.
Cada vez que puede, hace gala de un fino y discreto humor para defenderse de los dardos lanzados desde las otras orillas, que no son pocos.
Por ejemplo, ya perdió la cuenta de las muchas formas distintas que la gente tiene para pronunciar y escribir su nombre: Murier, Marier, Muriel, Merier.
De cualquier manera prefiero llamarme Maurier, dice contemplando los verdes del Alto de Canceles, que dan justo detrás de su oficina en la Avenida circunvalar de Pereira.
En realidad, su nombre tiene en principio dos fuentes remotas: Una, la del escritor y dibujante británico George du Maurier y otra, la de Daphne du Maurier, su nieta, autora, entre otras obras, de la novela Rebeca, llevada al cine por el legendario Alfred Hitchcock.
Sobre cómo llegaron esas obras a la casa paterna en el municipio de Quinchía, daría para otra historia.
El caso es que los padres llegaron a Pereira cuando el pequeño rondaba los dos años de edad.
Salían de una zona convulsionada por la violencia entre liberales y conservadores. Ellos querían progresar y sobre todo, un medio menos turbulento para la crianza de los hijos.
Empujada por el oleaje de los inmigrantes, la ciudad vivía ese tránsito de pueblo a ciudad que tanto inquietara al poeta Luis Carlos González.
Fue en Pereira donde Maurier Valencia empezó a construir las claves de su historia personal: el reconocimiento de la dignidad propia y la ajena, la capacidad para escuchar a los otros, incluso en las circunstancias más hostiles; el valor de las diferencias y, sobre todo, la certeza de que el futuro hay que inventarlo y reinventarlo a cada instante, dependiendo de los desafíos y sorpresas que la vida va sacando de su sombrero de mago.
De sus padres aprendió todo eso y de su viejo, que fue músico de la banda municipal, de esos que hacían las delicias de los parroquianos en la plaza, heredó un oído capaz de identificar de un solo golpe el género al que pertenece una tonada.
Solo con los primeros acordes, sabe si se avecina una canción interpretada por Vìctor Hugo Ayala, Carlos Julio Ramírez o Luis Ángel Mera, tres voces portentosas del cancionero colombiano.
Aguas turbulentas
Estudió en el colegio Deogracias Cardona y en la Universidad Tecnológica de Pereira cruzando un puente sobre aguas turbulentas: el que llevó a una generación entera a hacerse trizas en campos y ciudades durante los años sesenta y setenta del siglo XX en su afán de cambiar el mundo.
Eso diferenció a Maurier de muchos de sus contemporáneos: estaba convencido de que, dada la índole de los seres humanos, había que consagrar lo mejor de las propias energías a transformar el entorno inmediato: la casa, la escuela, el barrio, la empresa.
Fotografía: Comfamiliar Risaralda
En últimas, todo ese entramado palpitante y contradictorio que llamamos comunidad.
A ese propósito le consagró la vida una vez terminados los estudios universitarios.
Entonces, se cruzaron en su camino una persona y una institución: Don Luis Eduardo Baena y Comfamiliar Risaralda.
El primero fue el Director Administrativo al que le correspondió insertar a la joven Caja de Compensación en un país que abandonaba el campo para concentrarse en las ciudades, con toda la carga de necesidades y conflictos que eso acarreaba.
Y entonces, Maurier Valencia notó que la filosofía de Comfamiliar parecía calcada para dar respuesta a todas esas necesidades y expectativas: salud, vivienda, educación, capacitación, recreación, deportes y cultura empezaron a aflorar como parte de un portafolio que, si se alimentaba con responsabilidad y disciplina, podía transformar y mejorar de manera ostensible las condiciones de vida de la comunidad.
Fotografía: Comfamiliar Risaralda
“Es en ese punto donde uno empieza a sentirse un privilegiado, un bendecido de la vida”, expresa, sentado en uno de sus lugares favoritos: la réplica de la Pereira antigua construida por Comfamiliar en el Parque Consotá, el centro recreacional que en sus comienzos parecía situado a una gran distancia del centro y ahora ha sido rodeado por la ciudad.
“Mire, todo ser humano debería ser consciente de que, si bien sus logros personales son resultado del propio esfuerzo, esas conquistas serían impensables sin todas las personas que lo rodean: familiares, colaboradores, vecinos, clientes, compradores.
En esa medida uno debe procurar devolverle a la sociedad parte de lo que le ha dado. Es una manera de mantener el propio equilibrio con el entorno. Por eso digo que trabajar en una entidad como Comfamiliar Risaralda constituye el enorme privilegio de hacer lo que a uno le gusta y de paso trabajar en la transformación del entorno.
Fotografía: Comfamiliar Risaralda
De eso se trata: si uno se pone a cambiar el mundo pierde la oportunidad de transformarlo. Eso, que parece un juego de palabras tiene un sentido más hondo y si uno le saca el provecho puede llegar a grandes resultados.
Mire nada más el balance social de la Caja año tras año: tenemos una clínica a la altura de las mejores del país, un parque recreacional con todos los juguetes, bibliotecas en los 14 municipios de Risaralda, atención integral a los niños y, lo más reciente, la Fundación Universitaria, que después de un análisis juicioso, responde a las necesidades de formación derivadas de nuestra realidad regional”.
Una pelota de fútbol disparada desde una de las canchas vecinas se detiene a los pies de este hombre que a sus casi setenta años de vida sigue de gira, como tantos de sus queridos músicos.
Contemplando el balón embarrado, reaviva su devoción por el Deportivo Pereira, ese equipo tocado por una irrevocable inclinación hacia el fracaso.
Acusando el golpe, lo resume todo en una frase. “La vida consiste en eso: en rodar y darse totazos todo el tiempo. El cuento es levantarse, no como si no hubiese pasado nada sino al revés: el secreto es aprender todo lo posible de las caídas. Solo así podemos pensar en el avance”.
La gitana lo leyó.
Al caer la tarde, el hombre se deja llevar por las nostalgias hacia su lugar natural: el cancionero. “En la palma de la mano/ la gitana lo leyó” se escucha en un desgastado acetato de la RCA Víctor.
La voz del cantor- Leo Marini, tal vez-, lo devuelve de golpe a una juventud temprana en la que las vueltas al lago Uribe o una función doble de Matiné en Teatro Caldas constituían toda una aventura.
Más de medio siglo después, recorriendo este Parque al que se siente tan ligado como si lo hubiera construido con sus propias manos y después de haber visitado buena parte del Mapamundi, siente que el viaje emprendido desde Quinchía bien valió la pena.