La ceremonia de transmisión de mando presidencial transcurrió sin grandes sobresaltos. Salvo el episodio de la espada de Bolívar, en el cual quedó en evidencia la dificultad que tiene el exmandatario Iván Duque para leer la simbología y los ritmos sobre los cuales gravitan la opinión pública y la política, todo lo que se oyó y se vio tuvo una cierta unidad, una guardada armonía.
Ojalá esta sensación, que lejos de ser improvisada debe haber tenido un gran trabajo de cálculo y preparación previos, sea el presagio de lo que viene, es decir, un gobierno que se mantendrá en un cauce, el de sus referentes simbólicos, sus objetivos de transformación, y un viraje que, como la ceremonia en mención, sería mejor para el país si se da en un tránsito suave y armonioso, sin actos grandilocuentes o innecesarias demostraciones de fuerza.
En la escena que se desarrolló el pasado siete de agosto, hubo para todos los gustos. Para los que analizaron sesudamente el discurso del presidente del Congreso, el camaleónico Roy Barreras, de quién alguien con agudo sentido dijo que “estaría igual de feliz posesionando al ingeniero Rodolfo”.
También tuvieron tema de conversación los que se dedican a seguir la simbología en la moda, trajes con mensajes, mucho énfasis en lo étnico, y apasionadas expresiones del amor patrio como los aretes con el mapa de Colombia que usó la vicepresidenta Francia Márquez.
Y hablando de la vestimenta, no pasó inadvertido el contraste entre los colores y, por qué no, la actitud de las primeras damas. La entrante de blanco, sonriente, imponente toda ella; la saliente de negro, como si llevara un reciente luto y estuviera cada día más encogida en sí misma.
También se comentaron las fotografías de Mauricio Vélez sobre la historia del conflicto colombiano, que acompañaron al acto de posesión, algunas de las más polémicas fueron aquellas que mostraron a exguerrilleros como Jacobo Arenas o Tirofijo. Y hablando de fotos, la imagen oficial del presidente, una superposición, montaje o sobre edición, posiblemente real de Gustavo Petro en Caño Cristales, dio pie para todo tipo de bromas y memes: la compararon con el álbum de chocolatinas Jet, con el regreso del Atalaya, y algunos comentaron que habría bastado con ir a cualquier Foto Japón para haberse hecho una foto semejante.
Se escuchó con reverencia el piano interpretado por Teresita Gómez, un símbolo más, pues habrá que recordar que ella fue detenida en épocas del Estatuto de Seguridad del ex presidente Turbay, por haber sido relacionada con el movimiento M19 y participar de un concierto en Cuba.
De hecho, no pareciera exagerado decir que en este acto de posesión todos los símbolos remitían, de manera directa o indirecta, a la relación fundante del nuevo mandatario con este grupo revolucionario.
Incluso, en su discurso, la frase “Quiero decirles a todos los colombianos y todas las colombianas que me están escuchando en esta Plaza Bolívar, en los alrededores, en toda Colombia y en el exterior que hoy empieza nuestra segunda oportunidad”, aunque muchos la relacionaron con la inmediatamente anterior, aquella en alusión al cierre de la novela de Gabo “Cien Años de Soledad”, ésta también podría interpretarse como la segunda oportunidad de los militantes del grupo M19, aquellos que no sucumbieron a la violencia y lograron ver florecer el día en que les fuera dado ejercer el poder por las vías democráticas.
Sin duda, Colombia ha venido integrando la modernidad, y esta circunstancia quedó en evidencia ayer de manera importante al presenciar el ascenso al poder de un gobierno de izquierda, que llegó a él acompañado de la clase política tradicional – gobiernista al mejor estilo del parlamento inglés-, y que echó mano de una batería de referentes simbólicos, mariposas de por medio, para marcar el inicio de lo que se pretende sea una nueva era en nuestra historia republicana.
Como han dicho comentaristas de todas las orillas, esperemos que, por el bien del país, al nuevo gobierno le vaya bien. Que no se frustren de manera irreversible aquellos que tantas expectativas han puesto en esta alternativa de poder político, y que a la otra mitad del país se le den razones objetivas para conjurar la gran incertidumbre que ronda este nuevo mandato. Como dijo el presidente del Congreso, Roy Barreras: “El cambio, es lo contrario a la estabilidad, pero medio país exige el cambio y lo merece, y otro medio país quiere estabilidad, garantías y equilibrio”.
Por último, pero no menos importante, resaltar que nada de esto hubiera sido posible sin la firma del proceso de paz, y afirmar que nos gusta este país del post-conflicto, al que le deseamos los mejores vientos, pocos excesos revanchistas, menos retórica y más acción justa y eficaz; y, por qué no, un ataque frontal contra esa otra guerra que libramos hace tanto los colombianos, la de la corrupción.