Moteles, sexo y desolación en las crónicas de Sam Shepard

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El escritor, actor  y músico de rock murió el 30 de julio a los setenta y cinco años. En su obra se retrata gran parte de la desesperación y  de la infinita locura norteamericana que tantos otros han sabido expresar.


 

 

 

Descubrí, leí y disfruté la obra de Sam Shepard a mediados de los ochenta, gracias a la impagable complicidad de mi hermano Juan Carlos Pérez.

Hubo además otro dato que ayudó a acrecentar su prestigio en nuestra mitología personal: el escritor era baterista de su propia banda de rock.

También fue dramaturgo, actor y director de teatro.

Poco a poco perdí su rastro hasta que se convirtió en un buen recuerdo.

Igual que esos amores que llegan, nos calcinan y se desvanecen dejándonos unas cuantas cicatrices en la piel en y en el alma.

 

Hasta que el lunes 30 de  julio me llegó la noticia de su muerte a los setenta y cinco años.

Es lo corriente: la muerte nos devuelve la vigencia en la vida de los otros. Después de todo es el acontecimiento más importante en la vida de un ser humano. El que le da sentido a lo vivido.

Entonces hice memoria de esas  historias breves, intensas y certeras  como canciones.

Luna  Halcón, El  Gran Sueño del Paraíso y Crónicas de Motel eran algunos de esos títulos.

Todas giraban alrededor de hombres y mujeres  solitarios, atormentados y desarraigados de sí mismos.

 

Seres en permanente tránsito que un día se echaban a la carretera y ya no paraban más.

La carretera,  el camino, esas metáforas eternas de la vida en trance de disolución.

Y en la carretera están los moteles con su carga de insomnios, sexo y desolación.

El gran Robert Altman hizo una película con Sam Shepard y Kim Bassinger como protagonistas.

Estaba basada en uno de los libros de Sam

 

 

 

En la escena inicial, desarrollada en claroscuros, una mujer espía a través de los visillos una estampa perturbadora. Su  amante  da vueltas y vueltas alrededor de una camioneta arrastrando de las bridas  a un caballo. En cada giro uno siente que el círculo se estrecha.

Algo ominoso aletea sobre la vida de los protagonistas.

Que los críticos hagan su trabajo. Para mí la imagen habla por  sí sola: es el resumen de la desesperación, de la infinita locura norteamericana que sus escritores han sabido expresar tan bien desde los tiempos de Melville, Poe y Hawthorne.

Fool for love es el  título de esa historia.

 

FOOL FOR LOVE, Sam Shepard, Kim Basinger, 1985

 

Supongo que no se necesitan más explicaciones.

En ese desasosiego se inscribe la obra entera de Shepard.

Los personajes huyen de sus demonios a lo largo de rutas interminables… para descubrir que éstos los aguardan  en algún recodo del camino.

Porque nadie, por lejos y rápido que viaje, puede escapar de sí mismo.

En uno de sus relatos breves un hombre entrado en años viaja en compañía de una bella joven a bordo de una camioneta todo terreno.  Después de unas tres horas se detiene frente a una gasolinera a comprar algo. Antes de detenerse vierte en el refresco de la chica un poderoso afrodisiaco.  Cuando regresa, luego de incluir  un par de condones en la compra, se encuentra con una escena inesperada: la muchacha se desangra con la palanca de cambios del vehículo incrustada en la vagina.

 

 

La locura americana.

La misma que atraviesa de principio a fin las canciones de rock y las obras de Thomas Pynchon, Raymond Carver, William Gaddis, David Foster Wallace, Garth Risk Hallberg y un centenar de escritores  más.

En esa forma particular de la demencia abrevó Sam Shepard para regresar a contarnos sus visiones del infierno en poemas, relatos, obras de teatro y canciones.

Como sucede con todos los amores que nos abrasan, al enterarme de su muerte descubrí que no lo había olvidado.

 

 

Solamente que el tipo estaba allí, agazapado debajo de mi piel, esperando el momento para lanzar el zarpazo.

Y aquí estoy, treinta  años después, releyendo cada una de sus historias,  sus párrafos, sus frases, sus palabras.

En cada una de ellas alienta la lucidez en sus formas más feroces.

Como la que se desprende de esta  frase que podría ser su epitafio: “La cuestión es que mi mujer se atiborra de pastillas y yo bebo, es el trato acordado, una cláusula de nuestro contrato matrimonial”.

Amén.

 

 


 

La historia tras la noticia

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