#QueCansancio
Recientemente y en razón, sobre todo, a este proceso electoral extenuante, la W Radio propuso éste como el hashtag de uno de sus programas de la pasada semana.
Escuchando los comentarios que acompañaban a la emisión de radio, llamaba la atención el nivel de abatimiento de los colombianos: ¡parecemos todos aquejados de fatiga crónica!
Esta situación, aunque a nosotros nos parece habitual, está lejos de serlo, tanto que a los extranjeros que por casualidad escuchan cosas semejantes les llama poderosamente la atención este estado de ánimo colectivo.
Reflexionando sobre las causas de tan particular condición sicológica nacional, hay que remitirse a la condición de debilitamiento de la institucionalidad, que deja a los ciudadanos a merced del azar, presos de los imprevistos, y obligados a hacerse cargo de todos los aspectos de su vida cotidiana.
Es decir, en Colombia, cada uno de nosotros está obligado a ser su propio Ministro de Salud, de Educación, de Movilidad, de Seguridad, de Bienestar Social, Economía, Transporte, entre otros aspectos básicos de la existencia social, que no son cabalmente atendidos por las entidades previstas para tal fin.
Para hacer más evidente esta situación, solo necesitamos recordar el caótico tráfico que acompaña a las principales vías de las ciudades más grandes. Como en el cuento de qué fue primero, si el huevo o la gallina, no se comprende si los ciudadanos cometen reiteradas faltas de tránsito (ir en contravía por las bermas, saltarse los separadores viales, parquearse en donde no se puede, hacer giros prohibidos, etc.) porque tienen baja cultura ciudadana, o porque no tienen a disposición la infraestructura que se requiere para circular con arreglo a una cierta lógica.
Surge la pregunta sobre el ¿por qué de las eternas filas para esperar turnos en EPS o para recibir medicamentos? Las razones de los grupos de pícaros que se encargan de la asignación de cupos escolares, las dificultades para el acceso a las universidades, las deudas impagables del ICETEX, entre otras irregularidades del sistema de educación. No se explican fácilmente los “combos” de vecinos que se arman para defenderse de posibles ladrones, el aumento inusitado de empresas privadas de seguridad y vigilancia, etc. No se dan razones suficientes para la proliferación de escenarios privados para practicar fútbol, microfútbol, tenis, patinaje, y otros deportes, lo que significa costos adicionales para las familias. No se comprenden los buses atestados, las bajas frecuencias de las rutas, o la ausencia total de transporte público en áreas muy extensas de varias de las ciudades más grandes del país.
No saben muchos colombianos, no tienen por qué saberlo, que todas estas facilidades de convivencia que se usan o se requieren cotidianamente, son provistas en otros países por el Estado y sus instituciones, porque en ellos no es usual que se roben los recursos públicos, y más bien el sistema de parques, bibliotecas, teatros, auditorios, salas de deportes, y todos los aspectos relacionados con la salud, la educación, la seguridad, entre otros aspectos vitales para todo ser humano que convive socialmente, están garantizados por un sólido sistema público. Es decir, para los habitantes de estos países todas estas actividades son casi transparentes, porque funcionan, no les imponen trámites adicionales, ni las enormes pérdidas de tiempo que esto conlleva.
Es claro entonces que la base de nuestro cansancio no es sólo una campaña política degradada y agresiva, que es la muestra de un país con instituciones débiles en todos los niveles. Es, además, síntoma de que nuestra sociedad no funciona con las normas básicas de la convivencia ciudadana de la modernidad, acercándose más a una lógica tribal, en donde sobrevive el más fuerte y en la que ser parte de un grupo, generalmente opuesto de manera radical y violenta a otro grupo, garantiza una mediana supervivencia.
Sí, estamos cansados de los políticos y de su forma envilecida de hacer la política; pero sobre todo nos sentimos agotados de un país que funciona mal, y que producto de este deficiente funcionamiento somete a sus ciudadanos a cargas adicionales continuas, llevándonos a un punto de agotamiento que amenaza con no tener retorno.