Postales desde México. Cuando las letras me salvaron

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Por, José Nava

En los últimos meses, la humanidad ha sido golpeada por el virus Covid-19. El gobierno mexicano ha sugerido que nos quedemos encerrados en nuestras casas. Las actividades o eventos masivos al aire libre se han cancelado hasta que el “bendito” semáforo esté en verde.

Ya se han cumplido varios meses de este encierro. La situación no ha sido fácil para nadie. En mi caso el aislamiento fue el detonador que liberó emociones perniciosas. Mi paciencia estaba llegando al límite. Yo era una olla express a punto de explotar. La convivencia se tornaba cada día más difícil; los días se sentían largos y tediosos; no había mucha diferencia entre el día y la noche; la psicosis insistía en querer entrar y robar la poca cordura que me quedaba, que era semejante a migajas de pan duro y rancio. Los pensamientos suicidas, eran como pequeñas brasas que en cualquier momento se podían volver a encender. 

Foto por Abhiram P formulario PxHere

Las “benditas redes sociales” eran la opción para escapar del confinamiento, pero había ocasiones en que también se saturaron con datos, estadísticas y las cifras de muertos por Covid-19, era abrumadora. Me preguntaba cuándo íbamos a salir de este encierro y volver a la “normalidad”.

Un día en el que todo ya era gris, desde el cielo hasta mis emociones, encontré en Facebook un anuncio que ofertaba un taller de crónica. Llamó mi atención, me puse en contacto con los organizadores e hice unas cuantas preguntas. Me explicaron que era un taller en el que se revisarían textos y se realizarían ejercicios de escritura. Con el miedo de escribir, y estando a punto de perder el sano juicio, me inscribí. En ese momento no tenía la menor sospecha del vuelco que daría mi vida.

Llegó el primer día del taller. Éramos cinco integrantes: cuatro mujeres y yo. Sentí muchos nervios, pero me los aguanté. El maestro empezó por las presentaciones habituales y cada uno expuso sus intereses. Ya no recuerdo lo que dije, pero en mi interior lo único que quería era salir del encierro aunque fuera de manera virtual, ver otras caras, escuchar otras voces. Fueron ocho sesiones en las que mi espíritu maltrecho, fue encontrando tranquilidad. El taller, además de ser un espacio para hablar de libros, autores y ejercitar la lectura, fue para mí, un grupo terapéutico. La energía de las compañeras era tal, que a pesar de que se encontraban blindadas por una pantalla, sentía su fuerza, alegría y entusiasmo sanador.

Foto por formulario PxHere

El taller terminó por ser una reunión en la que los miembros platicábamos sobre los escritores que leíamos. Éramos unos liliputienses sumergidos en el infinito mundo de las letras. Había tan buena química que sentí que éramos almas conectadas y alineadas; todas con características propias. Una de las participantes, Yamate, siempre valiente, se aventaba al ruedo para abrir plaza, su vocabulario era amplio y fluido. Malvia, la voz de la experiencia, siempre me sorprendía; precisaba detalles que a los demás se nos escapaban; pisó tierra antes que los demás y eso le daba peso a sus intervenciones. Salvia, aunque a veces un poco silenciosa, sus participaciones eran elocuentes, alegres y sutiles. Estas tres compañeras eran oriundas de Tijuana, unas por nacimiento, otras por adopción. La cuarta, Latana, era de espíritu rebelde, enjundioso, de temple amazónico, una guerrera. Sus palabras eran como ráfagas de tifón, retumbaban fuertes en nuestros corazones; cuando hablaba no había otra opción que escucharla.

A veces no quería participar porque mis compañeras desmenuzaban tan bien las lecturas que quedaba poco por decir, era un gusto escuchar sus observaciones.

“El Profesor”, más allá de ser el sabelotodo, era como el tío “buen pedo”  y “trotamundos”. Ese, que después de largos viajes, llega a casa a contarnos sus aventuras; conocedor de literatura, cocina, lucha libre, cine, amigo de escritores “grifos” y poetas “locos”; “chilango” de nacimiento, pero tijuanense por afición. 

Sus charlas semanales, además de cumplir con el objetivo “duro” de saber qué es una crónica, también servían para desahogar las penas, el hartazgo cotidiano y sobrellevar el encierro domiciliario impuesto por el pandémico “bicho maldito”. Sus gustos literarios nos llevaron en un paseo por la vida de Frank Sinatra a través de la mirada minuciosa de Gay Talese, en su texto Frank Sinatra Has a Cold hasta llegar a Perseguir la noche de Rafael Pérez Gay.

Me gusta imaginar que el taller fue el pretexto que el “destino” utilizó para que nuestras almas se conocieran; hubo algo místico en todo esto. Al grado que en la última sesión se manifestaron fuerzas sobrenaturales; ecos, estática, ruidos del “más allá” que aparecían cada vez que nos despedíamos (para no volvernos a ver) o era solo el ruido de una vieja licuadora que nos quería decir algo…¿acaso tendremos una misión en la vida?

Foto por formulario PxHere

Sin embargo, el taller tenía que terminar, las despedidas son difíciles; ya no veríamos más al tío que se regocijaba cada vez que nos hablaba de libros, comida y lucha libre; las compañeras siguieron rumbo; yo logré salvarme. Fue como salir de terapia intensiva. Ahora debo seguir con el tratamiento: leer y escribir, para evitar caer de nuevo en el abismo, negro y frío, de la depresión.

“La lectura es como el paracaidismo. En situaciones normales, solo unos espíritus arriesgados la practican, pero en situaciones de emergencia le salvan la vida a cualquiera”. Juan Villoro, 2020

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