Intrusas de otros jardines, Sor Juana, Dickinson y Tsvietáieva nos dejaron en sus poemas una colección entera de plumas mágicas
Las tres duraron poco en este mundo, pero nos dejaron la llama de sus versos para ayudarnos a caminar en las tinieblas. Las tres hicieron de los tormentos del exilio una manera de afirmar la identidad. Las tres encontraron en la literatura una forma de liberarse de los oprobios de su tiempo.
Sor Juana Inés de la Cruz nació en 1651 en San Miguel de Nepantla y murió en Ciudad de México en 1695. En la cerrada y represiva sociedad de su época el convento fue el único rincón del mundo donde una mujer de su inteligencia y sensibilidad pudo dar rienda suelta a sus inquietudes intelectuales y a su vocación de escritora.
Emily Dickinson nació en 1830 en Amherst, Massachusets y murió en 1886. No necesitó salir de su lugar de origen para aproximarse a los grandes misterios del mundo: se exilió en su propia casa y para viajar le bastaron las alas de sus breves e intensos poemas. Al asfixiante puritanismo calvinista que rodeó su vida opuso la sutileza de unos versos tocados por la levedad del sentimiento y la hondura de sus intuiciones.
Marina Tsvietáieva nació en Moscú en 1892 y se suicidó en Elabuga en 1941, después de que su marido fuera fusilado y su hijo enviado a trabajar en un campo de minas. Su tiempo fue el del Realismo Socialista y el de las barbaridades perpetradas en nombre de la libertad de los pueblos.
Las tres nos legaron una obra- extensa y diversa la de Sor Juana, intensa y breve las de sus congéneres- que sigue arrojando luz sobre los grandes dramas individuales y colectivos, como corresponde a toda gran propuesta artística. Sor Juana asumió hasta el final el llamado de la fe, pero jamás fue fanática.
Todo lo contrario: al lado de la teología reconoció en la ciencia y en la filosofía otras formas de conocimiento. Por eso en uno de sus versos pudo decir:
“No haber más Mundo creía/Hércules en su blasón/ mas se echó al agua Colón/ y vio que más mundo había”.
Su espíritu se abrió así al universo en todas sus facetas. Por eso en sus textos hallamos desde las desgarraduras del amor hasta su preocupación por las grandes convulsiones de la época.
La Dickinson se sabía frágil en medio de la adversa realidad de su siglo: por eso respondió con toda la fuerza de su palabra:
“Bueno es soñar/ despertar es mejor si se despierta en la mañana/ Si despertamos a la media noche/ es mejor soñar con el alba”.
Cuántos estremecimientos íntimos, cuántas soledades, qué desencuentros se esconden en esa estrofa a la que no le sobra un solo signo de puntuación: es el alma de las mujeres de la Norteamérica blanca y protestante del siglo XIX la que asoma tras los visillos.
La rusa Marina Tsvietáieva supo de otras pesadillas: a los tormentos del amor se sumaron las cadenas de la utopía comunista, que tuvo en José Stalin a su sumo sacerdote. Sin embargo no asumió el papel de mártir. Lo suyo fue la espera. O esa eso al menos se adivina en este poema:
“Paciente, como se rompen las piedras/paciente, como a la muerte se aguarda/ Paciente, como maduran las nuevas/ paciente, como se mima la venganza”.
En el relato ruso del Zhart- Ptitsa o El pájaro de fuego, el brujo Kaschei, llamado El inmortal, quiere convertir en piedra al príncipe Iván, intruso en su jardín. Al final, este consigue salvarse con ayuda de una pluma arrancada al ave mágica. Intrusas de otros jardines, Sor Juana, Dickinson y Tsvietáieva nos dejaron en sus poemas una colección entera de plumas mágicas que, siglos después, nos recuerdan que frente a los desencuentros y horrores del mundo siempre podremos echar mano de una última palabra.