Senderos de sangre y fuego

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Dos imágenes convocan la atención del viajero que va de Medellín a Sonsón, un municipio levantado al pie del cerro El Capiro y visitado en las noches por el viento helado que baja del Páramo de la Paloma: familias enteras de campesinos ordeñando sus vacas pintadas de blanco y negro, a la orilla de cientos de quebradas que serpentean en busca de los cauces de los ríos Arma y Aures. Esas quebradas ostentan nombres caros a la imaginería católica reinante en estas tierras: Las ánimas, Las brujas, La Virgen, San Gregorio, San Martín.

De hecho, Sonsón parece una isla en tierra firme, rodeada de agua por todas partes.

Sonsón, Antioquia

Gobernado a lo largo de sus doscientos años de historia por la vieja y conocida dupla de iglesia y Partido Conservador, el pueblo cantado por Gregorio Gutiérrez González y moldeado en barro por el ceramista Pablo Jaramillo, fue en principio el punto de partida de los colonizadores que fundaron el rosario de poblaciones que se extienden desde Aguadas hasta Santa Rosa de Cabal, en los hoy departamentos de Caldas y Risaralda. 

Bendecido por una envidiable variedad de pisos térmicos- su territorio se extiende desde los fríos límites con La Unión, Rionegro y La Ceja, hasta la tierra caliente del Magdalena Medio- Sonsón pudo brindarles a sus habitantes unas condiciones de vida signadas por la prosperidad: la ganadería, así como los cultivos de papa, higos, zanahorias, café y caña de azúcar, generaron un dinamismo económico en el área urbana que permitía hacerse a una vivienda, educar a la familia y, de vez en cuando, darse una vuelta por algún lugar turístico. Nada hacía presagiar entonces que al llegar a su segundo centenario en 1998, esos caminos de agua se convertirían en senderos de fuego transitados por la muerte y el miedo.

Seducidos por tanta riqueza junta, a mediados de la última década del siglo pasado empezaron a llegar los ejércitos que marcaron con sangre la historia reciente de Colombia: los reductos del Epl después de su desmovilización en Urabá, el frente  47 de las  Farc, en cuyas filas llegó Karina, una mujer que se encargó, no de sembrar la vida sino el horror en estos parajes que supieron de sus degollinas, masacres, secuestros y desapariciones. También arribaron, cómo no, el Eln, las Autodefensas de Córdoba y Urabá, creadas por los hermanos Castaño, así como las Autodefensas del Magdalena Medio, afincadas en los corregimientos de La Danta y San Miguel, comandadas por Ramón Isaza, el mismo hombre que perdió la memoria de sus crímenes, y por su tristemente célebre yerno, conocido bajo el alias de McGiver.

Sonsón

En busca de fuentes para una investigación, hace unos cinco años visité Sonsón y pude hablar con una decena de víctimas de la barbarie. Escuché a quienes tuvieron que abandonar sus fincas. A quienes perdieron a sus padres, hijos, esposos, hermanos, vecinos. En la sede de la Casa de la Cultura vi los retratos de muchachos-  casi niños- torturados, despedazados y desaparecidos. Contemplé las elementales obras de arte, tejidas con hilo y cabuya o con pequeños pedazos de tela al modo de las viejas colchas de retazos. A través de ellas los sobrevivientes consiguieron restañar sus propias heridas como condición indispensable para seguir adelante. En ese tejido se lee el relato de comunidades que, como  as de los municipios vecinos de Argelia y Nariño, secuestradas en su propio pueblo, clamaban por ostias y sal que les permitieran sobrevivir en medio del asedio de la guerrilla.

De labios del alcalde de esa época, de nombre Dioselio, me enteré de su secuestro y de los atentados de que fue víctima, igual que tantos habitantes de su pueblo. Después de escuchar todas esas cosas, todavía me pregunto de qué están hechas las entrañas de quienes claman por más guerra en Colombia y se empecinan en volver añicos los acuerdos de paz.

Claro: del horror solo se enteran por la televisión, como si fuera otro reality más y luego pasan a otra cosa. Bien atrincherados en sus fincas, en sus centros comerciales y en sus conjuntos cerrados, pocas opciones tienen de enterarse de los avatares de este país hecho de senderos de sangre y fuego por los que les resultaría saludable darse una buena pasada de vez en cuando.


A propósito de la guerra que golpeó a Sonsón, Sílaba Editores, comparte con nuestros lectores fragmentos del libro El brillo de las balas:

https://lacebraquehabla.com/fragmentos-del-libro-el-brillo-de-las-balas-norvey-echeverry-orozco/

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