Y el hongo se hizo carne y habitó entre nosotros

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Costumbres demasiado caribeñas y festivas para un bogotano, sin embargo, siendo justos, hay que decir precisamente  eso,  que su carácter fue su estilo literario.


 

Información Bibliográfica del libro
 

Título: Repertorio Prohibido

Autor: Alfredo Iriarte

Editorial: Intermedio Editores

Género: Ensayo-Humor

Año: 1991

Pág. 144

 

Uno de mis mayores descubrimientos literarios este año fue conocer los textos del escritor bogotano Alfredo Iriarte. Sucedió así. Luego de ingresar a una vieja librería despertó mi atención un ejemplar de tapas color marrón cuya portada, adornada por un fragmento de “El Jardín de las delicias” de El Bosco, me invitaba a comprarlo, abrirlo, leerlo.  El título era “Repertorio Prohibido” (1991) impreso por la editorial Intermedio editores.

Lo adquirí por un buen precio (y vaya cuota para ser culto), y sentado en un parque hojeándolo me encontré frente a un tratado histórico, filológico y jocoso. Una antología de relatos cachondos, vituperios, diatribas, afrentas, blasfemias. Temas que sinceramente había leído en Francisco de Quevedo, en Georges Bataille, o en el siempre sin moda y sin tiempo Marqués de Sade y que ahora leía «valga la redundancia», como si fuera una revelación, en la pluma de un connacional.

Una entera rareza, o mejor, un libro que cada hoja parecía tener un extraño magnetismo que no permitía despegar los ojos de la lectura hasta llegar al final, pues el autor desglosaba ciertas palabras originales en latín y griego para traducirlas al castellano; le daba un paseo al lector por la literatura del Siglo de Oro español hacia la narrativa latinoamericana; y profundizaba en temas íntimos como la castidad y su otro lado complementario, la ignominia humana.

En fin, un gran tratado cerrado sobre coprología, si es que puedo usar el término a sazón de una lectura que me emocionó como un niño con un caramelo, y que versaba sobre sexo, excrementos, garabatos, y elucubraciones intelectualmente escatológicas, todo, por supuesto, acompañado de carcajadas que brotaban de cada página, igual que un bufón emerge de una caja.

 

Foto por: Diego Firmiano

 

Leí el tomo de un tirón, y ahí fue donde me interesé vivamente por Alfredo Iriarte, el autor.  Un bogotano de pura cepa que de no haber muerto en el año 2002 a causa de una complicación cardíaca, hoy tendría la edad de 86 años, pero lamentablemente este mes cumple 16 de fallecido. Así al recordar al gordo Iriarte, como le llamaban de cariño, es inevitable no empezar reproduciendo una frase que él solía decir de sí mismo, a propósito de su macrocefalia:

«Y el hongo se hizo carne y habitó entre nosotros.»

¿Y de dónde viene tal jocosidad de un capitalino? Precisamente he ahí lo curioso de su personalidad, pues aunque “pati frío”, poseía un carácter de costeño: mamagallista, bebedor de Whisky, merenguero, bailador, devorador de huevos en cualquier presentación y buen conversador según sus amigos Fernando González Pacheco, Álvaro Paredes Ferrer, y otros.

Amante de la Sonora Matancera quiso ser baterista vitalicio de la banda de Dámaso Pérez Prado y  en sus palabras, si hubiera un cataclismo universal salvaría los trabajos de Goya, El Bosco y Brueghel el viejo, a quienes consideraba mamadores de gallo excelsos. Es decir, personajes afines a su pandilla espiritual.

Costumbres demasiado caribeñas y festivas para un bogotano, sin embargo, siendo justos, hay que decir precisamente  eso,  que su carácter fue su estilo literario. Nada de escritura frívola, o de formas encorsetadas, sino antes bien Alfredo Iriarte como el hombre que tenía la capacidad de reírse de sí mismo y de los demás, con altura, y dentro de su línea de historiador nacional y mundial; cronista local; humorista político, y también como escritor fecundo y prolífico, que dejó una vasta obra en su haber.

 

Foto por: Carolina Hidalgo.

 

Tanta, que el profesor manizaleño Miguel Ángel Rubio afirma que son menos de cincuenta libros, y algo más de treinta. Una buena cifra digna de ser revisada si entendemos que este autor no se dedicó de lleno a la Literatura sino a una edad moderada, igual que Víctor Hugo, después que renunció a su trabajo de contador en la flota mercante Grancolombiana y de ejecutivo de venta en la empresa Seguros Bolívar de Bogotá.

Aunque desaceleremos, porque este escritor bogotano no fue (ni es) un Emilio Salgari, o un Isaac Asimov, o un Vargas Vila en cuanto a producción, sino que cada libro es producido en un contexto, y bajo un propósito en Colombia. Lo que lengua mortal decir no pudo (1979); Bestiario tropical, 1986; Episodios Bogotanos, 1987; Breve historia de Bogotá, 1988; Batallas y batallitas en la historia de Colombia, 1993; Historias en contravía, 1995; Trajes, historias y leyendas de Santafé, 1995; Muertes legendarias, 1996;  Cristóbal Colón y el descubrimiento, 1998; Ojos sobre Bogotá, 1999. Y una decena de textos más que transparentan una vida literaria de cabo a rabo y retratan hechos de la vida social, política y nacional.

Se podría llegar a pensar que hay vidas destinadas a las letras, sin embargo, en este caso y frente a este autor, no es tan fácil afirmar aquello. Alfredo Iriarte estudió Derecho en la Universidad del Rosario de Bogotá pero no terminó, igual que Gabriel García Márquez, Daniel Samper Pizano, Pedro A. Valderrama. Desertó de la marina por su carácter indomeñable, y como se dijo, fue contador y alto ejecutivo en una empresa reconocida desde donde renunció para dedicarse a leer y a escribir. Una apuesta arriesgada, o mejor, una osada transformación literaria que no es de todos los espíritus, aunque sí de este sibarita. Término que uso a falta de otro para identificar a un individuo que hace con placer, o con ocio,  lo que le gusta, y no lo que le obligan a hacer.

En esta aventura literaria fue director del desaparecido Instituto de Cultura Hispánica, columnista quince años en el periódico El Tiempo con su aparte “Rosario de perlas”, colaborador en otros medios, además de militar en la corrección política ya que detestaba a los dictadores latinoamericanos. De ahí su novela “El jinete del Bucentauro”. Una fina metáfora de un dictador que reinventa la constitución, estrangula libertad, y como Calígula, nombra general a su caballo Bucentauro y todos deben obedecerle.

 

Foto extraída de: Facebook

 

En fin, una vida llena de curiosidades y un genio literario que si hoy se vuelve a poner de moda la lectura de sus obras, sería sin duda un autor de culto entre los buenos espíritus. Como afirmó de él Carlos Villalba Bustillo:

«Si Alfredo Iriarte se desentendiera de sus obsesiones, de su mamagallismo incurable y de la desfachatez con que dice todo lo que le da la gana, nos privaría del placer de leer, en cada una de sus crónicas y en sus libros, una vivencia grata, porque tiene la virtud de volver, con su impresionante expedición, trascendente lo frívolo y de convertir lo serio en derroche».

Escritor, Editor, Anfitrión en el portal web La Cebra que Habla. Una vida, una frase: «Quién ya no tiene ninguna patria halla en el escribir su lugar de residencia».

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