Wind of Change

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Fermín López desde su exilio en el campo nos cuenta cómo es un viernes en la noche con sus amigos-vecinos en la vereda. Una noche preparando alimentos juntos, tomando cerveza, escuchando música y hablando sobre el mundo citadino, el amor y el sistema económico que ya no da para algo más que no sea la destrucción del planeta.


 

5:00 am

Ki ki ri kiii…suena mi despertador natural que se llama Claudio (en honor al gallo de los dibujos animados de la Warner Bros.), ¿recuerdan? Ese que siempre le daba palizas al perro con una tabla mientras le decía con un gracioso acento: “¡Oye chico, vamos chico, muévete chico!”. Son las cinco de la mañana, me doy vuelta pa´l rincón mientras me miento a mí mismo: “cinco minuticos más, cinco minuticos más, cinco minuticos… zzzzzzzz…”

 

6:30 am

Ahora son las seis y media cuando miro el reloj, y me levanto, es hora de empezar otro día aquí en la finca, primero voy por un poco de leña para prender el fogón. Pongo a hacer aguapanela mientras me ducho y el sol se filtra por el muro bajo del baño desde donde veo una lagartija que escala una guadua y observo el tajo que me toca desyerbar hoy. Según lo planeado y siguiendo el consejo del abuelo, en un par de días estará listo el pequeño terreno, para cuando caiga la luna nueva sembrar el fríjol.

Normalmente trabajo en las labores de la finca como desyerbar, sembrar, dar comida a Claudio, las gallinas y a cuatro patos: Lucas, Donald, Daisy I y Daysi II; también dedico el tiempo a estar pendiente de la huerta y una que otra vez reparar algún viejo cerco o uno de los clásicos puentes para pasar alambrados que se encuentran por esta vereda y que son de las cosas que mas recuerdo cuando venía a visitar a mi abuelo.

 

Foto: Diana L. Ortega

 

El puente consiste en dos o tres guaduas juntas que suben hasta la altura del último alambre de púas, éstas se apoyan en uno de los palos del cerco; de allí mismo al otro extremo bajan otras dos o tres guaduas que tienen transversalmente dos o tres palos para que no se vaya uno a resbalar cuando el puente está mojado, colombian technology. Bastante práctico el puentecito, y muy cómodo de usar, sobre todo para las mujeres y ancianos, y hasta pa´uno, es que eso de estarse agachando o haciendo maromas pa´ no pincharse las güevas es como jarto.

Trabajo hasta el medio día, luego a almorzar y trabajo otro rato por ahí hasta las tres de la tarde. Después me ducho y me siento a escribir, además de escribir mis bobadas, también escribo algunos artículos pa´la Internet y una que otra publicación pequeña; generalmente despacho todo por mail a veces desde el pueblo el fin de semana que salgo, o si es de urgencia voy hasta la casa de “el hacker”, así le puse a Tulio, un amigo que vive en una vereda de más arriba y que en su parcela alquiló un pedazo de tierra para ubicar una antena grande de señal y ahora tiene Internet en su portátil sin problemas.

 

Foto: Diana L. Ortega

 

Anteriormente a eso, de las seis de la tarde, después de comer, me ponía a leer, escuchar música o ver una peli hasta que me daba sueño. Pero los últimos días he estado yendo mucho a El Cedro, una finquita a unos veinte minutos caminando, en donde me he hecho buen amigo de Alexandra, una nena de unos veintitantos años, que tiene cinco vacas y es quien surte a la vereda de leche, queso y mantequilla.

3:00 pm

Hoy la desyerbada me rindió más de lo que creía y no tengo ganas de escribir, además está haciendo buena tarde como pa´nadar un rato en el charco que queda de camino a El Cedro. Luego aprovecho y voy por la leche y el queso que se me acabaron y boto corriente un rato con Alexandra; además hoy es viernes y suelen reunirse allí otras personas que conocí poco antes de irme a ver el mar: Angélica, Julián, William, Tulio “el hacker” del que les hablé y “el loco de las guayabas”, como suelen llamar a Fercho.

 

Foto: Diana L. Ortega

 

Todos tenemos algo en común: estamos recién llegados y huyendo de la urbe y sus afanes, sólo llevamos unos cuantos meses viviendo por estos lares a excepción de Fercho, “el loco de las guayabas”, hombre callado y enigmático que también habitó la ciudad y quien debe su apodo a que permanece gran parte del tiempo acostado en una hamaca en el corredor de su finca con una vieja e inofensiva escopeta descargada cuidando un palo de guayabas, él si lleva mas de 10 años en la vereda.

El grupo es bien especial, “Dios los hace y ellos se juntan”, dice un viejo refrán. Alexandra es ingeniera industrial, Tulio, ingeniero de sistemas; Angélica, médica: Julián, maestro; William, pintor y Fercho…Fercho es “el loco de las guayabas”.

5:00 pm

“Hola Fermín” dice Alexandra sonriendo mientras encierra las vacas. “¿Qué tal el viaje al Pacífico?, dice mientras se amarra una pañoleta en su cabeza. Le entrego un tarro con algunos huevos de gallina y de pato, luego ella coge un canasto y le ayudo a recoger la ropa que tiene extendida mientras nos desatrasamos. Me cuenta que en la vereda todo igual, calmado. Que la venta de leche ha bajado un poco y que se ha sentido un poco cansada últimamente, que espera darse unas vacaciones en un par de meses. “Si querés vamos al pacífico, conocí una playa bien especial”, le propongo. Antes de que se me olvide, le digo que me venda dos litros de leche y una libra de queso y que cuando me vaya a ir me los llevo. Entramos la ropa y después nos sentamos en el corredor a ver caer el sol y le pregunto si no se arrepiente de haber dejado la ciudad. “¡No!” dice sonriendo y llevando sus manos a la nuca respirando profundamente. “¿Y usted?” Me interroga. “¡Uy No!…yo también estoy feliz aquí“. “Vivir es elegir” agrega ella y ahora levanta los brazos y gira la cabeza a ambos lados cerrando los ojos sin dejar de sonreír.

 

Foto: Diana L. Ortega

 

7:00 pm

Al rato aparecen Julián y Angélica quienes exclaman: “¡Apareció el perdido!” “¿Sí le hizo veranito en la playa? ¿Cuándo volvió? ¡Llegó bronciaito!” Son las siete de la noche y no demora en aparecer Fercho. Más atrás llegan Tulio y William que dice con un vozarrón: “¡Viejo Fermín! Guelconnn!” (welcome). Angélica y Julián trajeron unas cervezas, Tulio unos buñuelos, William trae plátanos y Fercho…guayabas. Alexandra y yo prendemos el fogón de leña, Julián y Angélica pelan plátanos y todos preparamos una merienda: trocitos de queso y guayaba de pasabocas, patacones con huevo de pato, buñuelos y aguapanela con leche. Todos alrededor de la mesa, menos Fercho, quien después de comer, en silencio corre su taburete hacia la esquina del corredor y se sienta a limpiar su vieja escopeta descargada y la mirada se le pierde en la oscura noche. En el reproductor de Alexandra que está a un volumen moderado empieza a sonar “Don´t Worry, Be Happy” de Bobby McFerrin.

 

Luego las cervezas y ¡a hablar mierda!, el deporte nacional. Algunos chistes huesos como el del pastuso que se encontró un recibo de los servicios públicos y fue y lo pagó, u otro que compró una patrulla de policía pa´trabajar por cuenta de él. Después de varios temas empezamos no se porqué a hablar del amor, y me corre un escalofrío por todo el cuerpo. “El perfecto amor viene del perfecto conocimiento” dice Tulio citando a Da Vinci.

“Yo la verdad no creo en el amor…suena muy bonito, pero no creo, demasiado lindo para ser real.” expresa Alexandra muy segura de lo que dice sorbiendo un poco de su cerveza y yo envidio su certeza. Julián y Angélica (que son pareja) sólo se miran, con ese brillo en los ojos que parece decir más que las palabras y luego se besan mientras yo hago caras y me voy para el fogón y le agrego un poco de leña.

William dice que de eso no se habla, que es mejor dejarlo por allá en algún lugar donde no sea violentado. “¿Y vos Fermín? ¿Crees en el amor?” Me interroga Tulio. -“En la ¿ciencia ficción?” digo. Ja, ja, ja se ríen todos menos Fercho que sigue con la mirada clavada en la noche. “A veces sí, a veces no”. Confieso sorprendiéndome a mí mismo de mi respuesta. “Por lo menos creo que ya aprendí a no huirle ni a esconderme de él, eso ya es mucho para mí, me acuerdo cuando mataba al tigre y me asustaba con las rayas. Aunque debo reconocer que para dejarlo volar soy el campeón nacional, la última vez lo dejé cruzar el Atlántico” digo revolviendo la segunda tanda de patacones y en el reproductor de Alexandra suena “No hay ni un corazón que valga la pena” de Miguel Bosé.

 

“El amor no se extingue nunca, porque se queda sin resolver durante años y, a veces de por vida” refunfuña Fercho con la mirada perdida y una voz áspera. Luego baja la cabeza, apoyando sus manos y su frente en el cañón de la inofensiva escopeta mientras todos en un sepulcral silencio volteamos a mirarlo. Con la cabeza agachada todavía agrega: “lo leí en alguna parte, hace tiempo, cuando leer era un escape”.

Por un momento dudo de la inofensiva escopeta y prefiero cambiar de tema. En estos casos cualquier tema es mejor que el amor, “mientras tratemos de descifrarlo siempre va a ser un dolor, un enigma, un problema, sólo hay que sentirlo, vivirlo…” las palabras de Vanessa cruzan como un relámpago por mi mente… “Bien jodida la crisis económica a nivel mundial, ¿oiga?” digo repartiendo la segunda ronda de huevos con patacones. “Se están quebrando los bancos y la General Motors, no se va a quebrar uno” agrega William. “Algunos dicen que la crisis puede ser igual o peor que la del crack del 29” dice Angélica. “Los viejos modelos económicos deben desaparecer” dice Tulio. “El problema es que el hombre sólo se ha preocupado de poseer”, expone Alexandra. “Y la gente que no quiere darse cuenta de la gravedad de la situación, la gente cree que vive en un comercial“, añade William. “Por estar pegados de Caracol y RCN” digo y luego continúo: “Todo se volcó hacia el dios dinero, que todo lo vale, todo lo compra y todo lo decide. Hace rato se perdió la humanidad…”

“La humanidad es de la estirpe del diablo: estúpida y criminal” vocifera Fercho levantando la mirada y poniendo la inofensiva escopeta en sus rodillas mientras saca del carriel un tabaco llevándoselo a la boca: “no es mía, lo recuerdo de alguna película, hace años, cuando evadía la realidad en alguna sala oscura” dice.

Tulio “el hacker” nos cuenta que anda haciendo una comunidad en la web con un japonés, un hindú, un francés y un australiano creando proyectos y haciendo foros donde se proponen nuevos modelos económicos en pequeños grupos y comunidades, modelos económicos más funcionales y menos letales, más equitativos y humanos.

“En este tiempo es necesario en la economía un cambio de objetivos de acuerdo a nuestro tiempo” dice. “Y ojalá donde prevalezca un mejor comportamiento humano” agrega Julián. “Por ejemplo esa vaina de las multinacionales invadiendo regiones buscando mano de obra barata, desplazando a la gente de sus tierras, acabando con el medio ambiente y dejando pocas ganancias a las economías locales debe cambiar.

Si la gente va exigir mejores salarios o protección ambiental, estos bastardos no dudan en llevarse su circo a otra parte, a otros países que les alcahueteen sus abusos” dice William. “¿Entonces? ¿Volver al socialismo de estado?” Dice Alexandra. “¡Peor!”, replico, eso tampoco funcionó, por algo colapsó”. Y ahora del reproductor salen las notas de “Se bastasse una bella canzone”, de Eros Ramazzotti cantando con el finao Luciano Pavarotti.

 

Esa desproporción de los países industrializados (con su poderío económico y militar) y el resto del mundo pareciera acercarse a su fin con la actual crisis”, dice Angélica. “Parece que es hora de hacer cambios drásticos, ojalá surja algo que en un tiempo traiga una prosperidad económica más equitativa y humana, sin guerras, frenando el daño ambiental, sin contaminar ni agotar nuestros recursos, donde se de mas importancia a necesidades básicas como combatir el hambre, las enfermedades y cuidar nuestro planeta, antes que buscar riquezas y armarnos con bombas nucleares para encañonarnos nosotros mismos”. Alexandra complementa: “El ser humano con la tecnología que tiene debería disfrutar de mas tiempo para sí mismo, tener sus necesidades básicas cubiertas y evitar que su dignidad sea pisoteada con salarios de subsistencia donde el futuro es un enigma. Si en el planeta tenemos todo, no debería ser tan complicado…”

11:00 pm

“Hacer cosas complicadas es fácil, el verdadero desafío es la simplicidad” dice Fercho lanzando una bocanada de humo y parándose del taburete poniéndose el sombrero, colgándose la escopeta en el hombro derecho, prendiendo una vieja linterna y tomando el camino hacia su casa despidiéndose con una mano en alto mientras dice: “lo escuché en una canción, hace mucho, cuando buscaba respuestas en alguna melodía”.

Sssssss se oye el viento mientras todos observamos a Fercho alejarse y cruzar la cerca de la finquita El Cedro y al fondo vemos el cielo estrellado mientras en el reproductor de Alexandra suena Scorpions con la Orquesta Filarmónica de Berlín tocando Wind of Change.

 

 


 

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Fermín López, citadino exiliado al campo hace varios años. Austero, curioso y güete (feliz).

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