¿Quién le teme a Joseph E. Stiglitz?

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Asesor del Gobierno Clinton y vicepresidente del Banco Mundial, aparte de académico de primer orden, Stiglitz conoce la entraña de un modelo económico.


 

 

 

 

 

“No se debe ver el desempleo como sólo una estadística, un “conteo de cuerpos” económico, víctimas accidentales en la lucha contra la inflación o para garantizar que los bancos occidentales cobren. Los desempleados son personas con familias, cuyas vidas resultan afectadas – a veces devastadas- por las políticas que unos extraños recomiendan y, en el caso del Fondo Monetario Internacional, efectivamente imponen. La guerra moderna de alta tecnología está diseñada para suprimir el contacto físico: arrojar bombas desde 50.000 pies logra que uno no “sienta” lo que hace. La administración económica moderna es similar: desde un hotel de lujo, uno puede forzar insensiblemente políticas sobre las cuales uno pensaría dos veces si conociera a las personas cuya vida va a destruir”.

 

 

Por el párrafo anterior, que aparece en la página sesenta y ocho de su libro “El malestar en la globalización”, el profesor Joseph E. Stiglitz hubiese sido acusado de “rojillo” sesenta años atrás. De hecho, eso piensan de él los electores del Partido Republicano y no pocos militantes del bando Demócrata.

 

 

No por casualidad, el viejo maestro que conoció de primera mano las mil caras de la pobreza durante sus dos años de permanencia en Kenia, es algo así como una prueba andante de la incorrección política. Por eso no tiene problemas en hablar de imperialismo, para referirse a algunas aberraciones de la globalización, aunque esa palabra haya sido proscrita luego de la caída del bloque comunista.

 

Asesor del Gobierno Clinton y vicepresidente del Banco Mundial, aparte de académico de primer orden, Stiglitz conoce la entraña de un modelo económico que ha demostrado como ningún otro en la historia su capacidad para producir y acumular riqueza, al tiempo que multiplica pobreza y miseria a lo largo y ancho del planeta.

El profesor parte de una premisa generalmente aceptada: la globalización en sí misma no es buena ni mala. Ni siquiera es nueva. De hecho, gracias a ella el mundo ha experimentado portentosas transformaciones signadas por el intercambio económico y cultural.

 

 

El problema son las políticas trazadas por quienes controlan ese mundo, que ya no son los antiguos Estados sino las corporaciones capaces de nombrar presidentes y ministros de hacienda.

 

Por eso, organismos creados con el propósito de erradicar la pobreza y estabilizar las economías, acabaron convertidos en instrumentos de los grupos de poder. Tanto, que a menudo olvidamos un detalle: que   desde su creación funcionan con dineros públicos aportados por todos los países, aunque en la práctica obedecen a los intereses de los ocho más ricos.

 

 

Stiglitz conoce todo eso. Sabe por qué los poderosos sacralizaron el libre mercado y, de paso, estigmatizaron al Estado en su condición de regulador obligado de las relaciones entre sus asociados, es decir, de responsable de fijar reglas para gestionar lo público y lo privado. Por eso mismo- nos dice- en el discurso político moderno reina la hipocresía: mientras en los llamados Tratados de Libre Comercio los más fuertes se aseguran de proteger sus productos, al mismo tiempo obligan a los más débiles a abrir sus mercados.

 

Para ilustrarlo apela a una metáfora marina: “Es como si pequeños botes tuvieran que arreglárselas en medio de un mar embravecido, mientras los grandes buques navegan y pescan a su antojo”.

 

Cuando los derechos ambientales y laborales son vistos como obstáculos a superar quiere decir que algo se pudrió en el modelo. Claro: quienes toman las decisiones son personas que ven naturalmente el mundo a través de los ojos de la comunidad financiera, nos recuerda este hombre lúcido a través de las casi quinientas páginas de su libro.

 

 

Para su fina mirada, y tal como lo plantea en uno de los capítulos del texto, el lema del Banco Mundial: “Nuestro sueño es un mundo sin pobreza”, no pasa de ser una promesa incumplida.

 

Contador de historias. Escritor y docente universitario.

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