Nadaismo: una grande y enorme palabra

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Con estos principios impresos hicieron bulla y fueron escuchados. Arrastraron prosélitos. Inauguraron una nueva forma de vivir en Colombia.


 

Información Bibliográfica del libro
 

Título: Primer manifiesto nadaísta

Autor: Gonzalo Arango 

Editorial: Sílaba Editores. Medellín.

Género: Ensayo

Año: 2018

Pág. 76

 

Todo manifiesto es una liturgia, no un dogma, sino una guía para la acción, o mejor, los presupuestos sobre los que una persona, o un grupo, define lo que cree, y de ahí, lo que hace. Así lo expresó el Unabomber, el movimiento Avant-Pop, el Futurismo, el manifiesto de la extinta Farc, y delante de mis manos, el manifiesto nadaista.

El mismo que redactó Gonzalo Arango Arias en 1958, y hoy, 60 años después, Sílaba editores de Medellín se encarga de publicar para los lectores en pleno siglo XXI, y esto como una edición conmemorativa a seis décadas de su conformación. Una rareza como libro, si se entiende que se ha respetado las letras originales de imprenta, y anexo a eso, hay allí algunos textos del mismo fundador del nadaísmo, y un aparte donde el filosofo Fernando González habla de su discípulo y las razones que este tuvo para fundar tal declaración de principios.

 

 

Foto por: Diego Val

 

Sin embargo, tenemos que detenernos en el contexto  que permitió vislumbrar esta importante corriente literaria en Colombia, pues los años 50´s e inicios de los 60´s, son épocas confusas y de cambios locales e internacionales.  A nivel mundial es temporada de tragedias como la desintegración del Sputnik I, y a su vez, el Sputnik II que sufre el mismo destino en el espacio con la perra Laika en su interior. Buddy Holly lanza su segundo y tercer álbum musical, el segundo llamado “Buddy Holly” y el tercero “That’ll Be the Day“,  para morir un año después en un accidente de avión.

En Colombia, otro grupo de artistas del departamento del Huila, adeptos a la generación Beat y afines al nadaismo, fundan el “Manifiesto de los Papelípolas”;  y en lo social, la vida se sopesa ante la tragedia del incendio en el Almacén Vida en Bogotá que dejó como saldo 88 muertos. La ciencia y la tecnología del ensayo al error;  el rock sufre la tragedia en sus artistas; y en nuestro país,  la vida, ¿la vida en nuestro país qué puede significar ante tales infortunios? ¿Cómo vivir en una sociedad y un mundo tan convulso?

Querámoslo o no, el nadaísmo, que sin duda toma su nombre del griego  clásico nihil, “nada” y a su vez, hijo o heredero del “nihilismo europeo” tiene como presupuesto el valor de la vida y se constituyé una respuesta local ante ese panorama.  Fue (y es) un existir en la sociedad en otras formas, teniendo de base lo que afirmó axiomáticamente el filósofo francés Jean Paul Sartre:

“La existencia precede a la esencia.”

 

Foto por: Diego Val

 

Entonces, ante el absurdo de esta existencia solo queda el arte. La vida inmediata. No al nivel del Carpe Diem, pero sí en el tajo diario de vivir y construir un propósito sea cual sea este. Los nadaistas, que fue un numeroso grupo de utópicos, quisieron dejar su praxis en las letras, el arte, el performance (caminar a trocha limpia lo era y otras pataletas) y de ahí la fundación de esta cédula, o primer manifiesto, como precedente para los futuros movimientos artísticos y literarios en Colombia .

Con estos principios impresos hicieron bulla y fueron escuchados. Arrastraron prosélitos. Inauguraron una nueva forma de vivir en Colombia. No esa de resignarse ante la violencia partidista, el machetazo, el color, o la vida agrícola y asceta, sino la de preferir el arte por el arte. Es más, un arte no basado en los cálculos fríos de la razón, sino en una fenomenología inaugurada por Gaston Bachelard, esa de la imaginación al poder, la imagen poética y otros bellos desvaríos literarios.

No es afirmación extraña el decir que Gonzalo Arango y su pandilla quisieron patear la razón. De eso no hay duda. En su pluma lo expresa contundentemente:

“No queremos buscarle razones a la realidad, sino sinrazones.”

En otras palabras, desmontar los prejuicios de la sociedad colombiana, depurar el arte, crear una nueva fe, desestabilizar el orden no en clave anarquista, sino poética (mejor que atacar científicos que experimentan con animales, es encerrarlos en jaulas para leones y ponerlos al escrutinio público).

 

Foto por: Diego Val

 

De ahí la inocencia y la incursión de este grupo: sin armas, sin violencia, sin miramientos, pero sí con la fuerza de la ironía lúcida, la reflexión montañera pero sagaz, la destrucción de lo establecido con el fin de crear una sociedad con ideales marxistas. Despacio. Me refiero a esa utopía concebida por Karl Marx de que al triunfar el socialismo la gente no sería pieza de una maquinaria, sino cada uno se cultivaría intelectual y artísticamente, como en otrora lo hacían en la cultura griega o China, aprovechando los tiempos de ocio.

Lo relevante de este Primer Manifiesto Nadaísta es que no quiera deberle nada a nadie. Los creyentes de esta poesía manifiesta no desean comprometer la metodología del movimiento, su esencia. Desean estar libres de cuestionamientos plagiarios o escrutinios teóricos.  En el aparte VI de este texto fundante se asegura:

“El Movimiento Nadaista no es una imitación foránea de Escuelas literarias o revoluciones estéticas anteriores. No sigue modelos europeos. Él hunde sus raíces en el hombre, en la sociedad y en la cultura colombiana.”

Una afirmación sociológica completa, propia de un visionario, un profeta, o un cuerpo de poetas escatológicos.  Pero si Gonzalo Arango y sus discípulos planean hundir sus raíces teóricas y prácticas en suelo colombiano, no es porque el país de ese entonces sea una tierra fecunda. Al revés, es debido a que la planta que nacerá (el movimiento nadaista) introducirá en ese plano nuevas formas de luz, de nutrientes, de vida.

 

Foto por: Diego Val

 

Este colectivo de estetas y creadores, mayormente antioqueños, se convierten en  amantes de lo natural,  son libres para formarse como deseen y esto como si tuvieran de referente al buen salvaje de Rousseau y su libre desarrollo, aunque literalmente no lo mencionen por ninguna parte en este manifiesto.

¿Y por qué citar a Rousseau, o a Marx, si tajantemente aclaran en su “biblia” nadaista que no son una imitación de nadie? Hay que ser realistas, el purismo no existe ni en la ciencia, ni en el arte, ni en la religión.  Este primer manifiesto deja en claro la influencia del historiador Oswald Spencer, aunque no sus teorías;  Se menciona al poeta  Stéphane Mallarmé y no la vanguardia que representa;  los dos André, Gide y Breton están por todo lado; y  el filósofo Jean Paul Sartre imprime la fuerza de su “existencialismo” de cabo a rabo en este tratado.

Pero no vayamos más allá, miremos esto como los puntales necesarios para construir una casa sólida (el movimiento que acaban de fundar en 1958) y deconstruir, sin mirar atrás, la casa de esterilla que fue ese grupo de amigos antes de constituirse como una vanguardia en el país.  Un manifiesto redactado y sostenido por ellos como un entramado, o tela suficiente, para cortar y crear un paño nuevo encima del remiendo viejo de establishment, sino fue así en la práctica, en la teoría era esa su pretensión inicial.

Ya los estudiosos de Gonzalo Arango y del nadaismo lo han dicho casi todo y Sílaba editores de Medellín vuelve a presentar este Primer Manifiesto Nadaista como una forma de decir: “¿y si cortamos más tela de estos principios vanguardistas y hacemos un tejido nuevo?” No hay duda que se puede hacer (y siempre será necesario recurrir a una tradición, o arqueología artística) y una relectura de este texto fundante siempre dará como resultado una visión nueva. Al menos así lo afirmó el filósofo Henri-Frédéric Amiel,

“Los clásicos, al contacto con gente joven, se rejuvenecen.”

Así que volver a leer es pensar de nuevo y a su vez, repensar es crear, vivir, perderse, depositarse, tal como lo vivieron los prístinos nadaistas, llevando su pensamiento y acción hasta sus últimas consecuencias.

 

Foto por: Diego Val
Escritor, Editor, Anfitrión en el portal web La Cebra que Habla. Una vida, una frase: «Quién ya no tiene ninguna patria halla en el escribir su lugar de residencia».

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