Lo cierto es que la mayoría del grupo no está decidido, no sabe por quién votar, no creen en la política, o incluso nunca ha votado.
Estuvimos en Bogotá en el Festival Iberoamericano de Teatro. Siempre es un placer acudir a este evento que cumplió este año 30 de existencia en su decimosexta versión.
Pues bien, de un lado a otro en Bogotá, mi hijo menor que sigue muy inquieto con los temas de la política, continuó con su encuesta sobre las votaciones a Senado y Cámara, ahora aumentada con otros temas que están en la mente de todos los colombianos por estos días.
Traigo a colación estas anécdotas porque me llaman mucho la atención las respuestas entregadas por personas de todo tipo: porteros, taxistas, personal del aseo, meseros, etc. Como en ocasiones anteriores mis intervenciones fueron casi nulas, apenas para explicar el sentido de estas preguntas provenientes de un niño de nueve años, y aclarar que no éramos de ningún partido político.
A preguntas como: “A usted le gusta Peñalosa?, y ¿Petro?”; las respuestas en algunos casos fueron unánimes. Por ejemplo, uno de los más desfavorecidos fue el Alcalde Peñalosa que no le gustaba en lo más mínimo a ninguno de los interrogados. El ex alcalde Petro, ahora candidato presidencial, tampoco salió muy bien librado. Caso similar el de Germán Vargas Lleras, que parece no gustarle a la población que componía esta pequeña muestra.
A la pregunta: “¿A usted le gusta Uribe?”, los consultados respondían mayoritariamente de manera afirmativa, con contadas excepciones.
Varios de los consultados van a votar por Duque. A algunos pocos les gusta Fajardo, y casi ninguno tenía en su mente a Humberto de la Calle.
Lo cierto es que la mayoría del grupo no está decidido, no sabe por quién votar, no creen en la política, o incluso nunca ha votado.
Ese grueso porcentaje de indecisos, presente en nuestro escaso sondeo, me lleva a reflexionar sobre el margen que existe aún para una candidatura que no esté atrincherada en sus respectivas audiencias de izquierda o de derecha.
Tanto Sergio Fajardo como Humberto de La Calle habrían podido apropiarse de esta franja de centro. La dificultad ha consistido, sobre todo en el caso de Fajardo, en sentar posiciones claras. El centro es un espacio político como la izquierda o la derecha, más difícil de definir pero que necesita ser claramente establecido para ser apropiado y lograr seducir a quienes no comulgan con los extremos.
A estas alturas, el café que se tomaron Fajardo y De La Calle parece frío, tardío. Y como dijo Daniel Coronell en su más reciente columna de la Revista Semana, la consulta al Consejo Nacional Electoral sobre si es posible para ellos hacer una alianza (a escasos dos meses de la primera vuelta), será la estocada final que acabará con la posibilidad de una candidatura de centro.
El país se pierde así la oportunidad de elegir un guía moderado, de talante conciliador, y quedará seguramente instalado en la senda de la discordia, la polarización y el revanchismo, de alguno de los dos extremos que finalmente se haga con el triunfo en estas elecciones presidenciales. Es triste, pero hoy parece una realidad inevitable.